Habría que sugerirle a Milei que a su visión de economista atraído por las ideas fundamentales de Alberdi le agregara una complementaria lectura de Sarmiento.
El desafío de dejar de hablar pavadas y gestionar con efectividad
"La política es tener una idea clara de lo que se debe hacer desde el Estado en una nación."
José Ortega y Gasset, "Mirabeau o el político"
En 1980 vieron la luz dos textos fundamentales. Desde entonces han sido leídos y releídos incansablemente en clave de comprensión de la Argentina. Corrían tiempos de la dictadura militar. Quienes buscaban indicios para entrever el difuso futuro se resguardaban de la violencia indagando oblicuamente en los pliegues de la historia. Siempre el futuro es una ilusión informe que parece ir en una dirección y termina yendo en otra. Nadie hubiera imaginado en ese año de los dos textos que la cúpula de la dictadura decidiría la aventura de Malvinas y que la derrota militar haría caer a un régimen que parecía eterno. Luego vendría la irrupción esperanzadora de Raúl Alfonsín, que se consolidaría como una personalidad expectante a partir de su oposición casi en soledad a aquella guerra inaudita. El futuro presidente avanzaba a contrapelo de la algarabía de la gran mayoría de los argentinos, quizás inconsciente pero emotiva.
El historiador Tulio Halperín Donghi, que desde los tiempos oscuros de Onganía vivía en los Estados Unidos, prologó el volumen de la Biblioteca de Ayacucho de Caracas "Proyecto y construcción de una nación (Argentina 1846-1880)" con su escrito "Una nación para el desierto argentino". En las primeras páginas Halperín Donghi sostiene: "el progreso argentino es la encarnación en el cuerpo de la nación de lo que comenzó por ser un proyecto formulado en los escritos de algunos argentinos cuya única arma política era su superior clarividencia. No es sorprendente no hallar paralelo fuera de la Argentina al debate en que Sarmiento y Alberdi, esgrimiendo sus pasadas publicaciones, se disputan la paternidad de la etapa de historia que se abre en 1852".
Ver: Quincho: un cornejista a Nación y ¿una cuestión mística en la Corte?
Ricardo Piglia publicó la novela "Respiración artificial" en aquel 1980. Un personaje escribe en la posdata de una carta: "A veces (no es joda) pienso que somos la generación del 37. Perdidos en la diáspora. ¿Quién de nosotros escribirá el Facundo?" En el mismo año y a la distancia, el narrador de ficción y el historiador iban por un camino similar: la búsqueda en los textos del pasado de las claves del presente. No porque el presente repita al pasado o ese pasado pueda traerse al presente sino porque las ideas son inspiradoras siempre para comprender. El propio Halperín Donghi escribió sobre "Respiración artificial" un texto sugestivamente titulado "El presente transforma el pasado" y dio claves de comprensión de esa novela en su contexto. No es casual que destaque el epígrafe del poeta T. S. Elliot citado por Piglia: "Nosotros teníamos la experiencia, pero habíamos perdido el sentido, un acercamiento al sentido restaura la experiencia".
Buceando en aquellos dos escritos imprescindibles se pueden encontrar claves para entender este extraño presente. Hoy parece estarse transitando un punto de inflexión como el que vislumbraban los dos autores, uno desde la literatura y otro desde la historia, en aquel lejano y brumoso 1980. Remata Halperín Donghi su escrito con palabras que pueden ser releídas en clave del presente y que sorprenden por su actualidad: "Si en 1880, como quiere Sarmiento, 'nada se siente estable ni seguro', ello no se debe tan sólo a lo que en el proyecto transformador se ha frustrado; se debe también -y quizás más- a lo que de él no se ha frustrado. Porque ese proyecto no ha fracasado por entero... Esa Argentina de 1880, que no está segura de haber concluido victoriosamente la navegación que debía dejar como herencia un país nuevo, comienza a adivinar que pronto ha de emprender otra. En el trasfondo de esos exámenes sin complacencia de la república posible, empieza a discernirse una de las preguntas centrales de la etapa que va a abrirse: si es de veras posible la república verdadera, la que debe ser capaz de ofrecer a la vez libertad e igualdad, y ponerlas en la base de una fórmula política eficaz y duradera. Es quizás significativo que los primeros pilotos de esa nueva navegación no tengan nada de la optimista seguridad de los que, casi medio siglo antes, habían trazado el derrotero de la que ahora se cerraba".
