El periodista más prestigioso e influyente de los últimos años en la Argentina ha elegido la indiferencia frente a los insultos presidenciales.
Frente a los insultos, la revolución de la indiferencia
"¿Nunca os habéis cruzado con alguien a quien no deberíais haber puteado? Ese soy yo."
Clint Eastwood, "Gran Torino" (2008)
¿Qué lleva a un artista que va rumbo a los 95 años a dirigir su película número 40? La clave la tiene uno de los más grandes cineastas de la historia: Clint Eastwood. Quizás la respuesta sea el motor de los grandes artistas: entender. Hacerse preguntas para entender. Si a esa edad lo sigue haciendo es porque está convencido de que no es nada fácil. Es simple tomar partido, pero entender es otra cosa. Indagar en el sentido de la vida, en el destino personal o en el devenir de la historia es una tarea mayor.
Ha empezado a verse hace unos días en HBO Max "Jurado número 2", la última película de Eastwood. Si "Los puentes de Madison", "Río místico" y "Los imperdonables" son obras maestras, este nuevo film es una pequeña obra maestra. El gran Clint se sumerge en una apasionante reflexión sobre la justicia como institución y pone foco en las decisiones éticas individuales frente a los dilemas morales de la vida. Hay un juicio y un jurado, con ecos por supuesto de "12 hombres en pugna" de Sidney Lumet, pero ambientados en la Georgia actual. Todo indica que el acusado es el asesino de su bella novia en una noche lluviosa en las cercanías de un bar donde han estado bebiendo y han discutido. Pero uno de los jurados descubre que algo no anda bien y muy pronto se encuentra él mismo en un dilema ético que pone en jaque su ya complicada existencia. Eastwood narra con la misma maestría de siempre y va recorriendo los intríngulis que se le presentan a los distintos personajes. Algunos van descubriendo la verdad y otros avanzan por una senda equivocada convencidos de una mentira. Lo hacen con convicción y sin malicia. Cada uno tiene sus motivaciones. El film llega a un punto en que se hace muy difícil dirimir qué sería lo correcto, porque se tome el camino que se tome primará la injusticia. La justicia sabe poco de motivaciones y sentimientos. Sólo evalúa evidencias y, cuando no las hay concluyentes, toma por caminos siempre espinosos. La duda es sobre cuál cabeza caerá la maza que destruirá una vida cuando los prejuicios hagan que los mortales vayan en un sentido u otro.
Dos personajes centrales de la trama son la fiscal, que está haciendo carrera política y una resolución con condena del caso es vital para ella, y el defensor de oficio del estado de Georgia, un apasionado de su profesión. Se conocen de antes del juicio y mientras toman una trago en un bar discuten sobre el proceso. Quien ejerce la defensa está convencido de que su defendido es inocente y la fiscal a esa altura todavía cree en la culpabilidad del acusado, sin preocuparse demasiado por comprobarlo. Todo lo incrimina y eso es suficiente. En uno de los intensos contrapuntos que se dan en las casi dos horas de película, el defensor brinda en el bar con la fiscal. Es para poner fin a una discusión sobre lo justo de la justicia, que ambos ponen en cuestión, pero por distintas razones. El brindis es paradigmático: "Por el sistema judicial. No es perfecto. Pero es el mejor que tenemos".
En ese contexto, Clint Eastwood despliega su drama y hace jugar a sus personajes el dilema moral que se les presenta frente a un veredicto que, quienes han investigado en serio, saben que es injusto. Estarían condenando a un inocente. Con maestría, el director lleva la acción hasta un final previsible, donde, como en una tragedia griega, la injusticia se confirma. Pocos lo saben, para la mayoría el condenado es el asesino. En la escena final, la fiscal, que se ha beneficiado con el resultado del juicio pero está segura de que han condenado a un inocente, toca la puerta de la casa del jurado número 2. La atiende él, un joven alcohólico recuperado, que está viviendo las primeras horas de vida de una hija que ha llegado después de unos traumáticos embarazos perdidos por su mujer. Tiene sobre su conciencia la verdad de lo sucedido y su propia participación en la trama. Sugestivamente el film acaba cuando ellos dos se miran fijo a los ojos compartiendo su secreto. El futuro está empezando. Y no puede ser bueno, hagan lo que hagan. Pero, tal como ha dicho el defensor, sin ser perfecto, ese es el mejor sistema para buscar la verdad.
La reflexión de Eastwood en última instancia apunta a mostrar, con la sabiduría de un artista anciano que ha indagado en la naturaleza humana y en la vida política de su país de un modo profundo, que las pasiones humanas y los dilemas morales cuentan con instituciones para resolverlos que difícilmente den respuestas óptimas. Pero son las que hay y la fortificación institucional es clave para mejorar la vida de todos, aún sabiendo que se convivirá con injusticias e imperfecciones.
La Argentina hoy vive sumida en discusiones de este tenor porque la irrupción de Javier Milei ha introducido, más allá de las novedades económicas, una serie de usos y costumbres que legítimamente repugnan a algunos y preocupan a otros. Se han generalizado formas en el trato entre las personas que son inéditas y que fundamentalmente nadie sabe muy bien cómo procesar. Hace algunos años, cuando surgió ese engendro de las candidaturas testimoniales, un periodista lo apuró al constitucionalista Daniel Sabsay sobre por qué no se había previsto la prohibición de esas postulaciones de personas que se sabía nunca iban a asumir porque no les interesaba el cargo. Sólo "prestaban" su imagen a otros. Explicó que es imposible para quien fija las leyes prever todo, sobre todo las conductas que sería inimaginable que alguien tuviera. No es que la ley fallara, es que no podía prever lo imprevisible.
