La indiferencia es la regla
En setiembre del 2022 publiqué una nota llamada "A cuento del día de la niñez", entre otras reflexiones, en esa nota relaté brevemente la situación del jardín Caritas dulces, jardín maternal que se encuentra en el campus universitario y que depende de la Universidad Nacional de Cuyo. Voy a retomar el hilo de esta publicación porque la situación es alarmante: una docente que factura para la Universidad como docente del jardín cobra alrededor del 30% de lo que cobra una docente a la que se les respetan sus derechos laborales. Así como lo lee. Ni siquiera hablamos de ampliación de la desigualdad entre clases sociales o fracciones de clase, estamos hablando de una zanja que divide trabajadores que cumplen las mismas funciones, con las mismas obligaciones y que dependen de la misma institución.
Sin lugar a dudas esta situación no desencadena en una explosión porque las docentes que trabajan ahí (y me atrevo a afirmar que la mayoría de los y las docentes de la provincia), a diferencia de los funcionarios, tienen vocación de servicio y luchan por una educación integral y de calidad desde los primero años. Quizás también, tristemente, porque de a poco perdemos nuestra identidad sindical y se diluye la certeza de que los derechos se pelean y se defienden o si no se pierden. Esta combinación de elementos: fragmentación política, presión institucional y temor dan como resultado un proceso de empobrecimiento cualitativo sin precedentes. Ustedes se estarán preguntando junto conmigo ¿qué clase de docente puede cuidar a un niño si cobra menos de la mitad que sus compañeras/os de trabajo? Lo extremadamente contradictorio es que algunos funcionarios de la UNCUYO llevan o han llevado a sus hijos pequeños a este jardín. Quienes pueden modificar esta situación, la conocen y usan, pero no les importa. Y lo que es más peligroso aún, no solo no les interesa la condición de las y los trabajadores, sino que siquiera les importa en qué condiciones trabajan las personas que cuidan a sus hijos e hijas. Esto sí que es alarmante. Porque la indiferencia ante el malestar social es moneda corriente, pero este escenario es obsceno al menos por dos razones: hablamos de la casa de altos de estudios de la provincia que vulnera la educación de los más pequeños y los funcionarios están en pleno conocimiento de la situación extrema del jardín.
¿Y los sindicatos?
En este panorama, los sindicatos tenemos nuestra cuota de responsabilidad, no cabe duda. El comienzo de año de las escuelas de la universidad estuvo minado de paros docentes, lograron un resultado paradójico y negativo: que se empiece a hablar de un ítem aula en la universidad para establecer formas legales de coacción sobre la acción sindical. Como militante sindical, no me cabe duda de que la organización colectiva es la única alternativa para equilibrar situaciones de extrema injusticia y en esa lucha nos podemos valer de diversas formas de huelga pública; pero también, esta acción debe ser implementada en su medida y armoniosamente para lograr los resultados que se declaman. Si no se cosecha agotamiento, desprestigio, desorganización y atomización.
En el artículo anterior hablo "de un marasmo social que quizás no tiene retorno." Hoy estamos debatiendo sobre la inteligencia artificial, sus bondades y fatalidades. Sería maravilloso que la IA estuviera al servicio de los humanos para hacer tareas desagradables o fatigantes. Por ahora estamos jugando en la cornisa viendo como nos van reemplazando en la generación de ideas, lenguaje e imágenes. Las tareas de cuidado básicas de un cachorro humano (alimentar, abrigar, asear) se podrían reemplazar por un robot que no cobre ningún sueldo. Sin embargo, al cuidado de la niñez se la sostiene con mirada, con conexión, con calor de la piel, sonidos de latidos y olores que acogen. El término marasmo[2], que se relaciona con un déficit nutricional que pone en riesgo la vida en la primera infancia, refiere también a lo que nutre más allá del alimento en sí mismo. Estoy hablando de cuando los y las bebés, aun teniendo alimento a disposición, no se quieren alimentar porque falta apego, falta upa, falta tibieza y no quieren vivir.
¿Qué argumento más certero que la conservación de la especie se necesita para que los y las profesionales que se ocupan de atender la primera infancia cobren el mínimo necesario para su supervivencia? En palabras de J. Alemán[3] "El amor que se rechaza en el capitalismo es el amor por lo Común, que incluye siempre por definición al desconocido, la extraña, lo lejano y especialmente la participación no jerárquica en el "uso público de la razón". Es este rechazo a este tipo de amor por lo común, patria, educación, salud, medio ambiente, derechos de la mujer, etcétera, el que lleva al odio hacia aquello que en lo común intenta introducir justicia e igualdad."
"en tiempos donde siempre estamos solos,habrá que declararse incompetenteen todas las materias del mercado".