El mundo de la educación está poblado por un amplio número de protagonistas y todos creen que los otros no saben nada y no merecerían ser escuchados.
Hace falta un buen baño en el mar del sentido común
"La fortuna real es el conocimiento"
De un relato sumerio
En el verano de 1986 muchos leímos una novela que marcó una época y nos marcó. Había aparecido en París en 1984, donde desde los setenta su autor vivía exiliado de uno de los regímenes comunistas. En diciembre del '85 fue publicada en español. Se llamaba en la lengua materna del escritor "Nesmesitelná lehkost bytí" y fue un suceso de librerías. Para ese febrero del 86 iba por la tercera edición y dos años después Hollywood ya había hecho una buena versión cinematográfica.
La originalidad del libro era inquietante. Mezclaba con maestría una narrativa clara y llena de peripecias, entrañables personajes, pero sobre todo sorprendía por el entrelazamiento con el pensamiento filosófico. Lo atractivo era que se pudiera pensar con ideas de la filosofía a través de una narración al alcance de todos. No era un texto abstruso, para pocos, sino un libro luminoso. La idea del eterno retorno de Nietzsche sobrevolaba esas páginas, cruzadas por dramas humanos encarnados en personajes inolvidables en los que los lectores podían reconocerse. Aparecía también el mundo griego, sobre todo en la figura de Edipo. De esas islas los occidentales aprendimos aquello de identificarnos y sufrir con seres de ficción. El telón de fondo político era el drama del individuo condenado a vivir en el totalitarismo comunista. Se comprobaba cómo un régimen sin libertad demolía las vidas personales. Su autor lo había padecido, pero además era amigo de varios de los principales escritores de izquierda latinoamericanos. Muchos de ellos apólogos del régimen castrista, por entonces sumado al bloque soviético, al igual que el país natal del escritor. Su figura era incómoda para cierta inteligencia que soñaba en español.
Fue común en aquellos días ver en las playas o en las plazas de cualquier ciudad a lectores sumergidos en esas páginas cuya tapa tenía un bello collage de Max Ernst. No tardó en aparecer un debate sordo porque la intelectualidad consideró que si ese libro tenía tanto éxito en el público masivo no podía ser bueno. Fue así como en no mucho tiempo pasó a ser cool ningunearlo y considerarlo una obra menor. Era recomendable en algunos círculos tomar la previsión de no leerlo. Está visto que frente a ciertos fenómenos, las distintas tribus toman posición y buscan diferenciarse. Mientras, la indiada se inclina por lo que le gusta. Si una novela le viene bien o una película, más allá de las sentencias de los críticos e iniciados, se sumerge a disfrutarla. Algo similar pasó con "Titanic", el hoy ya clásico film de James Cameron, que algunos cinéfilos despreciaron por vulgar y un largo rosario de descalificaciones. Tanto aquella novela como este film fueron masivos y además, quizás ya se puede sugerir sin rubor, son obras maestras que perduraron. ¿Esto quiere decir que todo lo masivo es de calidad por esa aceptación generalizada de los públicos? Por supuesto que no. Pero quizás sería interesante avanzar con otra idea para desgranarla: no todo lo masivo es despreciable y en lo que gusta a muchos anida a veces algo de verdadero valor y calidad.
Ver: Quincho: Cooperativas fantasma, #LasHerasGate y el efecto electoral
"El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive sólo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni de enmendarla en sus vidas posteriores", reflexionaba el autor exiliado con ecos del eterno retorno nietzscheano. "No es la necesidad, sino la casualidad, la que está llena de encantos. Si el amor debe ser inolvidable, las casualidades deben volar hacia él desde el primer momento, como los pájaros hacia los hombros de San Francisco de Asís", se puede leer en otro pasaje. Una de las protagonistas, que es pintora y la institución donde estudia le exige respetar el realismo socialista, reflexiona: "Empecé a jugar con la grieta, a ampliarla, a inventar lo que se podría ver a través de ella. Así pinté mi primer ciclo de cuadros, a los que llamé tramoyas. Por supuesto que nadie podía verlos. Me hubieran echado de la escuela. Delante había siempre un mundo realista perfecto y detrás, como tras la tela rasgada de un decorado, se veía otra cosa, misteriosa y abstracta. Hizo una pausa y luego añadió: ‘Delante había una mentira comprensible y detrás una verdad incomprensible'". Que estos fragmentos de "La insoportable levedad del ser" sirvan de homenaje a su autor, el checo Milan Kundera, muerto esta semana a los 94 años. Es uno de los novelistas del siglo XX que vale la pena leer.
