Crónicas del subsuelo: En dos dedos bailaba el tabaco

Crónicas del subsuelo: En dos dedos bailaba el tabaco

Por:Marcelo Padilla

 Dos gauchos alegres encontráronse departiendo bajo el lucero. Realidades poco frecuentes para la agenda del gaucho promedio discutían. Torcidos sobre una manta vieja, una frezada mugrienta les haría la segunda a la hora de la oración. Mientras tosía la noche, tomaban mate con grapa. Pitaban armados hechos con una sola mano, y en dos dedos bailaba insomne el tabaco. Sentados oblicuamente en situación de tributo. Recostados sobre una alfombra de pajonales bajo un árbol de sombra, dos gauchos, avizoran el nuevo mundo.

Los caballos, echados al lado de ellos, retozando. Como gauchos jipis en un cumple conversaban sobre la luna, sobre los astros, y por momentos pegaron a la hebra del chamuyo a los buitres ordinarios que merodeaban el árbol de sombra, interrumpiendo ese ronroneo de la conversa: puras metafísicas arcaicas, charlatanerías profanas del mero existir.

La noche, alternativa de la luz.

Los gauchos, a los manotazos con los buitres.

La luna, objeto de disidencias.

Por la grapa, el de barba, tuvo un colapso estomacal y arqueó en la hierba, donde saben pastorear vacas y caballos en la diana. Un ternero púber desprendió de la manada oculta entre las sombras y se puso a lengüetear el vómito del gaucho barbudo. El ternero, por definición, no es de tener problema de masticación con el alimento vomitado. La imagen del bicho chico saboreando sin asco enterneció al gaucho sin barba. Se lo quiso llevar al matadero, pero no lo dejaron los bichos grandes.

Mañoso era el gaucho sin barba.

***

Era también, por qué no decirlo, un cuadro. Una pintura de estirpe gauchesca que servía en sus funciones al mito. Asimilada en sus pátinas y en sus trazos a los esquizoides movimientos motrices de los nuevos tiempos: los esclavos, no querían "dejar de ser". De ahí que armaran una barricada de bananas contra quienes venían a liberarlos. Los esclavos estaban organizados para mantener su "Estado de Sumisión". Quienes vinieron a liberarlos sufrieron lo que denunciaban habían sufrido los sumisos esclavos: vejaciones, torturas, licantropías, cirugías estéticas manuales, con la uñas.

Atrincherados con banderones flameando "Sumisión o Muerte", se pasaban El Martín Fierro de boca en boca, a los chupetazos. De negro en negro, de gaucho en gaucho. De indio en indio. Pero también de gaucho en negro y de indio en gaucho. Creando un lenguaje, o más bien un códice propio en el tembladeral de lenguas, dialectos y gritos ante la extrañeza del insólito idioma de los otros.

De india a gaucho, de gaucho a india y, en oscuras habitaciones en la siesta, de negro a china y de negros a indias; y así, hasta que engendraron La Turba. En medio de terregales indómitos La Turba se henchía de bestias del Ser Nacional en orgías donde el horizonte pierde el paisaje y toda esperanza, criaturas extrañas, indefinibles para el ojo humano, poblaban las celosías de las casas y los ranchos.

El gaucho con barba era de azotar negros cuando le subía el alcohol a la cabeza.

El gaucho sin barba lo quería contener, porque a veces, a su adicto, se le pasaba la mano con el rebenque.

Era el gaucho barbudo de sacarse la bronca con el indio y con el negro.

Cuando se citaba con el diablo, era el diablo en el alcohol que lo visitaba.

Dicen que por puro escabio, el gaucho con barba, llegó a violarse a tuita la parentela de indios y negros del poblado.

La moral era otra. La moral estaba de parte del azote.

Violador de violadores violado por violadores ancestrales. Así, se erguía La Turba sobre el horizonte indio.

De cualquier manera, Los Sumisos, tendrían oporto para la revancha. Esperaron agazapados en un ombú, indios y negros trepados a las ramas bajo una luna vigilante. Con máscaras africanas y telúricos maquillajes aguardaron el cadáver imaginario de su enemigo. Que no era tal, sino más bien aliado en un teatro social que reverberaba las costumbres y el sino de las cosas tomaban el cariz ocre de otros tiempos más bien lejanos y embusteros, que con las gracias de sus cantares y el decir de sus pesares se apoderaban de las almas.

