Crónicas del subsuelo: Magia blanca, magia negra

Crónicas del subsuelo: Magia blanca, magia negra

Por:Marcelo Padilla

Cuestión nos encontrábamos en épocas cualquieras, y en pliegues de dimensiones temporales a la cara nos mirábamos. Nos desconocíamos; era cualquier tiempo al punto de abstraernos de lo que conocemos por coyuntura, sea cual fuese su formación social y su modo dominante de producción, material y simbólico. Sean cuales fueran y hayan sido las relaciones de parentesco, nos ligaban a nuestras tierras, y teníamos, núcleo de organización y célula básica para la división sexual del trabajo en las comarcas, y por ende, ordencito de acumulación originario y primitivo para la futura agricultura.

Nunca tuvimos feudalismo. Nunca conocimos las etapas que supuestamente transitan los pueblos bajos, arcaicos y simples, proxémicos en sus vínculos y atiborrados de deidades y creencias, plagados de rituales. Todo lo que para ellos es considerado gasto inútil e improductivo, constituyó ancestralmente el corazón de nuestra alma. Nuestros rituales enaltecen el espíritu. Somos profanos por naturaleza y nuestros dioses salen debajo de la tierra como bajan de los altos cielos y vadean por las inaccesibles cumbres.

¿Por qué tal despojo de feudalismo entonces?

Según ellos, vivíamos bajo el modo de producción esclavista; y como no había sido investigado lo suficiente aquel ordencito desconocido para el marxismo, hombres y mujeres vinieron desde Francia. Todavía ni se hablaba de nuestros deseos. Nunca nos preguntaron si nosotros teníamos capacidad de desear. Si en el negro corazón del negro, si en la estructura anatómica del nativo, más aún, si en la psiquis de nuestra supuesta negritud, se disparaban "deseos".

Allá ellos, franceses e ingleses. Allá ellos, bosquimanos y miembros de las Islas Trobiand. Decí que de Martinica salió nuestro Frantz Fanon, con sus "condenados de la tierra", y "piel negra, máscaras blancas", uno de los nuestros, uno de los negros.

Allá ellos. Pero, ellos ¡ahora acá!

No se sabía tampoco qué hacían esos hombres y mujeres de jetas blancas bajando de esos barcos ¿Por qué nos querían estudiar? Dijeron ser parte de la Escuadra Francesa de Antropología Marxista, que los bancaba una fracción del Partido Comunista de rasgos orientales, fracción ganadora de una batalla interna contra los que decían de nosotros: "a esos negros... mejor mirarlos a lo lejos".

Obvios palos para los señores Taylor y Morgan quienes no se dieron por enterados por encontrarse muertos y sepultados. Obviamente tuve que soportar a sus discípulos coléricos brincando por las supuestas ofensas a sus maestros muertos y enterrados. Igual, a mí, por lo menos a mí, -y no hablo en nombre de nadie-, me gustaba más Taylor que Morgan. No sé, Taylor, al menos escuchaba nuestra música negra.

Sé de sus derivas académicas pero más sé de sus derivas mentales a sitios siniestros del pensamiento que lo atormentaban por las noches en pesadillas horripilares al punto de sentir ese imaginario infarto post despertar pesadillesco. Mas no puedo negar, lo bien que se le veía cuando de nuestras pócimas bebía venenos de las plantas, y del amnésico Bom para el opio que sabíamos ofrecerle cuando se daba una pasadita por Costa de Marfil. En cambio Morgan... ¡mejor ni hablar del señor Morgan! A él le tengo cierto celo.

Estructuralistamente hablando aquí se le tiene ojo a Levi. Acá, en la punta del África nos hemos anoticiado de sus incursiones en el Brasil, y también sabemos fue protegido por los caciques que transaron con él 34 Levis por 34 vinos tintos. Teníamos otra idea del señor Strauss. Nos contaron ciertas experiencias valorables para los nuestros: su desfachatez para contar anécdotas de la Francia ocupada por los nazis...

¡Claro que le gustaba tomar de la misma pócima que Taylor, claro que con el Bom del opio se ponía lívido, frío, y de ojos saltones!

Lo decían voces de los nuestros, de las máscaras blancas de piel negra.

Nunca imaginé que el señor Strauss fuera tan prejuicioso con nuestros rituales. ¿Por qué no cuenta la anécdota, tanto que se habla del contador de anécdotas, de ese día cuando se le hizo el loquingo a una de las chicas de la tribu, y que lo cagaron a palos una noche cinco indios con máscaras negras para que en rueda de reconocimiento posterior no fueran identificados? ¿Ah?

