Lo sucedido con la historiografía sobre Aldao hace acordar a los debates que hoy día se están llevando a cabo sobre el presidente Javier Milei en distintos ámbitos, tanto públicos como privados.
Milei y Aldao: la peligrosa seducción de la barbarie
"A los republicanos que queremos una Argentina civilizada nos parece indigno que un presidente se pelee por Twitter con Lali Espósito, nos alarma que trate al Congreso de "nido de ratas". Querríamos a un presidente que terminara con los curros institucionalizados, pero guardando las formas y evitando la polarización. El problema es que ya tuvimos un presidente así: se llama Mauricio Macri, y no pudo hacer gran cosa. ¿Qué socava más la democracia: los tuits de Milei o la sospecha, en una parte creciente de la sociedad, de que el sistema está amañado para que los inmorales se hagan ricos y los honestos sufran?"
Gonzalo Garcés, La Nación 6 de marzo de 2024
No dudé cuando a fines de los '90 el gran intelectual y editor, además de buen amigo, Jorge Lafforgue me pidió elegir un documento para poner de apéndice en el capítulo de mi autoría sobre José Félix Aldao en el libro "Historias de caudillos argentinos" (Alfaguara, 1999). El 31 de mayo de 1842, ya a cargo de la gobernación de Mendoza, el célebre fraile general firmó un decreto único en la siempre facciosa Argentina. Decretó locos a los unitarios, sus enemigos, y a raíz de esto, y de la incapacidad que esa condición determinaba, dispuso que el estado (él mismo en este caso) podía disponer de sus bienes. Raro en un país donde este tipo de cosas se han hecho de oficio, pero extrañamente con los ropajes de la ley. Durante años se creyó que esa norma delirante, que quienes tuvieron el papel de redactarla se negaron a firmar, no había tenido efectos concretos. En la "Historia de la Nación Argentina" de la Academia Nacional de la Historia, Edmundo Correas sostiene erróneamente esa teoría. Quiso esa cuota de azar que acarrea todo hallazgo documental que durante mi investigación diera en el Archivo General de Mendoza con un documento firmado por el entonces jefe de Policía Juan Montero. Se trataba de un catálogo de las propiedades confiscada, sus dueños, y a quienes habían sido otorgadas en alquiler por exiguos montos. Uno de los despojados era Tomás Godoy Cruz, el enviado de José de San Martín al Congreso de Tucumán para defender sus ideas. Le habían quitado dos inmuebles, pues en ese entonces estaba exiliado en Chile por su condición de unitario. Había sido despojado de sus derechos por el dueño circunstancial del poder.
Aldao fue una figura compleja. Fraile dominico, arrancó como capellán del Ejército Libertador en la columna del general Las Heras. Dejó los hábitos a las dos semanas y tomó las armas en la batalla de Guardia Vieja, del lado chileno. Hizo una carrera militar brillante y corajuda, interviniendo junto a San Martín no sólo en Chacabuco, Cancha Rayada y Maipú sino que siguió a su jefe en la campaña al Perú. Tuvo allá una destacada actuación, ampliamente documentada. A su vuelta se transformó en uno de los protagonistas de las guerras civiles entre caudillos y fue partidario de Juan Manuel de Rosas. El mismo año que publicó su "Facundo", Sarmiento dio a conocer su libro sobre Aldao. Consolidó en él la leyenda negra del fraile militar. Lo odiaba porque había estado a punto de morir en la Batalla del Pilar, en Mendoza, donde cayó José Narciso de Laprida, el presidente del Congreso de Tucumán que firmó la Independencia. Borges recuerda esos hechos en el "Poema conjetural" y allí nombra a Aldao. Muchos años de investigaciones debieron transcurrir para que la figura del fraile fuera completada en su verdadera dimensión. Es innegable de todos modos que buena parte de la visión sarmientina es real. Todavía hoy es difícil que Aldao no sea sólo ligado a sus borracheras, su afición al juego, su violencia desmesurada y sanguinaria, sus pasiones amorosas que le depararon cuatro esposas y doce hijos reconocidos, y muchas otras extravagancias. Lo curioso es que ese personaje díscolo e imprevisible, capaz de decretar la locura de sus enemigos para quedarse con sus bienes o de vivir con más de una mujer bajo el mismo techo en la conservadora Mendoza de su tiempo, fue un gobernante progresista y, en términos de Sarmiento, "civilizado".
