Mejorar la deliberación pública para meter la pelota en el aro

Lo que la Argentina debería privilegiar hoy, y no lo está haciendo, es la calidad de la deliberación pública.

Mejorar la deliberación pública para meter la pelota en el aro

Por:Jaime Correas

"El miedo a ganar es extremadamente paralizante."

Pepe Sánchez, basquetbolista de la Generación Dorada

"La experiencia no la comprás. Perder el miedo a ganar, saber que se puede ganar."

Rubén Magnano, técnico de la selección de básquet de la Generación Dorada

En estos días se han cumplido veinte años de la medalla dorada en las olimpíadas de Grecia de 2004 en las que la Argentina ganó la medalla dorada en básquet. Lo hizo un equipo cuya historia es muy aleccionadora de cómo se construyen proyectos colectivos que llevan a un gran triunfo. Sobre todo cuando se trata de tener éxito tras una tradición de fracasos. Hay un video de ESPN que vale le pena mirar para recorrer el trayecto de esos muchachos surgidos en general de clubes barriales, varios de Bahía Blanca, que tras su paso por la selección juvenil llegaron a conformar lo que se conoció como la Generación Dorada. Antes de ganar la medalla de oro olímpica en 2004 habían perdido la final del mundial de 2002 con Yugoslavia. El documental es muy ilustrativo porque incluso muestra el desarrollo deportivo en medio de la gran crisis política desatada en 2001 y cómo ese grupo, con buena conducción y con un conjunto de jóvenes enfocados, logró llegar al éxito. Muchos de los nombres tienen ecos todavía: Ginóbili, Nocioni, Oberto, Hermann, Delfino, Sconochini, Sánchez, entre otros.

El repaso de aquel tiempo, que contrasta con los recientes juegos de París donde Argentina no tuvo representación en básquet, deja muchas lecciones: esfuerzo, mérito, control de egos, entrenamiento, sacrificio, conducción, disciplina, orden, voluntad, garra. Pero hay un punto especialmente interesante cuando en la previa al viaje a Grecia el funcionamiento del equipo iba muy mal. Sufría caída tras caída. El relator cuenta que esos momentos "no hablan de una selección unida y fuerte". Todo hacía pensar que los resultados no serían buenos. Después de una pésima actuación en uno de los partidos preparatorios los jugadores, sin el cuerpo técnico, se encerraron en una habitación del hotel y se sacaron chispas. Fue el instante crucial de cambio, que los llevó con victorias y derrotas a ganar el oro en Atenas. Los triunfos más resonantes fueron por un punto con Serbia, con un épico e inolvidable doble de Manu Ginóbili en el último segundo, y una paliza a Estados Unidos, el dream team, que nunca había estado fuera de una final olímpica y ahí se quedó en semifinales. La final la ganaron a Italia en un partido peleado pero resuelto con calidad y por buen margen de puntos. En diferentes partidos tuvieron figuras alternativas: había un equipo. Walter Hermann, en uno de los encuentros que no iba bien entró cuando nadie lo imaginaba e hizo la diferencia. Después de dos décadas sigue siendo emocionante ver a ese grupo de muchachos, algunos de los cuales ya estaban en la NBA o estarían en breve, arrastrando la pasión popular en una Argentina que salía de uno de sus cíclicos infiernos sociales y políticos.

Es importante centrarse en esa reunión clave de los jugadores porque el integrante del cuerpo técnico que lo relató aclara que se oían los gritos y las recriminaciones que se disparaban en la soledad de esa habitación de hotel. La lección es que las palabras ordenan si cada uno de los que interviene en esa deliberación dice las suyas y asume las del otro para enfocarse entre todos en un objetivo común. No es casual que sobre el final del video varios de los protagonistas testimonian que el éxito se logró por el espíritu de equipo y sobre todo por haber puesto al otro por encima de cada ego. Fue de ese modo que el conjunto tomó otra dinámica y fue compacto en lo deportivo. Las individualidades se pusieron en función del conjunto.

