Crónicas del subsuelo: Reporte de indias
Pudo haber sido cualquier cosa. Un ciervo dorado correteado en el bosque por la bala que lo persigue, o un bicho esperpéntico de alcantarilla. Un sapo, un matuasto. Un gusarapo de sifón de esquina. Una gallina, o un pavo real, una víbora venenosa; un cachalote gordo de bigotes duros y largos de los que se encuentran a granel en las profundidades del amazonas, que luego se pescan, se asan, se comen. Alimentan poblaciones.
Se comen a los cocodrilos. Una vez probé uno asado, de acompañamiento venía en el plato una yuca. Elegí una mesa que daba hacia el río, donde salpicaban las gotas, estaba solo, en el restaurant de la embarcación no había un alma. Sin embargo por la espalda escuché una voz me preguntaba a mí, si me serviría algo para almorzar, cocodrilo dije sin dudar, de ese que está en la parrilla señalé con el dedo, viene acompañado con yuca me dijo la moza, era una buena moza indígena de unos 16 años, me dijo si quería algo para beber y le dije soda. Me dijo y le dije muchas cosas que ahora no recuerdo.
Pudo haber sido cualquier cosa en esa lujuria natural que se avista desde el aire, cuando la nave va cayendo sobre Iquitos, planeando, rasante sobre las ultimas poblaciones de Maynas y Belém. Partiendo el río. Haciendo herraduras que se hamacan con el viento desde arriba. Y por abajo, ¿pudo haber sido el clima, su sopor? Su permanente humedad le produciría alucinaciones, cortaría su hambre, andaría lánguido.
Se hubiera alimentado de líquenes y de musgo, de podredumbre negra, de los restos de las marrones aguas que de la tierra comen; de moscas e insectos de humedad, de maíz, de excremento para cerdos. De otras especies menores de su condición. Como suele suceder con los infinitos cardúmenes de peces que, aun veloces -por lo general negros y en particular de anodinos colores de neón, en cardúmenes que van y vienen de a jirones en una coreografía imprevista y fantasmal- no pueden escapar a la bocaza de sus mayores por ese darwinismo subacuático que sabe darse.
Bajo el océano, unos restos de hierro y oro, plata y piedras. Esferas finísimas labradas por lívidas manos judías en las joyerías de Ámsterdam, inmutables en su estar de cosa inerte, que por su peso específico resisten en cajones y cofres a las correntadas subacuáticas. Subterráneas, submarinas.
Pudo haber sido un toro que con esmero y voluntad haya criado su postrer verdugo. Detenerse frente al niño en plena corrida vasca, mientras sus cuernos rasguñan la fina arena, el niño miraría lo que le será quimérico: escapar.... la velocidad no estaría de su lado toda vez haya sido acorralado contra un portal en la corrida; y el toro, de haberlo sido, bufar el polvo y amagar con sus astas hacia arriba y hacia abajo. Se le tiraría encima, lo destriparía por completo, sería paseado, descuartizándose, por la calle principal.
No fue toro ni fue niño. Mucho menos ese niño destripado por el toro en un atajo en las corridas. Pudo haber sido simplemente fiambre. A rebanadas y con maestría, oficio, labor de campiña, la mortadela a puro cuchillo en almacén de barrio. Pudo haber sido el caballo de esa mortadela. No fue lo uno ni lo otro, ni ese cachalote gordo de bigotes duros y largos de antiguas arqueologías subacuáticas.
La taxonomía podría ser infinita así como sus interpretaciones. Si bien la lista es ambiciosa, dejaría de lado la posibilidad de haber sido una cosa rigurosamente inerte: una piedra, un trozo de montaña, un pequeño risco sujeto a las inclemencias meteorológicas, lentamente mutando, imperceptiblemente marchito. Letánico mineral, fantoche de madera.
Trama y contra trama en la moneda nacional. El siniestro, a la hora exacta, todos los días por la mañana vería entrar niñas a una escuela. Se pegaría un viboreo de cocaína, luego, con toda su perversión a cuestas, indominable de sí, huiría tras los árboles del bosque para perderse de sí mismo.