Apenas asumió la gobernación viajó a Buenos Aires a parlamentar con Rosas y en su estadía fue pintado a pedido del Restaurador de las Leyes por el gran retratista uruguayo Fernando García del Molino. Intentó en vano conseguir la disolución de su condición sacerdotal para casarse, pero no lo logró, por lo cual sentía la culpa de sentirse en pecado. Culpa que no lo frenaba en sus apetencias amatorias, sino todo lo contrario. Y una vez que estuvo asentado en la gobernación no sólo ejerció el poder con mano firme en un entorno plagado de enemigos políticos, sino que rápidamente dio un giro y permitió el regreso de Tomás Godoy Cruz a Mendoza. Además del indulto por su condición de unitario le devolvió sus propiedades y sacó un decreto para favorecer la cría del gusano de seda. Su archienemigo había escrito un folleto para desarrollar esa industria. No conforme con esos gestos le dio un lugar en la Sala de Representantes, el parlamento provincial de entonces. Además hizo legislaciones para favorecer la educación, la salud y las obras públicas, muchas de saneamiento. Pero su principal logro fue una avanzada legislación de aguas, que era y es el tema primordial de Mendoza. Esa pieza jurídica, firmada en agosto de 1844, fue esencial para la sobrevivencia y desarrollo provincial, si se tiene en cuenta que en la actualidad los oasis irrigados ocupan apenas el 4% del territorio mendocino en medio de un vasto desierto. Para ese entonces José Félix Aldao había enfermado de un cáncer en la cara y murió al año siguiente en medio de un gran sufrimiento. Por esa desgracia no pudo terminar su gestión de gobierno para la cual llegó a ser reelegido. Pero dejó su legado ambiguo. Quizás, como pocos, reunió en sí mismo la célebre fórmula de Sarmiento, "civilización y barbarie". No hay que olvidar que más de una vez se la ha transmitido como "civilización o barbarie", dicotomía que el propio autor de "Vida de Juan Facundo Quiroga", evitó a través de buscar una síntesis con la conjunción copulativa "y". No una opción excluyente, sino una suma.
Lo sucedido con la historiografía sobre Aldao hace acordar a los debates que hoy día se están llevando a cabo sobre el presidente Javier Milei en distintos ámbitos, tanto públicos como privados. Por un lado están quienes lo aceptan sin más y por otro los que lo rechazan de plano. Ambos recortan los hechos y dichos para que cuadren a sus prejuicios. Los primeros justifican y disfrutan todo y los segundos condenan en conjunto. Es humano y es lo que sucede a diario en la vida social, en general reacia a la ponderación. Es cierto que frente a tanto exceso es difícil ser ponderado y ecuánime. Con inhabitual inteligencia y sensibilidad analizó este fenómeno el escritor Gonzalo Garcés esta semana, mientras afuera seguían las apologías y rechazos a la orden del día.
