Crónicas del Subsuelo: Terror maoísta
Tengo un amigo que vive lejos lejos, muy muy lejos. Con el tiempo lo perdí dado lo que cuento: la distancia. Se llamaba, le decían en verdad, pinchaponcho. Y ahora no sé qué es de él... Ni de su joroba me han anoticiado. Le quedó camello en su llamar por la forma de su espalda. La cara, bien parecida a un coyote tenía.
Un día, recuerdo -juro fue así- fuimos de pesca con mosca a un río del bajo fondo atiborrado de barro y matuastos. Llevamos dos botellas de vodka y una damajuana de vino tinto marca cañón para la aventura. ¿El río?
Reía en su estar inclinado.
El río bajaba de la montaña como corresponde a todo rio inclinado y tenía una joroba en su ladera sur muy muy prominente. Trepamos nuestros avíos hasta a la cumbre por su ladera norte ¡ay la cumbre, qué libre soy! dijo pinchaponcho jadeando, haciendo una visera con su mano militar al sol, oteando la inmensidad de ese todo inaccesible.
Pinchaponcho llanero solitario y el Indio Sancho Panza que sería yo. Porque él era yugoslavo y protagonista principal y yo indio secundario completo sin terciario.
Yo lo acompañaba por estar aburrido. En mi casa nunca hubo nadie. Se habían muerto todos de un infarto masivo en un ataque fulminante y escandaloso. Lo cual me permitió ahorrar en el sepelio un poco de dinero, una diferencia al menos que por el precio la empresa funeraria me hizo, de cortesía de la casa me diría el hombre de negro tras el mostrador. Quedamos satisfechos y conformes. La empresa funeraria y yo nos extendimos la mano por el buen trato hecho.
Hecho dijimos a la vez.
¿Dónde ponemos a la vieja? preguntó el hombre de la cochería, ¿dónde al hombre de bigotes canos y dónde a la señora esposa del hombre de bigotes canos?... y como no quise responderle él decidió por manual de procedimientos prenderles fuego a los muertos y a sus cajones... y me pareció bien lo hiciera así porque para eso le pagábamos con la nuestra.
No tantas preguntas le dije esa tarde y métame a los tres cadáveres en una bolsa si quiere, o métaselos en el ojete porque yo tengo que irme a la montaña con mi amigo yugoslavo y una damajuana, más dos botellas de vodka y una carpa prestada por no sé quién. Cuestión que el tipo de la cochería decidió por su cuenta y a mí no me importó nada lo que hizo.
Cuánto es, pregunté. No no no, nada señor, dijo el cochero con un rostro adusto y cortante. Bueno gracias, hasta la próxima... y salí de la puerta hacia la calle olvidando el trámite. El duelo vendría luego años más tarde porque una noche...
Otra vez, con mi amigo yugoslavo fuimos a ver una película pornográfica a un cine al aire libre ubicado en las afueras de la ciudad. En el playón no había nadie. Sin embargo proyectaron la película para nosotros. Habíamos pagado la entrada anticipadamente con la nuestra. Qué raro no venga nadie, expresó mi amigo yugoslavo haciendo una visera con sus manos para otear la inmensidad de ese cine vacío y, por momentos, cual llanero solitario sintió el frío por las chuscas que traía el viento.
Yo lo vi tiritar.
Me encogí de hombros y me encogí de brazos; y también de piernas... y me encogí tanto hasta quedar hecho un bicho bolita. Así uno va desconociéndose a sí mismo. De paso no está obligado a opinar ni a responder preguntas que la gente sabe soltar en el aire cuando no tiene nada que decir. La gente hace preguntas cuando no tiene nada que decir.
¿Por qué no se callan?
Mi amigo yugoslavo se había hecho escritor de jaikus porque le parecía que así ahorraba. Mirá como derrochan tinta los narradores, qué bajeza y qué mal le hace a la naturaleza cuando escriben demasiado largo y aburrido, dijo en cuclillas, algo asqueado, mi amigo yugoslavo.
Qué te haces el chino yugoslavo le dije algo enojado, si por tres frases de mierda tampoco sos ecologista ¿a quién le ganaste la concha de tu hermana? Él seguía con la visera hecha con sus manos militares. Era una estatua mirando a la nada incaica. Tuvimos una mala tarde y mucha mala suerte aquella vez. Y el yugoslavo, supe, no tenía hermana. Por eso me dijo y ahora entiendo: como hermana no tengo con la tuya me entretengo, dijo, sin dejar la seña.
Con mi amigo yugoslavo sabíamos hacer travesuras, las fabricábamos. Estábamos casados. Él con mi esposa y yo con la suya, con lo cual podíamos engañarnos de una manera poco convencional entre nosotros. Vos salí con la mía y yo con la tuya le propuse. Pero las chicas dijeron en coro ay, no tenemos tiempo para travesuras. Vayansé a la puta que los parió manga de perversos malparidos.
