Un nuevo lugar se interpuso en mi camino diario y alteró mi rutina de lo conocido. Y, entonces, llamó mi atención lo que hacen allá adentro.
¿De quién son esos ojitos?
Un local de estética que ofrece servicios para mejorar o aumentar las pestañas, cejas y también colorear los labios inauguró en el barrio. No pude evitar pasar y mirar a través de los vidrios esmerilados: camillas con mujeres, literalmente, panza arriba, tapadas con una manta rosa; y que fuera ese color el elegido lo tomé como toda una provocación. La escena fue tan distópica que me recordó a la serie "El cuento de la criada". Traté de mirar un poco más por las hendijas que el decorado permite, observando las camillas en fila con cuerpos absolutamente inmóviles, y alguien con barbijo y una especie de jeringa desplegando su arte en los rostros de las clientas. Tremendo.
Y entonces pensé en por qué sentimos la necesidad de alterar o reforzar lo que muestra nuestra cara. Con la intención de que parezca algo natural, los cambios se notan tanto que se pierde toda la belleza de lo simple.
Pude ver, por ejemplo, a mujeres mayores, haciéndole frente a los cambios que la vida hace con valentía en el rostro. Con el tiempo las cejas se van extinguiendo. El antes y después que propone el lugar es sorprendente. Y ahí voy más allá con la imaginación y recreo una reunión familiar, todos tratando de adivinar qué tiene de nuevo la abuela que la ven distinta, pero sin poder adivinar por qué. Y ella, con cejas nuevas y pobladas, sentada en la cabecera de la mesa, sonreirá sin decir una palabra.
Con las pestañas sucede algo similar. La modernidad les permite tener las pestañas más largas y curvadas a todos los que deseen alcanzar ese tesoro. Y lo logran, pero con un detalle no menor no pueden impedir que se note que es artificial. Y ese tratamiento que mantiene unos ojos siempre bien abiertos o bien cerrados rompe con la armonía de lo natural.
Pero ahí vamos, cayendo bajo la influencia de quienes cuentan en sus historias la emoción que sintieron con el cambio. Que ahora sí, son felices de verdad con esas pestañas tupidas y cejas frondosas. Ah, y cuando se las hacen no pueden llorar durante doce horas... Me parece tan alegre la recomendación como plástica. ¿Cómo que no puedo llorar cuando quiero?
Con los labios pasa algo similar. Hay un método que los colorea temporalmente, unos labios aumentados de alguna manera. Se ven bonitos, bocas perfectas y deseadas. Solo que la hinchazón demora unos días en acomodarse, y podemos ver a las militantes del colágeno decirnos, con un poco de sangre alrededor, que todo pasa y que en unos días la boca quedará preciosa. De nuevo siento la distopía mostrarse en Instagram.
Y otra vez me interrogo, porque en esa búsqueda de destacar y de ser distintos, ahora caminan bajo la tendencia permitida de ir todos con la misma boca y la misma mirada.
Jóvenes que refuerzan su belleza y adultos que se aferran a ella antes de que se diluya con el tiempo.
Tretas permitidas para sentirse y, lo mejor, verse mejor, que definitivamente buscan decir algo más allá de mirarnos.
Los ojos seguirán siendo el reflejo del alma. Claro que ahora aggiornados gracias a los avances estéticos. Y detrás de todo lo artificial, tal vez esas miradas tratarán como siempre de salvar el corazón.
Por lo pronto, no seguiré indiferente cada vez que pase por ahí y vea cómo entran a ese mundo de miradas cómplices con el sueño de ser únicas.
YO SOY...
mis alas?
dos pétalos podridos
mi razón?
copitas de vino agrio
mi vida?
vacío bien pensado
mi cuerpo?
un tajo en la silla
mi vaivén?
un gong infantil
mi rostro?
un cero disimulado
mis ojos?
ah! trozos de infinito.
(Alejandra Pizarnik, 1955)