Se ve en el comienzo de Bad Lieutenat, aunque suene a Lautréamont; y en el despliegue de las escenas la sirga de la vida: la cruz, el cáliz con sangre, los marroquíes vulneran a la monja en el dintel. Él maldito, él llorando en la iglesia con toda su heroína adentro. Él alzaría los brazos. Le hablaría diatribas y llantos, se le aparecería con sorna, y desde lo alto de su crucifixión le diría, le recordaría, le castigaría ¿le perdonaría?
Si bien las listas son ambicionas, va de suyo que una lista para erigirse en argumento necesite de un mayor número de miembros. Deberíamos considerar que en ella uno podría encontrarse, o identificar cuanto menos, a dos o tres conocidos y, por qué no decirlo, a algún pariente cercano. Listas de doscientos cincuenta, dos mil novecientos cuarenta y ocho, veintipico de nombres y apellidos que coincidirían con determinadas personas que al azar pueda uno detectar.
Podes esclavizar tus yemas como lo hacías sobre la espalda de Marlene. Porque la espalda de Marlene es y será excitante. La espalda de Marlene tiene músculos marcados, y su cuello, ni largo ni bajo, ni ancho ni delgado, le es adecuado a su tamaño general. Te elevarías sobre Marlene con el aceite cremoso entre tus manos. Haciendo como que no se entiende la cosa le meterías tus dedos húmedos en la zona del bajo vientre. Se untarían en el revuelque.
No bien estás repasando la lista encontrás el nombre. La lista refiere a determinadas situaciones vividas con Marlene. La primera en la playa poniéndole crema en la espada, y en los muslos de las piernas haciéndole masajes con las manos. Marlene pedía tragos. Marlene es una reina. A la espalda Marlene la hizo nadando con la suya. Pero, cuando salió del agua, no volvió ni se la vio jamás por las lagunas. Ni por los ríos ni por los mares.
Ay Marlene. Dónde es que te has metido. Bajo qué aguas Marlene dominas las corrientes subterráneas, bajo qué río, bajo qué espejismo pones al desierto a tus pies; a sus vientos y a sus esculturales horizontes.
Le quedó la espalda, sí. En el agua dejó otras cosas, su piel antigua. Es en verano cuando puede apreciarse bien bien la espalda de Marlene. Acercarse a sus pequeños detalles, alejarse y distinguirla dormida al sol sobre las rocas. Tal vez poner el acento en la zona de sus lunares, de sus piernas, de sus brazos, de sus manos.
Marlene salió del mar. Ahogada ex difunta o no, surfista de estación o no, Marlene levanta sus aspas y muerta o no, quiérase o no, llega a dar el abrazo de la muerte. Marlene domicilia en el mar muerto.
De haber sido cachalote le habría acercado el hocico ¡Le hubiera mostrado los bigotes! Movería mi culo de cachalote orgulloso de existir cachalote.
Abandonarías a la deriva tu mente. Dejarías... se le ocurra cualquier cosa pudo haber sido y, conociéndote, completarías oraciones con cualquier tono idiomático por más escritas en castellano y sonaran en alemán las oraciones; alterarías, lo sé, algo del compuesto de la sangre, para que no cuaje la rima con la risa ni la muerte con la vida. Llevarías hasta las cuevas de los cuyis ¡a sus ciudades de terracota! tu maldita perversión tan necesaria, tan esporádicamente dichosa para ecuménicos adversarios.
Te dirían loco siempre y no habría caso, porque vos, como buena lacra inmunda, resituarías ese cementerio de estiércol fue tu vida en otro sitio para el olvido, y muerto nuevo a estrenar, serías otro, pero serías el mismo de antes, el de siempre.
A mí no me importaría completaras las oraciones siesque faltara algo.... a mí me gustaría de las oraciones, luego de ellas, del silencio que impregnan, se queden todos calladitos la boca. Que no hablen más. Que no solo no me importa lo que hablan, lo que dicen, sino además ¡hace mal escucharlos! Por eso la recomendación es nada del otro mundo: saludo mental uno, saludo mental dos, y a la cucha.
