Crónicas del subsuelo: Escucha mocha

Crónicas del subsuelo: Escucha mocha

Por:Marcelo Padilla

Escuché por ahí era permisible escribir desde la ira y la rabia. El odio.

Escuché también escribir era cuestión de literatos e intelectuales, y antes, de chico en la polvareda escuché: los que leen son todos putos.

Escuché de niño había escritores solitarios encerrados en las cuevas de sus casas.

Escuché otros tenían envidiables familias bien constituidas en el establecimiento matrimonial de sus camas.

Que para escribir no hacía falta escuela ni partera en primer grado, ni maestra de lengua que también enseñe matemática.

Puede te la mame mática a la lengua si tuviste la suerte de ser su elegido.

Lo dijo un tío desletrado mío, renegado tío, y agrego: degenerado. Y afirmo desletrado, expresión correcta para mi tío degenerado. Desubicado.

Él especializó su morbo en la cosmografía. Sus mapas no tenían nombres ni designación las provincias.

El caguá erotizado le briznaba en dos patas llanto y micha.

Las palabras no convocadas a su puente boreal fueron a golpear su puerta; le patearon los barcos, le desarmaron los castillos que alguna vez edificó en la íntima arena de su patio.

Los mapas que mi tío inventaba tenían astros. No había Singapur ni Laos. Era toda una sabana abierta de par en par.

Y también era toda una mentira al multiplicar sus poblaciones con los rostros de los astros.

Corría la mesa, corría las sillas. El sillón del comedor pasaba al abandono de los techos.

Arpas, bicicletas, cofres con alhajabas, barcos de lata.

Los mapas reposaban cómodos en el piso.

Exhausto dormía sobre el mosaico helado de la casa.

Hacía calor, mucho calor.

Algunas señoras kuskis escribían pa suj adentroj. En intimidad recitaban poemas y en voz alta a la virgen ofrecían plegarias con las cuentas del rosario entre los dedos de sus manos, y el crucifijo entre sus piernas para las primeras monsergas del verano.

En el barrio la lengua siempre estuvo metida bien bien pa dentroj.

Como corresponde a la anatomía humana supimos de otros lugares de lengua suelta.

La vaca dos puntos.

La vaca nos daba dulce de leche en la escuela. El dulce de leche la vaca nos los daba untado, en un trozo de pan casero y sebo, además nos proveía cuajo todas las mañanas.

Escuché y creo recordar lo que escuché. No hablaba y escuché sin preguntar. Y escuchar sin preguntar significaba según el contenido de lo escuchado, pura complicidad.

Mi lengua existía como cualquier lengua, tímida y así de chiquitita. Tenía miedo no creciera, no asomare al mundo la mañosa lengua con la fe todita puesta en los oídos.

Desde niño miro. Observo los detalles, de las medias de mi tía, del vestido pegado al cuerpo de la vecina.

Señora de culo gordo zangoloteante al irse cual sidecar sus cachetes.

Una tarde escuché en una casa alta tomando mate entre paredes de adobe que, el temblor de anoche dejó al barrio en penumbras.

Que solo se podía mirar de día. Y de noche, según mi tía, estar al tanto de la oscuridad para aprender a ver lo que en el día no se podía.

Escuché y no pude expresar lo que escuché porque no estaba obligado a hacerlo.

Y mi lengua lerda aprovechando su mutismo, enroscándose hacia adentro, rozando la campanita ignorando lo que se supone.

No pude hablar cuando quise. Antes, podía hablar y no lo hice. Tal vez por eso el lapso no es el mismo al de la lengua.

Escuché en diley en el barrio había una mendiga vieja. Vivía en una choza al final de la cuadra. Por lo que escuché se llamaba Antonia pero le pusieron vieja lechuza.

En el barrio que yo sepa, no escuché hubiera marxistas ni tampoco montoneros; nosotros en el barrio solo conocimos el descampado y a doña coca, al miraculos y a su madre levitando muerta hacía años. La gomería del cordobés y a su sobrina, a la que todos escuchábamos con hambre.

Cierta madrugada unos tiros escuché y vi resplandecientes cuchillos de uno que otro borracho, en la noche, buscando lance.

El sátiro vivía en la otra punta de la vieja lechuza.

Escuché le propuso cosas puercas, cosas sucias, y me enteré ella le contestó que de novios en una borrachera de viejos en los montes se vistieran de arpillera, a las bolsas al agua secaran al sol y de un tirón de manos las abrieran.

Tía maestra rural y prostituta. Directora de una escuela texana de tan lejana, escuchaba a sus alumnos en la diana cantar el Himno Nacional.

Oíd,

mortales,

el grito,

sagrado.

Los caballos aguaitan en bandada. Las vacas echadas en los pastos ojean bucólicas el vapor de la jeta de los niños.

Adusto silencio en el descampado, suena Aurora y las maestras rurales emocionan con un lábaro que ondea y no es de ellas. Aurora no les canta, Aurora no las mira, los niños se la entonan desde el pelotón de fusilamiento.

Tocan el busto de Domingo Faustino Sarmiento cerquita fuera donde se la decapitaron al chacho. Algunas se persignan, otras se llevan los dedos a la boca, vomitan sobre los bancos en las clases.

A los niños y las cabras, a los pordioseros chanchos.

Lloran las maestras con los himnos nacionales y las marchas militares, y también lloran las espinas en el campo por lo que le rezan a la virgen sus madrinas.

En la zona: la hechicería, la cura de ojeadura.

Hoy por ti mañana por mí, se escuchaba en el cartel del cuartel.

Estaba yo tomando unos mates tal se estila en estas lejanías, infusión cazafantasma de pobreza; chupar mate, acto del filosofar de por sí sagrado en estas tierras.

Un coro de grillos me distrajo.

Aún silbara,

apático,

por la ventana.

Un verano lateral e intermitente yo galgueaba y la música no se había inventado entonces las voces fueron llevadas a la comisaría más próxima a metros de la farmacia de las casas que se habían edificado hacía nada.

Iglesia no ocurría pero viento había. Iglesia no sucedía pero sí concurría, se movía, tal viejo armatoste de ladrillos; con el temblor sus instrumentos solo silbaban en invierno.

Lívida y fatal mi tía. Prostituta rural y maestra. Maestra de la tropas de las afueras del centro.

Las lucen no conmovían. La noche es un mazacote enorme de ojos multicolores. Cuando se asocian a las luciérnagas se destacan los opacos y los verdes cada tanto fulgurando briosos por el culo de esos bichos aleteantes.

Eran de belleza los pozos donde tirábamos los restos.

Vomitar y a otra cosa. Los restos, un asco.

Madre hay una sola y está metida en el baño.

No entrar,

no pispiar

se está bañando

y/o vomitando.

Tío mendigo a las once de la mañana no tiene pan,

no tiene mate,

no tiene teta.

Tío no tiene teta.

Vecino se le acerca.

Repuestos Garibaldi abre y suelta. Larga, apabulla con sus pechos.

Repuestos Garibaldi es un italiano tremendamente tetudo, puede dar leche a todos los nativos del barrio.

Todos viven, todos comen, todos chupan.

También ladran, cantan, luego se inventara la música, estrofas ordenadas de estofado, creando trovas largas.

Todos cantan coplas, todos cantan y bailan sordos tangos luego del amague de la vela.

Ordenan y ordeñan a las vacas rurales.

En el campo las espinas,

como las estrellas incontables.

Incontrastables.

Es cuestión de fe, de creer

o

reventar.