Crónicas del Subsuelo: No sabe el gusto que me da

Crónicas del Subsuelo: No sabe el gusto que me da

Por:Marcelo Padilla

 No sabe el gusto que me daría por conocerle. Señorita, en persona le digo me gustaría conocerle. Apenas unos segundos. Sé que es exigua la medida del conocer. Y a quien lea apenas unos segundos pensaría estoy fabulando o engrupiendo. Y se entiende pues, y se demostraría lo que le digo si le preguntásemos a cualquier vecino de la zona ¿qué es demasiado poco tiempo para usted?; y haríamos un ranking y nadie creería, que apenas en unos segundos me he enamorado perdidamente de usted. Señorita.

Soy muy consciente de lo que significa poco, y, debo reconocer, mucho, no es algo que yo tenga para soliviar el poco que me queda; aun así, créame señorita, que me alegraría haberla conocido en ese finísimo tramo de tiempo, aun haya sido a través de una foto. Unos segundos bastaron para engendrar en mí un suave sentimiento de cariño, un estremecimiento indescriptible de formidable ternura. Una conmoción que hacía décadas no sentía. Soy un hombre entrado en años y hace tiempo vengo diciendo lo mismo: mi para siempre es en serio dada la finitud que se aproxima a su máximo misterio: la muerte de uno mismo.

Y da pavura señorita. Por eso lo mío no es de jovencito inquieto en busca de un pasatiempo de estación; es usted para mí, al menos en la foto y por el sonido de sus palabras que hacen eco en mis sentidos, un ser humano estándar: habla, parece de su propia lengua que se comunicara, además debo decirle que muy guapa se presenta con sus vestidos y ambos de antaño, con los breteles abiertos en su morena y delicada espalda. Lo que no es poco decir; si uno quiere alabar su cuerpo por el regocijo que produce, señorita; y ahí sí me daría la calificación para apuntarle: es mucho para mí su existencia en este mundo.

Mi para siempre es for ever. Un joven le diría lo mismo. Pero, por la inexperiencia y la falta de tránsito inexorable en sus años de vida, pocos fracasos podría enumerar, si es que le hablaría tal joven de sus fracasos, cuanto menos confesaría traumas de niño, alguna situación laboral que recién comience y esgrima su argumento, a intervalos, acompasados con la malaria y la penuria, o a veces, el sino de la brújula y la cábala que ahorca los hábitos por un enigmático golpe de suerte da un giro inesperado, encontrándonos uno en el otro, en la situación menos pensada ¡amándonos señorita!

Creo en la magia y en el misterio como también en el magisterio de todo amor y en el monasterio de la impudicia.

¡No es la economía, estúpidos!

... les diría a todos

¡Es el azar!

Desde ese lugar del tiempo, aprisionado en un cuerpo joven, son pocos los lamentos que se enumeran comparados con los que un cuerpo añejo esgrime por las noches de mal pasar, mal dormir. No es que me anticipe a nada ni me considere alguien para decirle lo que le digo y le cuento, sinceramente lo que he venido pensando mientras le estoy escribiendo, señorita; que si usted no tiene compromisos sentimentales en estos momentos, yo le estaría pidiendo su mano para subir juntos las escalinatas de una basílica; y, por supuesto que, primero, se la pediría a su padre, bajo la estricta consulta y anuencia de su madre, si es que alguno de ellos viviera, por cierto o desacierto.

Y si no fuera así de incierto elevaría una plegaria en el nombre de su padre y en el de su madre, quienes la engendraron y trajeron a este hostil y parco mundo. De veras señorita se lo digo. Es más... Sepaló.

No quiero acometer ningún paso en falso. He salteado muchos y tal vez por eso le digo y le cuento, que mi eternidad, ya está por gastarse por completo. Imagínese cuántos años más podría vivir yo en una buena estancia, plena, en este mundo absurdo dejado a la intemperie.

De salud por suerte estoy muy bien. A los glóbulos blancos y a los glóbulos rojos en su target de funcionamiento tengo. Acabo de hacerme una ecografía abdominal por un profesional de un nosocomio de renombre, y por sorpresa para mí, sólo me tendrían que extirpar la vesícula biliar. Tales fueron las palabras que esgrimió el médico que vio el estudio, sus resultados con porcentajes; la vesícula, me dijo, tiene encarceladas unas piedras que no pueden ni podrán disolverse, ni tomando mucho líquido, con franqueza aquella tarde me lo dijo el médico al ir a buscar los resultados a su consultorio. Y yo le creí como le creo a usted señorita, al médico que vio esos estudios le tengo fe, y a usted le tengo gracia y diplomacia para no acometer parcos errores que ya he acometido tiempo antes.