Sin embargo a nosotros, las que nos apasionaban eran las canciones del polaco Malinowsky. Que como antropólogo si bien tenemos el pero en la punta de la lengua, sus canciones en su tiempo libre, en sus ocios post antropológicos, entonadas y finísimas canciones acompañadas de un cavaquinho de fuste, bajo el brebaje que preparábamos en ronda para escucharlo por la radio ¡Deliraba de arte su voz! ¡Y nosotros en la tienda de especies africanas moviendo la cintura que viene y que vá! ¡Con las polkas de Malinowsky!

Radio africana lo pasaba por la mañana tempranito. Al albanecer marfileño ya se escuchaban los primeros compases. Los elefantes levantaban sus palmípedotas en cámara lenta y sus largos hocicos arremolinaban el polvo de la tierra roja, dejando una nube dulce y mágica en el hocico de todos los paisanos. Y como efigies dormidas, desperezándose de la pasmódica vida en la selva, también, las jirafas flameaban sus cuellos ¡Cien jirafas con la música del viento circular! ¡Nacía en el atlántico caribeño! ¡Allá enfrente está Bahía! La Bahía de todos los santos.

Y de los vientres del Salvador, pequeñas ínsulas de cobriza refracción se mecían, viniendo con su mata mechuda a la deriva, criándose isla adulta en el agua, y echar raíces bajo el mismo mar que una vez nos separó de Gondwana; pues, de allá vinieron en ondinas las barcazas llenas de negros santos, gavilanes ilegales de toda legalidad existente. Y aquí podría contar la anécdota 2, ya que la que viene más adelante constituye la anécdota 1.

Las mañanas con la música de Malinowsky fueron maravillosas, más allá de su condición de antropólogo, más allá fuera polaco y lo hayan bancado los ingleses para estudiarnos; para nosotros, Malinowsky, es el Wagner de Costa de Marfil.

Pero, en el tumulto por otras batallas que se estaban produciendo en otros lugares contra nuevos enemigos internos (y aquí la anécdota 2) dijeron los antropólogos blancos venir a establecer nuevas categorías al interior del campo de la Antropología en Francia, dejar de considerarnos primitivos para nominarnos "pre- capitalistas" (¡Qué! ¿Nos faltaba nafta?)

.... Implicó oponer, en definitiva, la Gran Mirada Marxista de la Historia a toda la Antropología Clásica, la gran llave sin puerta del materialismo histórico a todos los esencialismos y positivismos reinantes, a quienes en definitiva nos consideraron siempre, pero siempre, más allá de los matices de las escuelas nacionales europeas, primitivos, salvajes y bárbaros. Inferiores.

Nada de salvajes evolucionando por etapas, nada de espectros de nuevas cosmologías, nada de sujetos ontológicamente revolucionarios; tampoco emancipancionistas de nada ¡Pre-capitalistas! ¡Como si nos faltase algo! Como si el "pre" te situara en otra nueva condición, de inferioridad y atraso evolutivo.

Acá nosotros estábamos tranquilos. Ya teníamos suficiente con el intercambio de mujeres con otras tribus, y también suficiente con el trato que nos dispensaban nuestras mujeres en las chozas: Las matriarcas de Costa de Marfil. Por eso, apenas ellas se enteraron de la llegada de la Escuadra Marxista de Antropología Francesa -la que bajó de los barcos- mandaron una delegada con una misiva: "a Trenque Lauquen", decía el papelito.

Yo se los traduje, ellos no entendieron mi traducción por lo que significaba, ¿se estaban haciendo los chotos? Nunca lo sabremos, ¡ellos no entendían nuestras expresiones porque eran unos europeos del ojete, digámoslo todo! Entonces tuve que decirles iban a matarlos a todos ¡por comunistas!

El grupo antropológico pegó un grito en el cielo, se escuchó en toda Costa de Marfil: "... que nosotros nada que veeeeer con el estalinismoooo" y cosas por el estilo decían con sus caras estiradas haciendo la O con la boca, cómo decirlo... cuestiones que a mí ni a la gente que nos rodeaba ¡nos importaba un bledo!

¡Se les veían los dientes carcomidos y negros supurando! ¡Tampoco entendíamos un carajo!

Empezamos a no entendernos un carajo el día que yo intenté explicarles se piraran a Trenque Lauquen, "¡Pista!", que es una forma de decir: Trenque Lauquen, ¡que te las tomés!, pirá de acá. Eso significa.

En fin. No bien dejaron de discutir los antropólogos blancos, se hundieron en un pozo de silencio, calculo yo, producto del cansancio. Por las disputas teóricas, por su esquizofrénica dialectal imparable, por las acusaciones que se hacían "... que vós ¡etc!", y así.