Entonces nos fuimos a perseguir palomas. Mi amigo yugoslavo cazó cinco y yo cuatro. Me hizo burla por su triunfo pírrico sacándome la lengua. Yo lo empujé de bronca, con tanta mala suerte que pegó su nuca contra el cordón de la vereda. Estuvo diez años en coma cinco, pero fue bajando a cuatro, tres, dos... a medida pasaba el tiempo.
Cuando estuvo en coma uno le permitieron caminar con los patos en la granja y, si bien al principio le costó pudo finalmente integrarse, al punto del meta y ponga con una gansa regordeta en celo que lo miraba excitada de reojo. Él ya era un ganso yugoslavo más en esa granja de rehabilitación de adictos. Y como se había vuelto loco se llamaba así mismo y en el espejo Thomas De Quincey, el opiómano.
¿Qué Tomás, De Quincey? le preguntaron en un bar una noche, y no le gustó para nada la jodita de la pregunta. Decí no pasó a mayores, porque esta vez mi amigo yugoslavo no hizo lo de la otra, cuando le preguntaron lo mismo en otro bar de mala muerte y reaccionó mordiéndole las manos al cantinero. Le sacó con sus dientes ensangrentados el anillo de oro de su mano izquierda. Irascible mi amigo yugoslavo con el cantinero como perro con rabia aquella maldita noche.
Nos fuimos del bar para no generar más bardo. Al otro día iríamos a la Galería Tonsa a cambiar el anillo amputado por billetes. Era de 18 quilates el anillo, nosotros dijimos eso, que era de 18 quilates el anillo. El tipo del local lo miró con unos lentes y se tomó su tiempo, auscultando con su lupa las betas de la argolla que refractaban por las luces del local. En la puerta un cartel decía compro oro, vendo plata. Era el lugar indicado. Sin embargo el tipo del local dijo permiso, voy a consultar con mi socio que es experto en detección de oro pertiguéz. No sabíamos qué era el pertiguéz, lo buscamos en el diccionario y no existía la palabra, lo cual nos hizo dudar y sospechar de su lenguaje.
El tipo del local no volvía del fondo y se demoraría más de lo considerable: tres, cuatro, cinco minutos. Mi amigo yugoslavo tenía debilidad por las joyas de la abuela y era muy nervioso con los tiempos, le faltaba paciencia. Se puso ansioso. Empezó a manotear lo que había en el estante frontal de vidrio del local, joyas brillantes de colores extrañamente verdes en degradé hacia el opaco, chucherías de plástico que el tipo de la casa de compra y venta ponía de muestra, porque a las joyas de posta tenía celosamente guardadas en una caja fuerte donde estaba conversando con su socio experto tras las cortinas del local que no veíamos. Era una intriga el socio experto. Se escuchaba su voz indescifrable... grave y cadenciosa.
¿Y qué hacemos? le dije a mi amigo yugoslavo, si viene el tipo del local no va a encontrar sus chucherías en los escaparates, nos acusaría de ladrones, se quedaría con el anillo de oro para él y su socio experto, y nosotros, finalmente, terminaríamos presos en la comisaría en la zona de preventores. Entonces nos fuimos corriendo por la galería hacia la calle con el bolso repleto de joyas de plástico, de mierditas que no valían nada de nada. En la calle, el tránsito, era una locura. Con estos calores, la gente andaba malhumorada.
Corrimos a todo lo que da por la avenida principal. En la esquina pasamos el semáforo en verde para los autos y casi nos pisa un furgón de caudales. Mi amigo yugoslavo era de tener esas fantasías, atracar un camión de caudales fue siempre su sueño. Los caudales estarían en el furgón y no sabríamos cuántos caudales habría dentro. Menos mal no pasó nada. Vadeamos por ahí con la bolsa sin hacer aspavientos, le dije nos mantendríamos calmos como si fuésemos turistas por las zonas de las ruinas.
Allí lo conocimos. Era un africano.
Nos quedamos con el senegalés mademba, finalmente, en la alameda de los colgados. Tomamos unos licores diabólicos y tórridos que el negro traía en su bongó, acovachados en el hueco de su instrumento de percusión, dentro de su tambor grasoso. Le ofrecimos las chucherías del local de compra y venta por cocaína y nos dio una bolsa de un kilo de harina a cambio.
¡Nos cagó mademba el africano! y aquella noche le dijimos al unísono:
Negro senegalés hijo de mil putas nos mejicaneaste otra vez, o no te acordás cuando a un huarpe le robaste el iphone en la fiesta de uno que cumplía 50.
Ay los huarpes, qué liberales eran los huarpes. Querían le devolvieran sus tierras, pero antes, mucho antes, siglos antes, los incas se los culiaron de parados porque los huarpes nunca batallaron por cagones, los originarios ya habrían muerto hace muchos años. Huarpe en Laurasia es sinónimo de cagón. Cagan en las lagunas de guanacache sin agua. Se limpian el culo en la arena, quedándole las costras en las cachas, y en la baja entrepierna. No tienen hinchada. Se parece a una postal. Diez huarpes nomás quedaban en la inmensidad del desierto con la bandera que decía vamos los huarpes.
¿Dónde van a ir? pensé, mientras se sacaban una selfie.