En su artículo sobre "Respiración artificial" Halperín Donghi cita la novela de Piglia: "¿Como podriamos soportar el presente, el horror del presente, si no supieramos que se trata de un presente historico?" Es decir, el historiador rescata del narrador una reflexión para comprender que la historia no se detiene y siempre se construye. Aún en los peores momentos hay quien está diseñando estrategias y avanzando hacia el futuro de la república, esa "que debe ser capaz de ofrecer a la vez libertad e igualdad, y ponerlas en la base de una fórmula política eficaz y duradera".
Es difícil ubicar en perspectiva histórica un presente angustiante como el actual. Quizás valga el ejercicio en momentos en que el presidente Javier Milei empieza un camino que encaja en las reflexiones citadas. Se adapta a la visión de Sarmiento, rescatada por Halperín Donghi, acerca de que "nada se siente estable ni seguro". Pero, sin embargo, esas dudas sarmientinas condujeron a la Argentina de fines del siglo XIX y principios del XX, tan admirada y exaltada por el presidente que hoy asume.
Quizás, como síntesis, habría que sugerirle a Milei que a su visión de economista atraído por las ideas fundamentales de Alberdi le agregara una complementaria lectura de Sarmiento. La razón es simple. Alberdi fue el arquitecto de un país magnífico, luego malogrado de fracaso en fracaso, pero fue un teórico. En términos que Milei entendería, Alberdi nunca pagó una nómina salarial ni diseñó un plan para alfabetizar a un pueblo entero y lo ejecutó. En cambio Sarmiento, que también fue un teórico fenomenal, se transformó además en gestor. Con todo lo frustrante que eso resulta porque una cosa es idear y diseñar realizaciones y otra, muy distinta, llevarlas a cabo con efectividad. Tener éxito en las cosas públicas es casi una utopía. Los años de populismo recientes nos han mostrado como ideas bellas, "defensa de la educación pública" por ejemplo, naufragan cuando los gobernantes son pésimos gestores. Ya se ha dicho y demostrado como, a pesar de esa encendida defensa verbal, nunca la educación pública retrocedió tanto en la Argentina como en las dos décadas de peronismo kirchnerista. Relato contra evidencias y datos.
En ese punto se encuentra hoy la Argentina con un dilema fundamental. Ese país que diseñaron Alberdi y Sarmiento descendió a sus puntos más profundos de decadencia. Pero con un mandato de la última elección de salir de ella, de cambiar, de torcer el rumbo. Por el lado del relato y las ocurrencias populistas ya se arribó al desastre actual. Por eso se podría postular que ha llegado el tiempo de la gestión. Si el país se encaminara a veinte años de gestión, gestión y más gestión, dejando de lado las paralizantes peleas a las que llevan los estériles debates ideologistas, se podría encaminar. Requiere competencia y paciencia, además de la conformación de equipos técnicos y políticos adecuados. Porque las ideas hay que llevarlas a cabo y para eso se necesitan los inspiradores técnicos y los gestores políticos, que no siempre coinciden. Es muy difícil porque la Argentina lleva en su ADN el impulso de matar y vivir sumida en la charlatanería más ramplona y en una deliberación pública muy mediocre. Para gestionar se necesita salir de esa trampa y aprovechar la herramienta que da la política inspirada en la cita de Ortega y Gasset del principio: un estado al servicio de la idea clara de lo que debe ser la nación.
En ese debate Mendoza tiene un claro ejemplo para dar. No será el primero de la historia si se recuerda que en el siglo XIX fue la provincia que adoptó una Constitución escrita por Alberdi, que, entre otras cosas, evitó los caudillismos retrógrados que han retrasado al país; o que con el lencinismo arribaron a estas tierras antes del peronismo las legislaciones sociales más avanzadas; o que tuvo un conservadurismo progresista y constructor, de Emilio Civit a las gestiones gansas de los '30 y el Pancho Gabrielli de los ‘60, que sentaron bases fuertes. Todos con sus claroscuros, pero colaborando a hacer de este desierto desalentador un oasis increíble.
