Crónicas del subsuelo: Licantropías
Lamiga nueva parió a su madre vieja. La acunó, le dio de mamar y se murió en sus brazos. La madre vieja de lamiga nueva como una muñequita quedó: cajoncito negro enterró bajo tierra húmeda. De la madre vieja crecieron flores, crecieron plantas... y así un árbol genealógico fue purgando los desacatos de los padres tercos.
En un florido escudo se leyó: "arriba los lectores, muerte a los escritores"
Y nadie lloró de pena.
Era el infierno un despeñadero, era la tarde un simulacro de oleadas turbias.
Olió sangre muerta y la dejó en gusanos vivos. Lamiga nueva, bajo un silbido viejo, pensó lo que ya estaba unido por la baba.
Silbó una canción de altísima tristeza.
Fue tal, fue de, pinchó en la caminera.
Yo nada que ver. Con embargo me lo contó para ver.
Lo vi, lo leí, lo arrugué. Guardé en el bolsillo del pantalón. ¿Tenía bolsillo el pantalón? Guardé en el bolsillo del pantalón. Si estoy desnudo ¿en qué pantalón que no sea el que dejé puesto sobre la silla estará lo que vi?
Vi que me dijeron, pero también escuché lo que vi. Y en ese ir y ver, escuché lo que no tendría que haber visto. Porque al escucharlo, lo vi.
no me lo puedo sacar de los ojos
no me lo puedo sacar de la boca
no me lo puedo sacar de la lengua
Si es un virus cancerígeno lo sabré al final de la cuadra cuando llegue a la esquina del café donde me contarían lo que no quise ver. Pero, lo vi anticipadamente. Y al verlo, se me taparon los oídos. No vi más, no escuché más y me fui cabalgando por la Avenida General Paz más que por la paz del general.
Fui todo oídos, fui todo ojos, fui de "ya fue". De "ya pasó", de no existir. Le di antes que se diera vuelta. Le di todo. Di. Y en la penumbra, también le di.
En las barcazas que salieron desde el puerto, fue ella la que se vio. El mar es un espejo hiancio. Se tiró de boca en busca de los cofres (Empantana la milonga el camino largo) Viejo y de rieles duros, ningún tren pudo soportar.
Licántropa baja por el agua, presa del mar, adentro del mar. Las ciudades explotaron como tímpanos dos veces. Fue una cesárea de sesos cisurados. Entonces, las plantas volvieron a crecer. Los conejos del mar se encamotaron sobre ella.
Yo no la vi, yo solo volvía. Pero, se escuchó el temblor.
Aran y aran. Los mártires aran la tierra y con su sangre inundan las mal empinadas esquinas pocilgeñas. Allí donde el sol fermenta, hace aceite y empetrola negra sangre en las esquinas empinadas y más hediondas donde el sol fermenta. De cualquier manera el sol no sale por el día, la noche ha tomado todo el núcleo existencial de la coloreidad y el ocre domina un crimen.
Cada tenue color una confesión encapsula en el teatro psíquico. Una intimidad hecha susurro, luz penetrada por una alucinación salvaje, un acto sin moral, larvario. Se encuentra un elemento, un pequeño fósil. Aran los mártires y localizan un osario diamantino bajo la medieval ecografía de los mares. En pensiones donde bulle el olor a trampa, esperan marchitos, los viejos malevos de entonces.
-Usted, dígame señor, usted ¿ve lo que le digo o no ve lo que le digo?
-No solo veo lo que me dice sino que puedo sentir el perfume de su postrer pensamiento, soy francés de nacimiento y vivo en un apartamento, ¿me explico?
-Sí señor, se explica claramente, pues... ¿cuál será mi postrer pensamiento, quisiera saber entonces, dada su certera profecía adivinatoria?
-La pregunta que me acaba de hacer es la respuesta.
Era un teatro breve, esquizofrénico, era el mundo, era la especie vacui que retransmiten los paredones alucinatorios en la ciudad, ahora bien, nos vemos en la dificultad de comunicarles que ese es el condimento de la mesa, el horror en toda su plenitud y en todas sus fragancias. Hasta los partos en las calles malolientes de nuestro intimo siglo 19, francés, profundamente ilustrado, serán bienvenidos por los roedores.
Este asunto es un teatro breve, no sé si se me entiende.
¿Por qué el conejo debe estar en el patio y no en la cocina ni en las habitaciones ni mucho menos cerca de los cables? ¿Acaso se electrocuta? ¿Usted es de llevar al conejo a reparar? ¿Usan jabones los indios? ¿Por qué la y griega y la i latina, comandante? ¿Estábamos en plena revolución en los montes? ¿Éramos barbudos? ¿Asaltamos separados un cuartel? ¿Defendimos una islita? ¿Salimos en todas la películas? ¿Buscamos trabajo? ¿Somos héroes de alguien todavía?
Le hablaba siempre así, a todo el mundo así, se echaba gente al hombro hablándole así. Era así de hablar y nunca entenderse a dar fue su objetivo. Sino más bien su no explicar y su, sobre todo, silenciar al párrafo oral, para que nadie se lo copie. Le quedara en la mente el libro entero, párrafo por párrafo.
Lo escribió porque la cabeza le explotó de tinta. Por supuesto el libro era un típico libro escrito por alguien de la cabeza. Su titulo "de la cabeza" se conoció más que su sombra y fue un éxito de expectativas en las comunidades y aldeas italianas del rancio siglo, manejados con piolines, el libro fue un cuento mágico para la infantidad de ese entonces.
Arriba los lectores, abajo los escritores, se leyó en la pancarta vial del municipio de licantropía, bajo el reinado del príncipe eterno.