Violar el primer derecho humano en nombre de otro resulta, cuanto menos, tétrico e incoherente. El aborto no ha resuelto problemas y nos acerca a la cultura de la cosificación y la muerte.
La vida es el primer derecho y sin eso no hay nada
"Todo individuo tiene derecho a la vida". Esta frase es nada menos que de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, un documento firmado en Naciones Unidas en 1948, al final de una Guerra Mundial que marcó un antes y un después para la humanidad.
Defender la vida. No decidir sobre la vida de los demás. No comerciar con vida. Garantizar la libertad de esa vida.
Hoy llama la atención cómo, en nombre de un presunto derecho, se viola el básico, universal e innegociable. Nadie puede decidir sobre la vida de otro individuo. Nadie debería hacerlo, y mucho menos discutirlo desde una tribuna como si se tratara de un partido de fútbol, con fanatismos en las calles y banalizando al máximo nuestra condición humana.
Mucho antes, en el siglo XIX, Argentina y otros Estados del mundo prohibieron la esclavitud. El comercio de vientres, la venta de humanos y el tratamiento de los individuos como objeto quedaron escritos en la ley como una aberración.
Hoy, llamativamente, estamos retrocediendo en nombre de un avance que no es tal. El aborto, tratado con una liviandad llamativa, no soluciona ni ha solucionado los dramas de abuso, de embarazo adolescente y de niñez abandonada, en la pobreza o maltratada. Al contrario.
El aborto es un fracaso colectivo como sociedad, que tiene una ley de dudoso alcance como única respuesta. ¿Cómo puede ser que comités de bioética discutan y no sepan qué hacer con miles embriones congelados en Argentina para fertilización asistida, pero no se detengan a pensar en un humano que ya está creciendo en un vientre? ¿Cómo puede ser que dentro de la cosificación que vivimos, en donde las mujeres y niñas son expuestas como mercancía, se transmita que el aborto es algo tan fácil como tomar una pastilla y volver a la casa?
Las consecuencias de la interrupción de un embarazo son enormes y deben ser tratadas aparte: desórdenes hormonales, depresión, adicciones y un largo etcétera. La presión para los médicos que no pueden negarse a riesgo de ser sancionados es tan macabra como vejatoria.
Lo más llamativo, dentro de la banalidad con la que se trata un tema de vida o muerte, es que empresas como Disney, Amazon, Meta o Starbucks anuncien que en EEUU van a pagar el aborto de las empleadas que lo deseen. ¿No les hace ruido esto? ¿Qué grandes corporaciones prefieran trabajadoras full time que deben someterse a un procedimiento traumático y volver a sus escritorios que trabajadoras madres?
Algo no cierra.
Si revisamos, las sociedades en las que este brutal procedimiento es moneda corriente son las mismas que exhiben enorme preocupación por su baja tasa da natalidad. Por las pirámides de población, llenas de ancianos, con pocos jóvenes y vacías de niños. Se basaron en la cultura de la muerte, en el mensaje hedonista y cosificador de que la vida es mejor sin vida, sin hijos, sin niños, y ahora no saben cómo salir de este laberinto.
Una sociedad sin niños es una sociedad sin esperanza. Una sociedad que no tiene cultura de la vida es una sociedad sin futuro. Una sociedad sin amor y contención para las madres gestantes es una sociedad rota.
En Mendoza estamos a tiempo. ¿No es mejor garantizar el derecho de los menores, mejorar la justicia de familia, las ayudas a madres solteras y la educación a matar?
Defendamos la vida. La de todos. No solo de quienes están en el vientre, sino también de quienes hoy viven la exclusión, discriminación, de los que no tienen tierra, de los desposeídos y de los que padecen la injusticia social. El aborto es una mirada destructiva y no queremos destrucción.
No ha solucionado nada. En un año de implementación, los abusos, los embarazos adolescentes no deseados y los dramas por chicas violadas que llegan a las salas de emergencia de cinco o seis meses de gestación siguen ocurriendo.
"¿Es justo eliminar una vida humana para resolver un problema?" Creo que el Estado le debe mucho más que esto a sus ciudadanas y ciudadanos.