El ejemplo actual que debe ver el país es el retorno de un gobernador, Alfredo Cornejo, que respetando a rajatabla la letra y el espíritu de la Constitución vuelve al sillón de San Martín a seguir un proceso que su sucesor Rodolfo Suarez continuó. Luego de aquel mandato que él mismo bautizó de "de transición", de "revolución de lo sencillo", encara hoy el desafío de proyectar la provincia hacia el futuro. Cuenta con el condicionamiento que representa estar supeditado a la macroeconomía enferma de la Argentina, pero también asume con el mandato de potenciar al máximo sus posibilidades: la agroindustria con la vitivinicultura mundializada a la cabeza, la energía, el turismo y la gastronomía, las industrias del conocimiento, entre otras. Sus detractores le achacan ser un caudillo a la mendocina que ha acumulado demasiado poder institucional. Por ahora no han aportado un solo ejemplo transcendente de mal uso de ese poder. A pesar de su ya sostenida influencia política de varios años. Los inquieta la potencialidad. Deberán estar alerta entonces, pero no poner palos inútiles en las ruedas como han hecho en muchos casos hasta ahora. Mendoza sabrá valorar ambas actitudes.
Sólo algunas pinceladas de lo mucho que se podría decir, a veces no suficientemente explicitado por el propio Cornejo y sus partidarios. Mientras hoy Milei sueña con disminuir la carga estatal que sólo ha servido para perpetuar al peronismo kirchnerista en el poder engrosando el estado sin dar mejores servicios al ciudadano, Cornejo es el único gobernador de la democracia que entregó la plantilla de estatales con 8% menos de empleados, al tiempo que mejoraba sustancialmente todos los servicios. Quizás, incluso, sea un ejemplo único en el país. Lo que hay que comprender es que cada peso no mal gastado va a mejor salud, educación, seguridad y justicia. Además trajo para quedarse, porque Suarez lo continuó con celo y lo profundizó el ansiado equilibrio fiscal que Milei añora para el país: no gastar más de lo que ingresa. En última instancia, crear las condiciones para que no haya inflación, bajar la pobreza y la indigencia, y producir el ansiado desarrollo económico, algo que no se hace hablando pavadas progres sino gestionando con mano firme y obteniendo resultados medibles. Además, Cornejo puso la educación a la cabeza de la preocupación pública provincial, iniciando un camino de cambios y mejoramiento continuado por Suarez, que hoy es mirado con atención por el resto del país y por organismos internacionales. En esto Milei ha tomado el camino errado de subsumir en un difuso marco de "Capital humano" una Secretaría de Educación, que no tuvo siquiera la suerte de Salud que esta semana fue ascendida nuevamente a ministerio sin que se conozcan las razones. Quizás se podría haber pensado en un "Ministerio de Educación y Capital Humano" donde con eje en el proceso educativo se hubieran coordinado los aspectos sanitarios y de desarrollo social. Sobre todo si se recuerda a Sarmiento cuando decía que en una nación "todos los problemas son problemas de educación". Milei todavía está a tiempo de retomar ese rumbo que Mendoza ya emprendió, al punto de que Cornejo definió recientemente en una mesa redonda a la educación "como el ordenador cultural de la sociedad". Además ha anunciado que estará personalmente en la Dirección General de Escuelas como estuvo en seguridad en su primera gestión. Lo que se complementa con la consolidación de un superministerio educativo a cargo de Tadeo García Salazar, un ex intendente con sobrada capacidad de gestión y conocimientos para el área. Finalmente, es destacable que las gestiones de Cornejo y Suarez han achicado la deuda en dólares de la provincia, merced al orden impuesto, a pesar del cacareo pertinaz de cierta oposición falaz y descreída proclive a la contabilidad creativa. Sin olvidar que, por gestiones del gobernador que está asumiendo, la Provincia está recibiendo 1.070 millones de dólares como reparación que serán destinados al desarrollo productivo por un equipo joven, capacitado y fogueado de funcionarios, que representan una verdadera y auspiciosa renovación generacional.
Mendoza le lleva una ventaja al país en cuanto al tiempo en que inició su proceso de modernización y ajuste a la realidad. Ya ordenó sus cuentas, fortificó y achicó su estado, lo modernizó (atención con la revolución digital ya en marcha), puso a andar su educación, en síntesis, hizo esos deberes que hoy son la plataforma de un posible despegue y el piso de un compromiso para la gestión que asume. Todo construido a partir de la obsesión notable por la gestión de quien lidera. Milei debería revisar con ojo crítico y sin ciertas lentes distorsivas el trabajoso camino emprendido hace ocho años en las tierras donde se inició la gesta libertadora sanmartiniana. No se conoce una foto de Milei con Cornejo. Ojalá dialoguen pronto. Argentina merece una oportunidad, porque cada generación sueña con salir del desastre al que han llevado tantos años de populismo y malas administraciones. Lo uno por lo otro. Una República esperanzada lo espera.