Para sacar provecho de esos compañeros de ruta tiene que tener no sólo buen oído de escucha sino capacidad de trabajo colaborativo.
Milei está demasiado solo a merced de gauchos malos y cantores
"Para Sarmiento, barbarie no es tan sólo ignorancia de lo que el civilizado sabe, es también sabiduría de lo que el civilizado ignora... no hay tan sólo repulsa en la actitud de Sarmiento ante la barbarie, no es tan sólo para injuriar al enemigo muerto, sino precisamente para entenderlo. Y si la imagen que Sarmiento dio de Facundo parece hoy a algunos en exceso tenebrosa, en su tiempo se le reprochó más bien una excesiva complacencia; se llamó a su autor Plutarco de los bandidos."
Tulio Halperín Donghi, "Sarmiento y el historicismo romántico"
El gran Amadeo Carrizo decía que un arquero de fútbol está maduro después de recibir cien goles en su arco... en la medida en que no sean todos en el mismo partido, remataba con picardía. Sin agregados de humorismo irónico, Ignacio Zuleta ha recordado en estos días que Pedro Henríquez Ureña recomendaba a los hombres públicos haber leído al menos doscientos libros para ejercer sus funciones. Seguramente lo aprendió de su padre, Enrique Zuleta Alvarez, quien publicó dos obras imprescindibles sobre el gran maestro dominicano y ha hecho las notas e introducción de "Memorias. Diarios. Notas de Viaje" de don Pedro. El profesor Zuleta Alvarez al inicio de "Pedro Henríquez Ureña y su tiempo" apunta con agudeza docente: "Entre la vida y la obra de todo hombre existen relaciones decisivas. Se hace y se actúa de acuerdo con lo que uno es y nuestra personalidad más profunda está presente, de una u otra manera, en lo que vamos construyendo a lo largo de nuestra vida. No se trata de una equivalencia simple y directa, tampoco de un psicologismo fácil que explique toda la complejidad de cada ser. Pero la experiencia histórica proporciona una base suficiente al intento de fundar en la biografía, una aproximación primera a la obra de un escritor".
Esta sentencia sobre un escritor, dedicada a Henríquez Ureña, se puede extender a un político. La personalidad del político marca sus acciones y su experiencia es determinante en sus actos. Entre los doscientos libros que Henríquez Ureña sugería leer a un hombre público, todo político argentino debería tener muy bien leído (y releído, preferentemente) "Civilización y barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga. Aspecto físico, costumbres, y hábitos de la república Argentina" (1845) de Domingo Faustino Sarmiento. Junto con "Martín Fierro" (1872 y 1879) de José Hernández, el célebre "Facundo" forma un dúo de libros argentinos del siglo XIX esenciales, cuya lectura con seguridad Henríquez Ureña hubiera alentado. Sobre la obra sarmientina, el dominicano escribió: "Facundo es un libro esencial de la lengua castellana... Los superficiales creyeron a Sarmiento improvisador: lo creen todavía. Lo llamaron loco porque veía entera la realidad y adivinaba sus secretos de mutación. Había método en su locura. Improvisó, a lo sumo, la forma que daba a su pensamiento; pero el pensamiento estaba definido en él, claro y hondo, desde temprano; desde temprano se enriqueció de sustancias de la tierra nativa y aires de la cultura universal. Este pensamiento tuvo su tema central: la realidad de la Argentina -que era la realidad de América- y la necesidad de transformarla".
Ya se ha dicho que Borges descubrió que los textos no deben ser leídos como pieza arqueológicas, sino que cada lector en su momento da nuevas significaciones a lo que dicen las palabras. No porque cambie la textualidad, sino porque transcurre el tiempo y cambian los lectores y sus circunstancias. De ahí que el consejo de lectura de Henríquez Ureña pueda nutrirse de libros de siglos anteriores y de ellos adquirir el político, el protagonista de la vida pública, eso que sintéticamente se ha caracterizado como cultura general. Una cultura imprescindible para gobernar, además de las culturas política y económica, porque ensancha a éstas de sus indudables limitaciones.