Lo demás... agraciado: páncreas, hígado, intestinos grueso y delgado. El bazo. Órganos que uno ni sabía que venía trasportando como un camello por la huella del secano. Tampoco pregunto tanto cuando me entregan resultados de un estudio, no vaya usted a creer, porque si a uno le dicen que está bien ¡para qué preguntar por lo demás! Y pónganse en mi lugar para pensar qué le preguntaría usted a un médico en este caso ¿cuánto va a durar? Le digo señorita que cáncer no tengo, pero sí muchos ex amigos con cáncer he tenido y seguramente hoy tengan cáncer sin haberme anoticiado ¿y ex amigos muertos de cáncer? Ufff... muchísimos.

Es decir, no contagio estimada damisela. Porque hay quienes sí contagian, y esto no es prejuicio, es lo que le dijo la ex a un amigo que lo padecía -¡canceroso hijodeputa!- Mire vea qué epítetos la mujer expresara, viera usted lo que le decía a mi amigo transportando el cáncer de un lado para el otro, mire vea lo que tenía que escuchar, soportar, esos gritos y esas ignominias abusivas por su condición saludable.

¡Cáncer es una palabra nacional! Más que una enfermedad representa, señorita. Sin embargo ahora se le puede tratar con grandes posibilidades de curar, pero hay mucha obcecación todavía con ese término, le diría, que es más con la palabra que con la enfermedad el problema señorita. En el ranking de enfermedades, la locura y el cáncer, conservan un nimbo de misterio para las poblaciones. En cambio una operación de amígdalas peruanas no presentaría problema alguno de preocupación para las gentes de otras nacionalidades. Ahí nomás le dirían a uno ¡qué bueno, te van a dar helado de comer!

A nadie le dicen qué bueno, tenés cáncer. Y se entiende. Al loco y al canceroso no lo quiere ver nadie, ni el loco al canceroso ni el canceroso al loco, está probado y demostrado, señorita. 

Le confieso: soy casi casi Roberto Carlos porque tengo un millón de amigos y amigas muertas. No solo de cáncer. Por diversas enfermedades casi accidentales y casi fatales en la ruta, muertos y muertas en la domesticidad de la violencia marital, asesinados en estado de gracia, rezando, por llegar a fin de mes ¡se mataron entre ellos sin llegar a fin de mes hartos de ellos mismos!

No por lo menos hoy voy a contarle más detalles, solo intento presentarme y ser casi trasparente como una sombra en un deshielo. Los estudios de sangre y orina me salieron perfectos, un poquito de colesterol alto que podré bajar con ejercicios y una mejorada alimentación. No la que vengo llevando.

Vivo solo y casi vivo, no como ni tomo y no hago nada, no le pertenezco al mundo y soy objeto, cosa desdichada a la deriva, de casa en casa conozco a gente que vive sola y está casi muerta.

Conozco a mucha gente sola con la que casi no me junto porque ni ellos casi quieren juntarse conmigo. Generalmente coetáneos orbitando el mismo grupo etario.

Le aseguro que madurar no es nada grato señorita... si por casualidad piensa en ello o acaso llegase a preocuparle alguna vez, porque usted, se ve muy joven; aunque no puedo negar tenga sus beneficios madurar hacia la infancia, y si uno es consciente, buenas serán las consecuencias en la vida. De seguro se lo digo señorita.

Uno madura sin querer porque casi nadie se antoja en prepararse para el final de su camino, señorita. Es una lucha cruel y casi mucha. Nadie quiere envejecer aun le digan estás en el mejor momento de tu vida, o que separado de sus ex parejas andaría uno haciendo de las suyas. Y si uno les preguntase ¿de qué suyas me están hablando?

Responderían tonterías.

Llega una edad en que la gente responde tonterías sin haberles preguntado nada. Y eso, es caso serio, no casi. Quienes responden tonterías es porque ya no le preguntan más de nada. Ni siquiera cómo andas le preguntan. Un joven lo entendería de otra manera y se concibe así sea. He padecido la juventud por haberla vivido, es decir, por haberla actuado juvenilmente llevándome todo por delante sin morirme, aun estando muerto señorita. Sin importar las consecuencias... al punto a uno lo acusen de entrada nomás de loco por su prontuario juvenil sin siquiera haber pisado una miserable comisaria; y le digo más... y le cuento señorita: pisé muchas. Dormí en varias.