Lo que la Argentina debería privilegiar hoy, y no lo está haciendo, es la calidad de la deliberación pública. Las divergencias de la dirigencia en casi todo lo demuestra. En el mejoramiento de esa discusión de los temas comunes y esenciales está la clave a futuro. Y para que se mejore deben tenerse más en cuenta los hechos, las evidencias, los datos y abandonar los ideologismos vacíos, las consignas. Años de populismo corporativo han llevado a que "el relato" o "los relatos" suplanten a la realidad. Se hace difícil cuando hay tanto ruido, muy incentivado por las redes sociales pero también por la política, porque los datos requieren de una elaboración que debe ser reposada. Por ejemplo, el reciente debate sobre las jubilaciones que ha terminado con el veto del presidente Javier Milei. Es muy difícil para el ciudadano medio seguir la discusión y eventualmente tomar partido si las cifras que se barajan desde cada posición son tan disímiles.

En el caso aludido hay cifras a discutir. Quienes defienden la ley que Milei vetó argumentan que no implica el porcentaje de PBI que el presidente calcula y el argumento para vetar es que compromete cifras que ponen en peligro el equilibrio fiscal sin decir de dónde sale ese dinero. Si cuando hay que contar porotos surge esta divergencia es inimaginable lo que sucede cuando se discute la pertinencia de una inversión y su impacto en la realidad. Por ejemplo, el debate abierto sobre la inversión universitaria no debería ser sólo de montos en función de salarios y gastos, sino también de la calidad del resultado obtenido con esos dineros públicos. En este caso también el debate es imposible porque se habla excluyentemente de montos. Nunca de cuál es el destino de lo invertido y su impacto. Es como si sólo se pudiera tratar esa capa externa sin meterse en el corazón, que es cómo funcionan las universidades más allá de cuanto cuestan. Y mucho más importante, cuál es su papel estratégico en el desarrollo nacional. Es decir, el impacto de la inversión.

Años de ausencia de debates abiertos han atrofiado ese músculo. Las consignas populistas, al servicio del status quo corporativo, han obturado el disenso. La deliberación pública es raquítica y se hace siempre con visiones parciales y con datos amañados. Para poder hacerla bien hay que poner todo sobre la mesa y considerarlo. Si los muchachos del básquet sólo hubieran discutido en aquella pieza anécdotas o problemas personales poco hubiera salido de ahí.

Es obvio que un grupo humano abocado a un deporte no es lo mismo que una sociedad llena de complejidades, contradicciones y con una variedad enorme de intereses. Pero el ejemplo vale como metáfora del modo de actuar. Por eso se impone una doble tarea. Por un lado se necesita a la dirigencia produciendo esa deliberación con altura y por otro lado instituciones que generen la información adecuada para que esa discusión vaya a algún lado. Sobre todo porque ese debate público debe derivar en hechos concretos, en acciones de transformación y en resultados. Es tan mala la deliberación en general que se queda en discusiones que nunca pasan a la acción y por eso se discute durante años sin que casi nada mejore. Esa propia maraña de naderías lleva a la parálisis, a pesar de alguna voz (en general silenciada u omitida) que se levanta con evidencias y a requerir cambios reales.

El momento actual, a diferencia de la hegemonía kirchnerista de dos décadas donde los debates estaban cancelados, es de discusión abierta. Todo parece estar en cuestión y poder discutirse. La diferencia está en que antes la luna se miraba sólo del lado progre donde quien se apartara del dogma era cancelado. Ahora también se está empezando a mostrar el lado oscuro de la luna. Es ahí donde hay que colaborar con los datos, con las evidencias, con las cifras, porque mientras había un pensamiento único, que estigmatizaba al resto, la realidad iba de mal en peor. Si ahora se cometiera el error de hacer lo mismo del otro lado, los resultados serían similares. Si, en cambio, se mira toda la esfera lunar, en las jubilaciones, en las universidades y en todos los temas, los resultados pueden empezar a cambiar. Sobre todo porque empezarían a estar ligados a evaluaciones más ciertas y menos mentirosas. Y porque quedaría claro que no es sólo un problema de cifras en un momento dado, sino también de proyecciones, impactos, cambios. Un ejemplo clarísimo es cuando en tiempos de Macri el gordo del mortero tiraba contra el Congreso para evitar una fórmula que al final resultó mejor para los jubilados que la que pusieron los que habían mandado al gordo a incendiar. Paradojas. Las realidades no se mejoran tirando piedras y gritando sino con acciones que deriven de una buena deliberación pública.

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