En "Facundo" Sarmiento describe lo que llama "Originalidad y caracteres argentinos" y da una lección invalorable caracterizando cuatro personajes: el rastreador, el baqueano, el gaucho malo y el cantor. Las cuatro semblanzas son extraordinarias y aún hoy pueden seguirse con deleite a través de la prosa originalísima del sanjuanino. Las dos últimas se refieren a personajes con los que quien dirige se va a encontrar y va a tener que lidiar. Hay gauchos malos y cantores por todos lados y está en la habilidad del dirigente encaminarlos, acotarlos y sacarles algún provecho. Vale la pena poner la lupa en los dos primeros tipos y en lo necesarios que son para el desempeño de la gestión del servicio público. Ambos muestran que el dirigente, por más que haya leído bien leídos sus doscientos libros, requiere de especialistas que lo ayuden. Y si no ha leído las dos centenas de obras adecuadas, mucho más.
Dice Sarmiento sobre el rastreador y se podría trasladar el concepto a la sociedad compleja de hoy: "En llanuras tan dilatadas, en donde las sendas y caminos cruzan en todas direcciones, y los campos en que pacen o transitan las bestias son abiertos, es preciso saber seguir las huellas de un animal y distinguirlas de entre mil, conocer si va despacio o ligero, suelto o tirado, cargado o de vacío. Esta es una ciencia casera y popular". El saber seguir el rumbo que llevan los integrantes de la sociedad es esencial para quien quiere conducirla. Su conocimiento de la naturaleza humana, social e individual, adquiere una necesidad urgente. ¿Alcanza su propio olfato o es bueno que tenga a mano uno o más "rastreadores" que le ayuden a interpretar las huellas y encaminar el rumbo de sus acciones? Sería bueno preguntarse si los últimos encargados de conducir los destinos del país, de Alfonsín a Milei, han tenido rastreadores competentes. No parece en todos los casos.
Ver: Milei respaldó la "rebelión fiscal" convocada por Espert contra Kicillof
El segundo tipo que enfoca el autor de "Facundo" es el baqueano, "personaje eminente y que tiene en sus manos la suerte de los particulares y de las provincias... es un gaucho grave y reservado, que conoce a palmos veinte mil leguas cuadradas de llanuras, bosques y montañas. Es el topógrafo más completo, es el único mapa que lleva un general para dirigir los movimientos de su campaña. El baqueano va siempre a su lado. Modesto y reservado como una tapia, está en todos los secretos de la campaña; la suerte del ejército, el éxito de una batalla, la conquista de una provincia, todo depende de él." No es casual que Sarmiento use la palabra "general", pues está tratando de ver el papel del conductor en el desarrollo de una campaña. Y le ubica al baqueano al lado, en la convicción de que cumple un papel imprescindible. Agrega: "El baqueano es casi siempre fiel a su deber; pero no siempre el general tiene en él plena confianza. Imaginaos la posición de un jefe condenado a llevar a un traidor a su lado y a pedirle los conocimientos indispensables para triunfar". Este es un matiz a tener en cuenta porque compromete la elección del baqueano. ¿Se puede dudar de quien orienta? De ser así hay que reemplazarlo. Pero tampoco se lo puede cambiar todos los días, de ahí lo crucial de saber elegir.
Sería muy interesante individualizar a los rastreadores y baqueanos con que han contado los últimos presidentes argentinos y el papel que han jugado. Y, por supuesto, sería de gran utilidad analizar si Javier Milei, que vive en una sociedad donde sobran locos malos y cantores, cuenta con los especialistas adecuados para la dura y compleja faena que le toca. Por ahora no parece ser el caso y su personalidad no resulta favorable para contar con buenos rastreadores y baqueanos. Porque un general, como el que plantea Sarmiento, para sacar provecho de esos compañeros de ruta tiene que tener no sólo buen oído de escucha sino capacidad de trabajo colaborativo. Y Milei, con sus virtudes y defectos, se presenta como un personaje solitario y autosuficiente. Además de exageradamente sumergido en la veta económica del devenir social. Alguien que estuvo con él esta semana y le sugirió que incluyera a la educación en el Pacto del 25 de Mayo recibió como respuesta que se trataba de un pacto de tipo económico. Ante la contrapropuesta de ampliar el pacto a una visión más social recibió silencio y luego la sentencia de que era necesario primero el crecimiento económico. ¿Realmente se puede creer que la educación no interviene centralmente en el crecimiento económico? Quizás con una visión errada de su significación. De ahí que leer a Sarmiento se torna vital. O al Alberdi de las "Bases y puntos de partida para la organización política de la República, derivados de la ley que preside al desarrollo de la civilización en al América del Sud" (1852) cuando escribe: "La educación popular es, pues, la condición primera, la base fundamental de la vida política, económica y moral de los pueblos".