Conozco gente extraña de los bajos fondos y de los altos techos. No está eximida la juventud de nada. La juventud cría cuervos en la mente y se hace oscura por goteo, y el interés, con el tiempo, mero ditirambo en la desgracia. Uno ya a esta altura no tiene interés en nada, estimada señorita.

Entonces afirmo mi tesis que le dije al principiar: mi para siempre es y va en serio. Se lo dije a varias personas y personalidades y no he errado, por el simple hecho objetivo: uno se muere seguro, siendo honesto se le digo. Aunque a seguro se lo llevaran preso a una comisaria de mala muerte, seguro se moriría luego, más tarde, pero se moriría al final de cuentas.

Entonces de morirse uno se perdería al otro, en este caso me perdería y privaría de usted y su presencia. Por y para usted me perdería en mi muerte, y llevaría a mi tumba últimos y agónicos besos luego de tomar unas copas en la cama o en el sillón del living o en donde usted, en ese momento, le placiera señorita, porque yo hasta en la imaginación de mi muerte puedo placerla si usted deseara o quisiera.

Le digo he conocido gente que, por creer vivirá cien años le han pasado cosas raras. Como postergar una cita o una situación para otra oportunidad más cómoda y menos arriesgable, si eso garantizara algo.

Tengo un amigo anciano que estuvo perdidamente enamorado de su cuñada. Tengo un vecino que murió junto a su esposa quien de nombre Rosa no lo quería, él quería a su hermana Soledad, pero la hermana de Rosa se moriría y mi vecino anciano con Rosa viviría, quejándose mañana tarde y noche. Ahora bien, le contaría específicamente de Rosa porque quizá sea el ejemplo clave de esta torpe argumentación.

Rosa de lejos. Así se llamaba la telenovela con Leonor Benedetto.

Rosa golpeaba todas las mañanas la puerta de mi casa. Yo era niño y era grande. Rosa era amiga de mi abuela y de mi madre casi gemela. Rosa estaba casada con don Scarletta. Don Scarletta era un inmigrante muy dispuesto y muy gracioso. Aun en la desgracia don Scarletta hacia largos comentarios en serio, hasta el final de lo inverosímil, largando una parda mueca muda.

Daba gracia el viejo... era ameno e italiano don Scarletta.

Rosa era española sin haber pisado España. Rosa tuvo depresión severa clase ocho. La habrían mandado a un convento de cuando niña. Ella se escaparía de grande gracias a los oficios de su hermana Soledad, quien, conociendo el paño del convento (tenía unas amigas de infancia que vivían allí) en papelitos se mandaban los mensajes poniéndose de acuerdo para el momento del rescate, y el exilio definitivo de ese claustro.

A Rosa la pudieron sacar una noche de tormenta, enfrazada, como una bruja loca tiritando, enferma de los nervios, cuando en los planes debería haber nocheado normalmente, con el tiempo, la tormenta de aquella noche cobraría importancia en el relato, debido a que por ella se cortó la luz en toda la ciudad y el pueblo. Rosa, durmió esa noche con un joven y apuesto italiano de nombre y apellido Limo Scarletta, a oscuras, no tendrían hijos.

Limo Scarletta en proceso de rescate aquella noche de tormenta se habría enamorado de su hermana Soledad alias la mecha, y la mecha se moriría de cáncer solterita y sin apuros y re contra loca por el shock de la tormenta que la dejó media turuleca. Rosa nunca se recuperó del shock de su libertad. Y don Scarletta en el medio de las dos viejas.

Cuestión que como negando y rezando doña Rosa y don Scarletta se casaron por iglesia y registro civil en las horas de un mediodía otoñal. Raro fue que nunca hubo fiesta, pero sí fabula. Una tarde de fin de año don Scarletta prendió un fuego para hacer dos pollos a la parrilla, esperando la noche buena con doña Rosa. En el patio hacía calor y corría viento. La noche buena se hizo mala. Chispeó la leña unos gramajos que fueron a prendérseles a unas maderas secas y viejas que don Scarletta acumulaba en el fondo del patio chico donde habitan las arañas. Ardió la casa de doña Rosa y de don Scarletta en altas llamas, y todavía no habían dado las doce para hacer el brindis con los Ollanta Umaly.

Llegaron los bomberos y doña Rosa quería a toda costa quemarse entera solita y sola. Don Scarletta perdido entre el humo, sofocado y sin oxigeno, rescatado por un vecino llamado Batman de ahí entonces. Él nunca la quiso. Ella tampoco a él. Batman sí a los tres. La querida estaba muerta y el amor hecho cenizas.