El populismo se basa en una epidemia de simulacros que se contagian unos a otros. Goza en la escenificación de situaciones que son falsas, buscando dar una sensación de realidad para conseguir adeptos.
Más simulacros populistas: el tren tortuga y el paro financiado
"Simular es fingir lo que no se tiene. La simulación vuelve a cuestionar la diferencia de lo ‘verdadero' y de lo ‘falso', de lo ‘real' y lo ‘imaginario'"
Jean Baudrillard, "Cultura y simulacro"
Desde la antigüedad la idea del simulacro ha merodeado las mentes humanas. Tomás Eloy Martínez en el prólogo a su libro "Ficciones verdaderas" recuerda: "Fue Platón, creo, el primero en distinguir el simulacro de su modelo, como una forma de separar también la esencia de sus apariencias. Ante la imagen que parecía proyectarse en otra, y en otra más, a Platón le interesaba discriminar cuál era la imagen original, la Idea, y en qué podrían diferenciarse las copias y los simulacros de la idea. Es entonces cuando establece una línea divisoria que ilumina todo el conjunto: las copias se acercan a la Idea original por todo lo que unas y otras tienen de semejanza, en tanto que el simulacro se construye sobre la disimilitud, implica la perversión, un desvío que lo modifica todo. Detrás de esa distinción estética había para Platón un problema de ética: en el Sofista, que es su diálogo sobre el ser, Platón define el simulacro como una pretensión de copia, una copia de la copia, y sugiere que los simulacros deben mantenerse encadenados en lo profundo, donde no pueden alcanzarlos los significados, porque es preciso impedir que asciendan a la superficie y se irradien por todas partes, como una enfermedad".
El populismo se basa en una epidemia de simulacros que se contagian unos a otros. Goza en la escenificación de situaciones que son falsas, buscando dar una sensación de realidad para conseguir adeptos. Esos simulacros son montados con estudiados despliegues para instalar una versión que se cae a pedazos apenas se corre el velo. Por eso debe tomarse la totalidad de cuanto sucede y no esa mera puesta en escena farsesca.
Ver: Quincho: Los dilemas en la campaña que Cornejo se puso al hombro
Jorge Luis Borges en su breve relato "El simulacro" escenifica en un pueblito del Chaco una situación que imagina repetida una y otra vez en diversas localidades del país. La acción transcurre en 1952 y la muerte de Eva Perón da lugar al montaje de un hombre que asume el papel del viudo para ser reconfortado por su pérdida. En una capilla ardiente, una caja de cartón exhibe una muñeca rubia a la que están velando. "Una alcancía de lata recibía la cuota de dos pesos y a muchos no les bastó venir una sola vez", describe el autor, al tiempo que enumera a los legítimos dolientes por la muerte de una mujer a la que idolatran. El protagonista de traje, con absoluta seriedad, cumple su papel y recibe los saludos: "Mi sentido pésame, General", mientras las monedas tintinean en la lata. El relato se cierra: "El enlutado no era Perón y la muñeca rubia no era la mujer Eva Duarte, pero tampoco Perón era Perón ni Eva era Eva sino desconocidos o anónimos (cuyo nombre secreto y cuyo rostro verdadero ignoramos) que figuraron, para el crédulo amor de los arrabales, una crasa mitología".
Más allá de la notable creación borgeana, que encarna las preocupaciones platónicas descriptas por el autor de "Santa Evita", es imprescindible apreciar el mecanismo de suplantación de realidades por simulacros.
En estos días arribó a Palmira un tren con la intención de constituirse en el regreso del antiguo medio de transporte en cuyos viajes muchos soñamos con un futuro feliz arrullados por el inolvidable traqueteo de los vagones que atravesaban la noche pampeana uniendo diversos pueblos hasta arribar al amanecer a Junín, en la provincia de Buenos Aires. A pocos kilómetros de esa estación había nacido María Eva Duarte, la mujer de carne y hueso personificada por la muñeca rubia en la ficción. Aquellos trenes, el Zonda, el Libertador, salían varias veces por semana cerca de las 20 horas del centro mendocino y arribaban a Retiro a las 8 de la mañana. En unas doce horas nocturnas, a un precio que superaba al micro por poco y se acercaba al avión si se viajaba en camarote, se cruzaba el país. El gobierno peronista de Carlos Menem terminó con esa ensoñación, usando como excusa los paros ("Ramal que para, ramal que cierra") para finalizar con el abultadísimo déficit ferroviario. Algunos malpensados le agregan que lo hizo para favorecer el transporte terrestre con camiones y al sindicato de camioneros.