Fue sin embargo muchas cosas. Hubo que dimensionar sus ansias, hubo que entender su hastío, además de todo ello hubo que enfrentarlo. Los más crueles destripamientos, los más impactantes ¿Fue Marlene? Porque en todo caso si hay que elegir a alguien, es a Marlene ¿O se trata de otra engorrosa y tediosa enumeración de identidades? ¿No basta con que sea Marlene?
No sería bueno seguir enumerando, por lo general las listas largas (sean blancas o negras) oprimen a los primeros nombres, tal vez, y a modo de consideración entiendo, de los primeros uno se va encariñando, no así con los segundos del siguiente tramo de lista. Porque uno se termina cansando de leerlas hasta el final ¿Hay que leer toda la lista? Pues solo referiremos una posibilidad más. Dejemos a Marlene por el momento. Sigue Tadio.
Tadio es un joven nacido en Alejandría bajo el próspero imperio que legó Carlomagno, en el esplendor de la mítica ciudad de los litigios, extensión, deseo de segunda ciudad Helénica que por Grecia tuvo a su imagen. La que después destruyeron e incendiaron. Las naves de su biblioteca ardían, 40 mil obras fueron cenizadas.
Cuando uno pronuncia la palabra Alejandría no es gratis escucharse. Produce una débil posesión primero. Va aumentando imperceptiblemente hasta que en un momento uno está en la mismísima Alejandría caminando por sus calles, buscando dónde comprar unos Cleopatra para pitar, dónde "se pone" la noche de Alejandría para bailar y ligar.
Y por qué no buscar en las pensiones a Konstantin Kavafis. Y a todos los que allí nacieron y estén vivos. Aprovechar el subidón de Alejandría para hurguetear los comercios y tantear los restos de la inmensa torre de la biblioteca que han dejado sin quemar.
Tadio es muy espiritual. No diremos religioso, sería corto el mote. Un ser espiritual de dos espíritus mejor. Específicamente de dos espíritus africanos que viven en tensión permanente en la existencia de Tadio. Es de otro palo el chabón, no es del metal ni del rock, mucho menos del punk. A Tadio le gusta tocar instrumentos de cuerda de Alejandría por más mierda esté hecha Alejandría.
Conserva sus costumbres Tadio. No es nacionalista, las naciones todavía no existían, pero sí es agradecido con lo que hicieron los que la conquistaron una y otra vez. Tadio es hincha de Banfield, del taladro como Eduardo Luis Duhalde. Pero algunos han llegado a decir que, como dos espíritus tiene, es hincha del taladro y del granate.
Tadio nada que ver con Marlene, ya dijimos, es otro caso, pero si uno lee más allá de sus jeroglíficos, más allá de lo que los variados intérpretes digan, se dará cuenta que Tadio lee las espaldas, sí, curanderamente hablando. Hace con sus manos, según dicen, magia sobre los cuerpos acostados.
Tadio en una mano tiene cuatro dedos, y en la otra tiene seis. A la de cuatro que supo tener cinco le cayó un hierro en el puerto, mientras ayudaba a descargar esclavos de los barcos; a la de seis no hemos llegado a comprender si es deformación o milagro. Es común en el puerto que a los marineros les sobre o falte un dedo ¿Por qué Tadio tendría los diez repartidos equitativamente en las dos manos?
Se preguntarían en los bares y en los tugurios más crotos de Alejandría, Qué onda con la mano de seis dedos de Tadio, lo mirarían de reojo como se mira a un cojo. Tadio sintió, lo estaban relojeando. Y para no generar inconvenientes se fue con las manos en los bolsillos cabeza gacha, caminando hacia la Avenida Napoleón. Después doblaría a la izquierda por una pequeña calle para toparse con el Bar de los Litigios. Tadio se la pondría todita en el Bar de los Litigios. Tadio debería buscar una pensión. Ya es de noche, no tiene cama. Podría haber sido un mendigo perdido en Alejandría, quedado ahí, derivando sus pasos entre el río y el mar, entre la arena y los altísimos monumentos que hacia él se alzarían para hacerle sombra.
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