También hay un grupo al que no le gustan las descalificaciones indiscriminadas, donde, por ejemplo, Baradel y Máximo Kirchner comparten el lodazal con Ricardo López Murphy. Son los mismos que observan con estupor que después de haber criticado el adoctrinamiento en las escuelas durante el kirchnerismo, Milei inaugure el ciclo lectivo en el colegio donde estudió y repita calcado lo que criticaba pero con un discurso de sentido contrario. Los ejemplos podrían enumerarse hasta el infinito, porque el presidente tiene un rasgo de personalidad adolescente donde habla y habla y habla, con pocos filtros. Así un día dice que durante la presidencia de Alberto Fernández se almorzaba y cenaba en Olivos con un champagne de U$S1.700 la botella y al día siguiente pide disculpas al aludido porque le habían informado mal. ¿No sería más fácil no estar repitiendo tonterías como si estuviera en un viaje de egresados cuando ya está sentado en el sillón de Rivadavia? Quizás sea pedirle peras al olmo, pero no hay dudas que tanta sinrazón empaña el parabrisas de la visibilidad pública y condiciona una valoración serena del resto de su gestión. Con sus errores no forzados le da pie a sus detractores y ahuyenta a muchos que estarían dispuestos a apoyarlo. Lo desconcertante es que lee su discurso en el Congreso con ese bagaje a cuestas y cuando los muchos que lo escuchan esperan su discurso punk habitual no sólo atenúa sus diatribas (que calibra para pegar con certeza, sin tener que pedir disculpas después) sino que además lee un texto medular y donde deja un muestrario de iniciativas muy positivas. Los que desconfían de él y están en contra lo ven como uno más de sus peligros: la seducción del mal en acto. Concluyen que hace un buen discurso pero igual es peligrosísimo, justamente porque tiene esa capacidad al mismo tiempo de lo que consideran reprobable.
Y es en ese punto donde las palabras, los gestos, las malas y las buenas maneras, se enfrentan con la realidad. Cada uno de los postulados que Milei expresa requieren a futuro de implementación. Implementar es gestionar con eficacia y llegar al éxito de lo que se propone. En ese punto el universo de las palabras se relativiza y se impone el de las acciones conducentes. Para lo cual se necesitan no sólo ideas y postulados sino equipos políticos de gestión. Algo que no parece sobreabundar alrededor de Milei y sobre todo para llevar a cabo cambios tan profundos de paradigma. De una sociedad corporativa y cerrada a una liberal y abierta. Por dar un ejemplo, una cosa es, como muy bien e inesperadamente dijo el presidente en su discurso: "el analfabetismo incipiente es a nuestra educación lo que la inflación es a nuestra economía". Denunció con todas las letras el drama de alfabetización que vive la Argentina donde según las pruebas internacionales ERCE de 2019 en 3º grado el 63,7% de los chicos no ha adquirido la lectura y la comprensión como sería deseable para esa edad. Algo muy distinto es implementar las complejas políticas que se deben instrumentar para revertir ese drama. Milei está en la etapa de la denuncia de los fenómenos y del postulado de los horizontes a los que se quiere llegar. Todavía falta el largo y penoso camino de las concreciones. Con el peligro de que habitamos en un país que vive de relatos.
Es indudable que Milei en tiempo récord ha desatado una batalla cultural que el populismo corporativo había ganado en las últimas décadas en la Argentina con resultados ruinosos. Y más allá de las molestias o adhesiones que provoque ha dejado a la sociedad en carne viva con sus problemas más profundos irresueltos. Detrás de cada piedra que Milei remueve se encuentra con un privilegio, con una ley hecha a medida, con alguna corporación beneficiada en contra del conjunto social, con resultados desastrosos camuflados detrás de fórmulas populistas ramplonas y falsas.
Esta semana la artista mendocina Florencia Aise dio a publicidad un retrato de Milei que ilustra esta página. En el Museo Histórico Nacional descansa en el depósito hace más de cien años el de García del Molino de Aldao a la espera de que lo traigan a Mendoza para la sala de los gobernadores. Son imágenes, sirven para mantener la memoria de personajes que modifican la realidad no sólo hablando, sea con buenos o malos modales, sino actuando. Por ahora tenemos los malos modales de Milei y sus ideas más que interesantes de cambio. A riesgo de caer en la seducción de la barbarie vale la pena responder la pregunta que se hace Gonzalo Garcés en el artículo citado: "¿Qué queremos al final los republicanos: mantener la compostura o hacer de verdad un país mejor?". Es indudable que Aldao en su tiempo y Milei en el nuestro son personajes disruptivos y desconcertantes que socavan los puntos de referencia y sumen a muchos en un mar de incertidumbres y sorpresas