¡Andáte a la concha de Rosa de Luxemburgo!, le gritó uno al otro.

Venía bronca de antes, la bronca ya venía de Francia.

El tema es que ellos, más allá de todo, se quedaron con la expresión "Trenque Lauquen" en la cabeza, en la mente; y en sus psiquis empezaron a ponerse de acuerdo... "que deberíamos entonces rumbear pa Trenque Lauquen", le dijo un francés a otro, haciéndose el choto porque sabía les venían las de Caín con las matriarcas ¡Que no era joda! Que del desentendimiento de un lenguaje o un idioma o la simple distorsión en la comunicación humana a través de señas, ¡no todas las señas son iguales para todo el mundo!

Y aquí hago un apartado, un descanso. Quiero, en relación a esto de las señas, contar una anécdota, la número 1, porque ya se contó la número 2: aconteció en Moscú, por entonces bajo la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, más conocida como la URSS (se pronuncia urrrrrsssss, alargando la ere y la ese) Pues bien. Yo caminaba. Por diferentes motivos yo caminaba las calles de Moscú. Quise tomar cerveza y quise también tomar, leche de unas buenas tetas rusas.

Cuestión que yo, apenas podía mezclar en mi habla algunas palabras en inglés, expresiones compensatorias para mí al escucharme pronunciarlas pero indescifrables para la doncella rusa con la que me puse a conversar en un puesto de bebidas a la vuelta de la Plaza Roja, mientras, bajo una llovizna comunista y gótica, yo intentaba congraciarla. Ay... lo cuento y me agarra la nostalgia africana y entro en melancolía negra, "¡Ven a mí! doncella de las calles soviéticas, hagamos con señas lo que hicimos con nuestras lenguas".

Unos movimientos con las manos y cierta finta de estilo al mover los brazos. Puse cara de payaso sin pensar pondría cara de payaso, entonces lo que ocurrió de allí en adelante... ¡Brutal orgía de a dos! ¡Por los trenes soviéticos! Más luego en la habitación del hotel para africanos que yo tenía asignada, ella se bañó tibia, rosa y desnuda, y de las manos de la doncella rusa salimos perfumados al restaurant del Hotel La Rosa. Tomamos dos, y tres, y hasta creo cuatro botellas de champán moscovita, y en los baños del restaurant a propósito nos cruzamos más de una vez sin que el habla fuera impedimento para amasijarnos de lujuria en un retrete.

La anécdota la resumo así, y basta. ¡Es tan tremendo recordar aquellos momentos! Lo dije: me agarra la nostalgia africana y entro en melancolía negra. Que ni al hechicero de mi pueblo en Costa de Marfil, con el cual me confieso, le he contado. Entonces la anécdota sirve, si ustedes prefieren, para completar el párrafo. Para atravesarle bayonetas a la anécdota y que ustedes, conscientemente de sus actos, la hagan sangrar porque yo, ¡ni cargo!

Hasta ahí llega mi apertura negra, porque después viene el austríaco re loco ese, re puesto, a escuchar, escribir e interpretar nuestros sueños.

¿O se creen que solo el que cuenta cuenta?

Godelier está descompuesto. Maurice Godelier no sabe que por más beatitud tenga hacia los nuestros, sus esquemas no nos incluyen. Que se haya vuelto loco con el islamismo no es problema del negro. Que sus devaneos de borracho con Meillasoux no nos van amilanar; si es que quiso con ello, asustarnos. Son pornográficos, diría. Exponen nuestras costumbres en sus mesas antropológicas de disección, y en la morgue estudian a nuestras momias de niños negros.

¡Se pasaron muchachos!, ¡hasta aquí llega mi amor negro! ¡Franceses!

Después vinieron los constructores de museos. Esos nichos de cultura. Pusieron a nuestros muertos abiertos de brazos y piernas negras, en una rueda de tortura, atadas las muñecas negras a las sogas, los cuerpos colgantes de nuestros muertos negros. Hicieron ajuares y mostraron, nuestra piel esquilmada, como trofeo y sorpresa negra.

Y desde allí dieron sus comparecencias:

"Ésta piel que ven aquí, es de un negro de Costa de Marfil, tenía 28 años cuando lo agarramos y aquí lo exponemos en la Feria de Ciencias, para que los niños franceses, para que las abuelas y abuelos franceses, para que toda nuestra descendencia francesa sepa quiénes han sido sus antepasados franceses. Los que labraron, sea por el bonapartismo, sea por decolonialismo, la idea de fraternidad de nuestra causa patriótica".