Los sucesos citados de este libro distinto y entrañable, y sobre todo los avatares de su recepción en los lectores, remiten a una problemática educativa muy actual. El mundo de la educación está poblado por un amplio número de protagonistas y todos creen que los otros no saben nada y no merecerían ser escuchados. Hay docentes, directivos, padres, académicos, estudiosos varios, especialistas en diversos campos del quehacer educativo, como estadística, infraestructura o financiamiento, funcionarios del sistema y funcionarios políticos, periodistas, en síntesis "especialistas de diversa laya". Cada uno en lo suyo en realidad conoce profundamente una parte, una perspectiva, con más o menos estudio, con más o menos experiencia. Pero todos suelen dar juicios universales, sin matices, y tienden a mirar el sistema completo a través del ojo de su propia cerradura. La verdad es que en un sistema complejísimo cada uno de estos protagonistas puede dar cuenta de una u otra dimensión, de algunas a veces, pero siempre le faltan otras. Curiosamente cada uno habla desde sí como si tuviera la suma de las visiones y, en general, es despreciativo con el resto en nombre de su propia cualificación. Lo cierto es que quien puede ver o entender en una determinada dirección, posiblemente sea un ciego y un inhábil en otras. Y por desgracia, como todos los especialistas, tienden a sintetizar en su saber las claves del universo. Frente a esa distorsión sólo queda proponer un equilibrado y no vanidoso trabajo colaborativo donde se valore más que lo propio lo que pueden aportar los otros. Cada tanto aparece una rara avis, como "La insoportable levedad del ser" o "Titanic", que cruzan distintos registros e intereses y por lo tanto piden miradas múltiples. Por más que cada visión sea inevitablemente individual. Donde algunos especialistas ven una superficialidad que descalifican desde su perspectiva, se está produciendo quizás un fermento profundo múltiple que hay que saber "leer" o "ver". Esto hace que quienes están en cada dimensión deban tomar con menos rigidez lo suyo y observar con atención al resto.
Un caso para analizar desde esta perspectiva es el del padre de Bahía Blanca que saltó debajo de las luces recientemente por el reclamo de educación para sus hijos afectados por los paros de los sindicatos docentes. Por su profundidad muchas de sus declaraciones públicas parecen las elucubraciones de un especialista. Aún cuando en realidad son los comentarios sinceros de un padre que recibió educación formal hasta los 14 años y tiene dos hijos a los que quiere, cría y proyecta en el futuro. Algo que sorprende, entre muchas otras cosas, es su modo de valorarse a sí mismo: "Si la gente me sigue o me empieza a querer por lo que dije en dos minutos, estamos jodidos. ¿Por qué dicen eso si no me conocen? ¿Qué saben quién soy? Así se crearon varios monstruos, porque verdades podemos decir todos. Puedo ser el peor tipo del mundo y decir verdades, una cosa no quita la otra. Es como que siempre estamos esperando que venga un salvador, preferimos la fantasía a la realidad". Vale la pena que todos los lectores se tomen el trabajo de leer el link que sigue porque recibirán un baño de sentido común. De eso se trata, más allá de la experiencia y la formación de cada uno. En sus respuestas Guillermo Román Sierra, fletero de Bahía Blanca de 48 años, recorre la escuela estatal y la privada, la educación pública, la relación entre educación y trabajo, el mundo de la cultura, la relación de la educación con los sindicatos, los paros y los modos de protestar, el papel de los padres en la educación y la relación con los chicos, la calidad docente, el papel de los directivos, el debate del llamado lenguaje inclusivo y la inclusión, la relación de las personas comunes con la política, los políticos y de qué deben ocuparse, la exposición mediática, y la lista podría seguir pero mejor es leer la nota porque el bahiense reflexiona desde su sentido común con enorme profundidad.
Entre todo lo que el hombre dice hay algo que muestra con claridad lo que el sentido común y la curiosidad pueden lograr. Uno de los momentos más picantes de la charla es cuando Sierra cuenta su reacción frente a un cuento que le habían dado a su hijo en la escuela y que él detectó como un burdo ejemplo de eso que se ha dado en llamar con alguna vaguedad "adoctrinamiento". Su percepción es tan sutil que casi supera lo que algunos críticos literarios o profesores podrían opinar: "Mirá, una vez a mi hijo mayor le dieron un libro que se llama ‘La planta de Bartolo'. Cuando lo leí, fui a hacer un reclamo al colegio. Básicamente, el libro contaba que Bartolo plantó un cuaderno, del que crecieron muchos cuadernos que él regalaba a todo el mundo. Después aparece una fábrica de cuadernos y Bartolo con sus amigos le hacen un piquete... ¿Qué es eso? El dueño de la fábrica seguro le daba trabajo a mucha gente y lo mismo el transporte para llevar y traer los cuadernos. No existen las cosas gratis, ese veneno que le meten a los pibes en la cabeza es grave." Vale también la pena leer el cuento para que cada uno juzgue y lo contraste con la reacción de Guillermo.
Lo cierto es que un hombre común muestra por qué hay que escuchar las diversas campanas. En educación hay que prestar atención sobre todo a esas campanas que no están defendiendo un interés corporativo. Esa es la gran diferencia. Sierra es el defensor de sus hijos frente a un conjunto de intereses de grupo que están privándolo de lo que requieren para construir su futuro: educación de calidad. El resto de los protagonistas de esta historia son como la autora de "La planta de Bartolo", trafican ideologismos e intereses sectoriales detrás de envoltorios bellos. Y para hacerlo engañan diciendo que hay árboles de cuadernos gratis y con esa falsedad demonizan a la fábrica que los hace y los vende. El padre, desde su escolaridad hasta los 14 años lo tiene claro cuando lo analiza. Como revela el gran Kundera: "Delante había una mentira comprensible y detrás una verdad incomprensible". Para comprenderla hay que escuchar con atención, sobre todo a los que aportan sentido común.