En el simulacro actual, parecido al de la ficción borgeana, llegó un tren que tardará veintiocho horas hasta que estén reparadas unas vías que bajarán el tiempo a veinticuatro horas, el doble que antaño. Después del primer viaje comercial que se programa para fines de abril la frecuencia, que era casi diaria, será cada veinte días y cuando esté a full el servicio será semanal. Costará a precios de hoy (sujetos a inflación y obviamente subsidiados, es decir pagados entre todos de una caja común para generar una ficción) $4.500 en primera (en el Zonda eran asientos de madera), $5.500 en pullman y $17.000 en camarote para dos. Un funcionario dio precios aún más bajos. A eso habrá que sumar el traslado a Palmira, mientras no se extienda la vía hasta Gutiérrez, a donde se podrá llegar en el Metrotranvía. Y también, por supuesto, la comida y la bebida para un día en ese tren tortuga. Ciertas declaraciones oídas el día del arribo hicieron acordar más al hombre del cuento de Borges y a la muñeca rubia que a los personajes históricos.
¿Es razonable y creíble en el actual contexto de debacle económica que se monte un acto funambulesco como el del martes y que algún dirigente hable pomposamente de un "master plan"? Sólo puede suceder en esta dimensión de los simulacros populistas y en la convicción actoral sin fisuras de algunos. Se entiende "el crédulo amor de los arrabales". A quienes satisfacen sus nostalgias y sentimientos malamente se les puede pedir que evalúen realidades. Miles fueron a ver el tren para soñar, no para tener pesadillas. Y es comprensible y profundamente humano. La desgracia es que cuando caiga la fachada de cartón las decepciones serán mayores y por supuesto el populismo le echará la culpa a alguien del derrumbe de su muñeco con pies de barro. Basta recorrer las cifras desgranadas para imaginar el futuro de esta iniciativa. Es interesante ver cómo vio la prensa chilena lo sucedido y su sorpresa de que "la marcha peronista se escuchó más fuerte que la marcha del tren". Para rematar, ese mismo día se conoció la noticia de un descarrilamiento en Olavarría, sólo posible por el estado de las vías, similares a las que llegan a Palmira.
Otro simulacro tuvo una señal de cambio. Es el de los paros docentes en los colegios de la Universidad Nacional de Cuyo. La rectora y el vicerrector anunciaron el descuento de los días de paro a partir de ahora, después de que este año ya llevan una cantidad de jornadas de huelga, que sumados a los del año pasado y a los que ya se han anunciado equivalen a un mes de clases. Más vale tarde que nunca. Ahora tienen que cumplir a rajatabla y no caer en esa trampa de las devoluciones, las compensaciones, y otras artimañas mentirosas para acordar los conflictos.
Los análisis pedagógicos de los paros, las consecuencias para los chicos y todo lo que se pueda argumentar ya ha sido desarrollado hasta el cansancio y muchos padres organizados siguen haciéndolo. Lo que se pasa por alto en estos debates son los matices institucionales y legales. Fuera de duda está el derecho de cada docente a hacer huelga, consagrado en la Constitución. Lo que es ilegal y ahí está el simulacro, es el pago por los días no trabajados, que es lo que se ha venido haciendo. Cualquiera sea la excusa. Lo legal es que quien para deje de cobrar el presentismo y los días que no trabajó. La noción jurídica que cualquier abogado laboral explica si se lo consulta es que la relación laboral es lo que se llama "sinalagmática". Esto implica que a una prestación, el trabajo, corresponde una contraprestación, el salario. Desaparecido el primero, se extingue el segundo. Por eso, "día no trabajado, día no cobrado" es lo legal. Vale la pena consignar que esa gracia de pagar los días de paro sucede sólo en el ámbito estatal, con lo cual se consagra un verdadero simulacro, que es financiar los paros desde el estado con el dinero de los contribuyentes. Si quien trabaja y quien hace paro cobran igual, ¿cuál es la razón para no parar si el trabajador no pone nada de sí, salvo su militancia y su protesta? En la actividad privada y en la tradición sindical, el trabajador perjudica al capitalista no produciendo. Y paga su lucha dejando de cobrar por lo no producido. ¿Alguien le pagaría a un plomero que no vaya a su casa a hacerle el trabajo o a un carpintero que no le entregara la mesa encargada? ¿Por qué es tan difícil de entender entonces que no pagar los días de paro es el cumplimiento de la ley y no un castigo, ni una estrategia macabra? En la educación pública el perjudicado por un paro es el alumno, no un capitalista. Y su padre paga los salarios con sus impuestos.
Años de populismo han creado una mitología crasa donde a esta altura del siglo XXI, tiempo de trenes que van a 300 kilómetros por hora y son caros aún estando subsidiados, se festeja el simulacro de un tren que no tiene viabilidad económica, ni siquiera para ponerlo en marcha como corresponde. Esas ensoñaciones también les han hecho creer a muchos que corresponde cobrar cuando se hace paro. El simulacro populista no descansa. Ojalá, algún día termine.