Crónicas del subsuelo: Venterama
Ha sido convocado El Español de Venterama. El de las cuestas de Zaragoza supo ir tras la pesquisa del manuscrito sacro por las colinas. Yendo y viniendo de su fracaso, asido al empeño de una hermética peregrinación hacia esa meca, donde no lo esperan más que guadañas y altos monumentos de humo blanco.
Supo vérsele bajar y desaparecer de su capa y su sombrero de ala ancha. En el divagar imperial de Zuzunego dicen lo habrían secuestrado unas esclavas de túnicas negras, marroquíes, en caravanas blancas. Dicen que de él nacieron mil mancebos, que no dio más y lo quemaron en el Mar Báltico viejos esquimales santiagueños, especialistas en desapariciones. Pues de allí viene lo que ahora cuento.
Aquí los indios nativos y los negros pendencieros vinieron en podridas barcazas desde el África. Vinieron de perseguirlo hasta encontrarlo en una cueva que ahora dentro le preparan su cuerpo pa mandarlo de vuelta. Aquí aguardan su presencia musulmana con fuegos altos.
Por funerales calles baten tambores miles de pendencieros negros; y no hay caballos emparejen su claqueo el ritmo de tanto golpeteo repicando, que ni las campanadas de la iglesia ya se escuchan; tan solo risas, aplacados sollozos y sanadores llantos.
Ha sido convocado desde vastos campos. Más inmensos que una estepa negra, a lo lejos se ven: el humaredal y su furia, fantasma de violín pasa cimbrando melodías oprobiosas de tantos años. Plagados de velas están los cementerios del labrantío y, de más pa dentro de la tierra, en el inextricable mundo subterráneo de los muertos, ha revertido la taza y la caliendra, el céfiro y la vestimenta pálida del laico.
Tiemblan las pezuñas de los bichos de a caballo. Van bufando jabalíes rojos y una especie particular adiestrada para el cuerneo de jabalíes blancos, rumia la negrura de la carne, imagina su sangre, devora de tan solo imaginarlo suelto por los campos. Son dos jabalíes negros y cinco jabalíes blancos. Los más adaptados al monte verde y los más sicarios por lejanía con el blanco.
Pero, al negro y al indio también se comen. Cotidiano alimento; más un regalo como El Español de Venterama sería un homenaje a la gula, a los jabalíes negros y blancos.
De la baba de Monseñor Utulu, descendiente de los puercos barcos, de la rama de los comecabezas blancas, van descendiendo esclavos y animales, que de cerca, constituyen para el aparecido, un verdadero espanto.
En el intervalo de la luz entre dos noches sería la faena pa esperarlo, miles de velas llevan sostenidas en las manos, vadeando el pozo y la hondonada, más heroicas llevan soportando niños en la espalda esas viejas que sostienen en un dramático canto, rezos y plegarias pa los niños santos, que de un diablo han parido, en el ulular de cientos litros de llantos, las cruces de los malditos quebrachos erguidas en lo alto. Cada cabeza de niño, allá arriba en las estacas, homenajea al angelito santo.
Riega lánguida la tierra lágrima, imperturbable y vieja la arrugada, lunar de plumas cacareando como gallina que la están acogotando. Enloquecida de su dolor por la pérdida ha querido curar unos que otros tantos, de aquellos sin nombre y sin nicho, sin pena ni gloria en el abismado camposanto.
Los entierran en el fuego alto, los queman en las ojeadas de los pájaros negros en sus altísimos espectáculos todos toditos complotados con los astros.
Las hileras van comentando qué se ha hecho de aquel otro rancho. En las quemaderas del monte donde a la salamanca han ido a darle, pedirle, rezando y cantando, un buen pasar por el año que ya va entrando y se va despacito cerrando, en el circular eterno retorno de la copla, el silencio y su canto.
Cuatro finos de chala, pulpera dijo haber salido... que se tomó de golpe todita la ginebra tibia. A Doña Errancia le salió hermoso su llanto y su anterior humillación del patrón avariento se le hizo memoria al viento.
Que a otros mandingas le han ido a pedir, en otros prados de tierra, en otros vergeles de polvo revoleando sus escombros, sálve de este mundo turbio a éste y a otros iguales o parecidos ranchos.
¿Se habrán metido por los pasadizos de allá abajo? En los túneles subterráneos de la ciudad, en la catedral, la basílica y la casa del patrón de todo este vasto territorio blanco, ¿de polvo tibio viento negro y caliente será este estanco?
En la hora del alcohol del diablo se hace de todo pa que dentre bien el espíritu del convocao en el cuerpo del sufriente. Vino El Español de Venterama a saquearse su furia en la alumbrada centelleante, ¡sus! paisanos agazapados en matorrales tocando músicas tenebrosas, bellas de los milagros de los santos y de los achicharrados diablos.
La bruja con el diablo. Llueve todo el santo día. Y de noche, una vez baja el sol, lamento brinco y asonada, en el cuerpo del indio y el esclavo, el español bruto se ha tarado en un pedazo de campo sin que le salga tan siquiera un mísero zapallo.
Le han alumbrado cara y bofe, y del pavor sus ojos migrados y abiertos a la negrura de su pasado vítreo.
Las taimadas y las de ojos ciegos van delante de los carros. Han metídose al pleno campo a perderse vaya a saber dónde y cuánto. De lejos hiede el humeo de los quebrachos. Es que el patrón ha mandado a pasar la máquina y se han hecho avenidas en el monte, apisonado cuanto bicho y cuanta jaula, más no han tenido en cuenta lo que se no se dice ni se habla por lo bajo.
La máquina del patrón mata el monte pero también mata al rancho; y los galgos y zanguangos huyen hacia la boca del diablo. Háyanse artistas entregados a su pacto en ese pozo grande llamado La Salamanca, un imperio de muertos habita el museo subterráneo.