Historias que ocurren a diario, que están ahí, delante de nosotros. Con algunas nos cruzamos, pero otras pasan de largo sin saber quiénes somos.
Dos historias y una misma cuadra
Dos ventanas, dos historias en la misma cuadra. Una en el piso más alto de un edificio; la otra en la planta baja.
Arriba, una luz tenue indica que, tímidamente, comienza a construirse un camino. Juntos y por primera vez han decidido compartirlo todo. Vivir bajo un mismo techo. Un par de mochilas con ropa amontonada, como si el equipaje fuese improvisado; unas zapatillas por si llueve y un corazón que rebosa de ganas de vivir todo pero de a dos. Los ojos brillan de pura ilusión y la incertidumbre de lo que vendrá los mantiene alerta. Si se concentran, pueden sentir las palpitaciones y hasta componer una canción con cada sonido. La respiración juega, y se convierte en el instrumento principal de la sinfonía que están creando. Se agitan, se miran, se aman.
Abajo, en la planta baja, la luz destella hasta llegar a molestar a quien se detiene a mirar. Hay silencio, mucho silencio. De ese que despierta sospechas, del que avisa y del que traiciona. Hay distancias, eternas y crueles. Sí, hace frío en plena primavera. Algunas habitaciones ya están vacías, listas para el descanso. El parquet ya no cruje bajo los pasos monótonos de otros años. No hay prisa. La vida, desde hace tiempo, se percibe en pausa y en mute. No hay incertidumbre, hay hastío. Se conocen tanto que se han probado de mil maneras, pero ya ninguna funciona. Se quedaron sin filo. Las miradas están desgastadas, y la tarde no promete encuentros.
Los olores se confunden: el aroma de lavanda de las nuevas recetas se mezcla con el encierro y el café de abajo. Extrañamente, en ninguno de los dos lugares hay música. Solo, de vez en cuando, se escucha un teléfono vibrar cuando llega un mensaje. En las dos ventanas es igual.
De tanto en tanto, las visitas se acercan. Las que suben, desean fortuna y paz; las que entran abajo, lo hacen para consolar. Se cruzan en el umbral con la premura de no molestar, como si obedecieran a una misma consigna que ignoran que los identifica.
El principio y el final ocurren en el mismo edificio, pero no se conocen. Los de arriba están comenzando lo que los de abajo ya están terminando. A los vecinos más antiguos, los comienzos ya no los conmueven. A los novatos, hablarles de finales dolorosos les provoca tanta indiferencia que ni siquiera lo comprenden, mucho menos lo imaginan.
Dos ventanas, dos historias tan distintas pero, a la vez, tan conectadas. Latidos de corazones que adoptan cambios en la misma zona de promesas. Justo ahí, ellos se buscan y se encuentran, se alejan y se desconocen. Cuatro almas, una cuadra, un comienzo y una despedida. Como si fuese lo único que necesitan para seguir viviendo.