El presidente Milei, con razón quizás, está muy concentrado en el déficit fiscal y en reencaminar al país de los desbarajustes estructurales que han dejado los años de populismo. ¿Por qué creer que esa ciclópea tarea está reñido con prestarle la debida atención a la educación y la cultura al tiempo que las pone bajo la lupa de la mala utilización de los fondos que se les destinan? Un buen baqueano se lo explicaría en media hora y, sobre todo, le mostraría los beneficios de no hacer y decir tantas inconveniencias que no sólo no suman sino que le restan. El patético episodio de su participación en el inicio de clases en la escuela donde fue alumno, magistralmente pesado y medido por Luciano Román en La Nación, es una muestra de la ausencia de buenos rastreadores y baqueanos en las huestes de un economista sumergido en las aguas oscuras de la vida argentina. O de su incapacidad de escucharlos. La desgracia es que demasiadas veces lo bueno que se pueda estar encarando se traba en estas ciénagas donde muchos, sin necesidad, quedan molestos, magullados, heridos. Para beneplácito de los que realmente están enfrente.
Javier Milei está sentado en el mismo sillón que ocupó Domingo Faustino Sarmiento, en el mismo edificio incluso. A ambos les tocó el mote de locos. Ambos plantearon cambios muy profundos de lo que venía sucediendo. Sarmiento tuvo una ventaja. Sus modificaciones se hicieron sobre un campo yermo, sin demasiadas malformaciones que desarmar. Su labor fue construir una nación para el desierto argentino. En el caso de Milei, si su diagnóstico profundo es correcto (y a todas luces lo es), inspirado por el estudio de Federico Sturzenegger de revisar todas las leyes vigentes en busca de privilegios corporativos, los cambios son de difícil factura. La razón es que además de la construcción, dificultosa por cierto, hay una etapa complicadísima de desmonte de lo existente. Y todo se ejecuta simultáneamente, porque se hace en el tiempo, que transcurre y no es detenible. No se detiene para facilitar la tarea. Hay que subirse al dragón y domarlo, a la par que se va haciendo. Y es allí donde el papel de los rastreadores y baqueanos adquiere relevancia extrema. Las lecturas del presidente ya han dejado claro que requieren de otras que enriquezcan sus miradas. No es sólo un tema de equilibrar déficits, sino de generar productividad para alumbrar una nueva economía. Donde las trabas y privilegios sectoriales (las innumerables leyes hechas a medida de las distintas corporaciones en pugna) den paso a un esquema institucional enfocado en el ciudadano y sus necesidades. Así funcionan las sociedades que funcionan. Ahí ya la motosierra no alcanza y creer que las fuerzas celestiales del mercado harán todo el trabajo es cuando menos ingenuo. Porque si fuera así, sería muy fácil. No ha sucedido en ningún lugar del mundo, sólo en utopías y ucronías nacidas de mentes brillantes para la especulación, pero poco prácticas. Resisten el papel, pero no la realidad, siempre tan compleja y diversa, nunca binaria. Esas visiones teóricas, despreciativas de la complejidad, ponen en vigencia la fórmula del poeta Oliverio Girondo tantas veces repetida: "¡Señores críticos, una cosa es cacarear y otra poner un huevo!"
Javier Milei está haciendo un curso acelerado de cómo gobernar. En algunos temas le va bien y en otros mal. La desgracia de sus traspiés es que muchos serían evitables, con las herramientas adecuadas. En su caso, el considerar que casi todos son traidores según su vara lo lleva a una escucha deficiente. Está demasiado solo en su laberinto. Como bien marcó Amadeo Carrizo cuando dijo que hay que evitar que los cien goles se los hagan en un solo partido, Javier Milei, que también fue arquero, debería privarse de creer que el único arco del partido es el que él defiende. Hay otro enfrente en el que sus muchos compañeros potenciales quieren hacer goles.