Le cantaron los incas yéndose con las cabras por la cordillera, utilizando epítetos en quichua de alto calibre amoral. Unos cantos tenebrosos y huraños. Cobriza la Cordillera de Los Andes, veteados colores de los altozanos, siete y catorce cerros multicolores incaicos destacándose en el celaje de aquella caída de la tarde. Mosaicos y momias. Pánico huaripa. Los huarpes sin mofarse exigirían un museo para ellos y sus restos, y los restos de sus futuras degeneraciones porque iban por todo como nunca antes.
¡Ambicionaron el control del centro de investigaciones científicas para momias de montaña! los muy hijos de puta.
Los huarpes tenían miedo y se hacían caca en los pañales que les entregaba el PAMI, de onda. Daban lástima. Daban pena. Malditos huarpes. Quedaron cinco, pero, aparecieron unos judíos que los reivindicaron como dioses ancestrales, judíos porteños de once recalaron en la montaña haciéndose los sabiondos, alegaron tener el enigma de la procreación. Y los huarpes, como de costumbre, transaron con los judíos. Uno de ellos publicó un libro sobre los huarpes judíos. Cosa rara che para una imprenta.
¡Cómo no aniquilarlos, cipayos!
A los judíos los echaron. Los vieron, buscando y olfateando, cual osos hormigueros cavando pozos por el oro de la zona, y los sacaron a patadas los policías eco incaicos porque los vieron manotear la plata, desesperados, metían las pepitas en sus bolsos. Hay miliquitos que cuidan a las momias incas y a los huarpes sodomizan, ojo. Son los guardabosques. Los meten presos con la torá bajo el brazo porque la policía incaica hace un tiempo ya labura para Hezbollá. Y les encanta Irán y Venezuela por sus playas. A los huarpes en cambio les gusta Dinamarca y los países escandinavos, porque allí pueden ir a tocar la quena de los vikingos y hacerles la fellatio a cielo abierto a un adorador de Odín sin ningún problema, porque ellos, ay ellos tan ancestrales con apellidos italianos. Rebajadísimos mire vea, con sus crines, pero en auto y con celular.
En definitiva, quiero contarles otra cosa.
Unas damas orientales pasaron de visita por la ciudad. Mi amigo yugoslavo era un excelente fotógrafo. Aquí está el problema ¿su cámara? No. Lo que hacía con su objeto, su cámara, extensión de sus deseos no tan artísticos por caso. Les apuntaba al movimiento de las nalgas orientales y seguía el ritmo acompasado de las damas, los tacos aguja se contonearían por la vereda caminando cual radicalas. Y mi amigo yugoslavo dele y dele con las fotos de las nalgas orientales. Quién pudiera conquistar las nalgas orientales como hicieron siglos antes con las indias orientales los de la corona.
No pasó nada. Las damas orientales no estaban al tanto de la legislación vigente, toda persona sea hombre o mujer o lo que la mezcla quisiera ser de sus genitales, puede acusar recibo y dirigirse al primer centro de atención al público para radicar la denuncia. No sabían eso las damas orientales, zafó mi amigo yugoslavo que osó manotear el culo de una de ellas para después decirme ¡che, qué durito que lo tiene la china!
Sos un imbécil le dije ¿no ves que nos están filmando?
En fin...
Pero un día vino el hombre con sus jaulas, lo encerró y se lo llevó a la ciudad. En el circo le enseñaron las piruetas...
Se escuchaba una música y un cantar:
"Perdona hermano mío si te digo Que ganas de escribirte no he tenido No sé si es el encierro No sé si es la comida O el tiempo que ya llevo en esta vida Lo cierto es que el zoológico deprime Y el mal no se redime sin cariño Si no es por esos niños Que acercan su alegría Sería más amargo todavía A ti te irá mejor, espero Viajando por el mundo entero Aunque el domador según me cuentas Te obligue a trabajar más de la cuenta Tú tienes que entender hermano Que el alma tiene de villano Al no poder mandar a quien quisieran Descargan su poder sobre las fieras Muchos humanos son importantes Silla mediante, látigo en mano Pero volviendo a mí nada ha cambiado Aquí desde que fuimos separados Hay algo sin embargo Que noto entre la gente Parece que miraran diferente Sus ojos han perdido algún destello Como si fueran ellos los cautivos Yo sé lo que te digo Apuesta lo que quieras Que afuera tienen miles de problemas Caímos en la selva hermano Y mira en que piadosas manos Su aire está viciado de humo y muerte Y ¿quién anticipar puede su suerte? Volver a la naturaleza Sería su mayor riqueza Allí podrán amarse libremente Y no hay ningún zoológico de gente Cuídate hermano, yo no sé cuándo Pero ese día viene llegando"
Loaban los perros en la puerta y del zoológico se escuchaban y salían sonidos de aplausos y de palmas de los monos culo rojo, encantados con el espectáculo y con ese canto. En la jaula de los monos culo rojo nos vimos mi amigo yugoslavo y yo entre trescientos monos culo rojo. Era una película de terror maoísta culo roto y culo rojo, yo no quería terminar este relato así, nunca quise...