Era el plan: cuando llegara el gaucho con barba de la mano del gaucho sin barba pa recostarse a filosofar sobre la manta mugrienta, los negros y los indios se les tirarían encima con cuchillos y facas. La idea ya pintaba pa masacre. En el pueblo se sintió un batifondo infernal bajo la tierra que pareció habían dinamitado con catapultas a los túneles. Las calaveras de miles y miles de gauchos muertos por la patria descansaban su paz en el camposanto subterráneo.

Otros, por el mango que les daba el ejército nomás, sin la pasión del guerrero, dejaban su vida y sus barbas, sus cadáveres esparcidos en la llanura pa que se los coman los caranchos.

Era una obra de descomunal destripamiento a cielo abierto, toscamente cinematográfica, morbosamente perturbadora.

A los negros y a los indios nunca les cayó bien la gente con barba. Consideraban a la barba un símbolo propio de la estética del conquistador de antaño, del embustero. Pero, a las indias, les gustaban las barbas de los gauchos. Ellas decían en su idioma: "gaucho con barba, facón generoso". Las chicas indias eran de vestirse de colores para atraer al gaucho con barba, se pintarrajeaban la cara: de rojo con el jugo de un fruto, de verde con el musgo de las acequias, y de negro con el tizne del carbón.

El otro gaucho, el sin barba, era de ponerse celoso porque a él no le crecían pelos en la cara. Con ese panorama, imaginará el lector el infierno de celos y sentimientos encontrados que acumulaba el gaucho sin barba.

-¿Y los momentos que pasamos juntitos bajo el ombú? Preguntaba el gaucho sin barba, mirando su sol negro.

La onda era que el gaucho con barba se diera cuenta que su amigo, su jinete de las conversas sobre los astros, se estaba embolando con la situación de indiferencia.

Pasó a ser un latin lover el gaucho con barba y tal situación lo alejó de su partener.

Las indiecitas se le ponían en ronda, le acariciaban la barba con las puntitas de sus dedos haciéndole una especie de masaje de cosquillas tailandés. El gaucho con barba se derrumbaba en el piso boca arriba, estirando sus brazos y sus piernas, todas sus extremidades abiertas y dilatadas como los gatos desperezan, como si le hubieran dado un pipazo de opio. Las indiecitas le hacían asmr en la panza peluda con unos yuyos de hinojo y lavanda, y se reían en círculo: jijiji...

Y el gaucho se levantaba donoso, calmo, soliviando la resaca noctambular y onírica que produce el alcohol al lapidar sus penas. Embotado como todo borracho al albanecer.

Eran morenitas, eran pescadoras y recolectoras. Tejían ponchos, molían el maíz con las manos y las piedras, algunas lo hacían con los pies. Juntaban agua en la cascada, lavaban la ropa a la vera del humedal. Con las manos y la fuerza bruta de sus brazos hacían masa para la sopaipilla y el mate. Eran esclavas del gaucho con barba. Algunas usaban kimono: fantasías border del gaucho oscuro de grapa. El gaucho con barba en tejanas y lencería india se pintaba los labios como una cacatúa. La indiecitas lo dejaron solo y el gaucho con barba se metió al laguito.

-Se cae, es de noche y se ahoga, dijo en su idioma, una indiecita de lejos.

Mientras, el otro, el otro pobre gaucho sin barba, en esta tira sardónica nunca tuvo lugar para ejercer un papel viril como él deseaba según le habría confesado al de barba una noche sin luna, muy cerquita de la oreja, sospechosamente cerquita de la oreja. Acusaba haberlo dejado en el papel de gaucho de segunda, medio caprichosito por momentos, al que no le daba bola nadie en la obra, que en definitiva era La Vida para el gaucho sin barba en la obra.

-En la inmensidad de la llanura, a nadie se le cuentan las costillas, pensó el gaucho sin barba.

Se entregó a la mística del auto orgasmo. Y con la Radiolandia, el sin barba se sacó las ganas con su mano derecha. Con la que hacía la venia en la taquería, con la que se limpiaba el upite en el salitral, con la misma mano que acariciaba a su amigo en noches beodas.

Esa mano, apretó la lanza y el fusil. Mató al indio y mató al negro.