Algo similar está pasando con los insultos que el presidente Javier Milei le descerraja semana a semana a los más prestigiosos periodistas de la Argentina, como así también a otros hombres y mujeres de la vida pública. Hasta esta semana la situación parecía incontrolable y se le podía aplicar la "doctrina Sabsay": no hay como contenerlo, porque nunca a nadie se le ocurrió que un presidente de la República iba a dirigirse a otros protagonistas sociales como si estuviera en un club barrial o en una cantina. Ese torbellino verbal se completa con los activos partidarios de Milei en redes sociales amplificando o ampliando la catarata de descalificaciones personales e insultos.
Esta semana, en Córdoba, el presidente se refirió a un periodista frente a un público de empresarios: "Hay un imbécil muy pedante, muy jactancioso, en un programa televisivo que sale una vez por semana que se arroga saber mucho de política y pifió todo y que dice que nosotros no teníamos plan, que improvisamos... Con el quilombo que teníamos al frente, si no teníamos un programa volábamos por los aires. Porque esto lo empezamos a hacer desde el día uno... Será que tiene envidia de mi cabellera el señor en cuestión", completó. "Así lo identifican al mentiroso, farsante y operador", aclaró sobre la mención capilar para que no quedaran dudas de que se refería a Carlos Pagni. El lunes pasado el periodista hizo su programa "Odisea argentina" por La Nación+ sin mencionar el episodio. Como en cada entrega analizó el devenir político y social con datos y encuestas. Argumentó sus ideas que sirven a muchos, como las películas de Eastwood, para entender. ¿Eso quiere decir que se esté de acuerdo en todo? No, porque incluso a veces en el desacuerdo hay pistas para indagar si quien observa quiere entender y no está sólo enfocado en tomar partido. Para eso hay que estar abierto a repensar. Quienes ya han arribado a la conclusión de antemano "traducirán" todo a su prejuicio. De hecho desde hace varios programas Pagni, que es crítico en aspectos como la designación para la Corte de Ariel Lijo o de ciertas opacidades en la lucha contra la llamada casta, ha destacado con estadísticas y encuestas los muchos logros del gobierno. No sucede eso en otras entregas periodísticas donde todo está bien o todo está mal. De allí la libertad de cada uno a elegir qué lee, qué ve y qué escucha. Eso es lo que desea cualquier liberal.
Pero lo original de lo sucedido fue la actitud de Pagni frente al evidente ataque a su persona. Sobrándole elocuencia y datos para contraatacar, su respuesta fue la indiferencia. En vez de recurrir a la vieja caja de herramientas, que en otro tiempo llevaba a indagarlo a Sabsay de por qué no se había previsto lo imprevisible, la respuesta fue la omisión. El insultador, el maltratador verbal necesita de la respuesta de dolor, de ofensa, de ofuscamiento del atacado para completar su circuito. Ese es su goce. ¿Qué sucede cuando no tiene eco? Como en el caso de las candidaturas testimoniales, cuando la acción es tan inesperada, desubicada y hasta repudiable, descoloca. A lo mejor se necesita inteligencia y control más que enojo. A veces la indiferencia puede ser revolucionaria. Algunos de los que eligen contestarle argumentan que su condición de presidente es lo que agrava la actitud y que por eso no se puede dejar pasar. ¿No sé puede obviar algo que evidentemente es impropio de una determinada investidura? ¿Por qué si eso sirviera para debilitarlo en su actitud? Habrá que ver cómo sigue esta saga.
En la extensa obra escrita de Domingo Faustino Sarmiento no hay una sola mención a José Hernández. Nunca lo mencionó en público en sus discursos, ni en artículos periodísticos. Cuentan que en privado, siendo presidentes, le decía despectivamente: "el taquígrafo". Porque, el autor de "Martín Fierro" había ejercido ese oficio en la Convención Constituyente de 1860 en Santa Fe, mientras el sanjuanino era uno de los convencionales que estaba reformando la Constitución. A lo largo de su carrera Hernández, conocido como "Matraca" por sus excesos verbales, se cansó de escribir y vociferar contra el autor de "Recuerdos de provincia". La respuesta fue siempre la misma: el silencio. Lo mató con la indiferencia. Sarmiento fue uno de los presidentes más importante del siglo XIX y el autor de una obra maestra, "Facundo, civilización y barbarie". Hernández sólo compuso una obra maestra.
El periodista más prestigioso e influyente de los últimos años en la Argentina ha elegido la indiferencia frente a los insultos presidenciales. Contrasta su actitud con las de otros colegas que han elegido la queja y la denuncia. Pagni es profesor de historia y quizás tomó el ejemplo sarmientino. Lo sucedido configura un laboratorio social muy interesante que habrá que seguir con atención porque lo inédito de una deliberación pública a las puteadas es inédita y desconcertante. ¿Cómo se administra esta novedad? ¿Con indiferencia o contestando a los insultadores? La sabiduría popular habla de "la imposibilidad de callar un chancho a palos". Mientras más le pegan, más grita. Quizás para encontrar la respuesta y entender valga la pena recordar al gran Clint Eastwood en "La lista negra" (1988): "Las opiniones son como los culos, todos tenemos uno".