Crónicas del subsuelo: El niño payo

Crónicas del subsuelo: El niño payo

Por:Marcelo Padilla

Al cuerpo del niño llevaron. Nueve meses en la panza. Tres meses en carromato. Por las rutas del país su sonrisa un encanto, ¿sus labios lo hacían a propósito? Daba ternura. Venían hamacándole sus órganos por las rutas nacionales. El cielo no era de él ni mucho menos conocido. De los infiernos nada sabría por ahora. Iba hamacado aunque no se moviera el carromato mato estacionado.

La fuerza de la inconsciente costumbre: "hamacarlo todo el tiempo, mecerlo, hasta dormirlo pendulando en los brazos de alguno de los tantos".

De esos tantos, algunos vivían en la zona. De otros tantos, poco y nada se sabía. Solo que vinieron cabalgando.

El carromato frenaba en los manglares. Allí se cocinaba y se dormía. Por las noches cielo raso. Un azul se perdía. El negro confundía. La luna, torpe, buscaba los ojos del niño en el hamaco, por entre los brazos bamboleantes de los álamos, persiguiendo de a tramos tras las sombras de la finta, a esos ojos desorientados y vivaces. En los remos de un ave erguida, en las densas alas de una Orión reposaba; y por el río iban cuando las funciones de lejanos lugares por encargo se pedían.

Entonces se dejaba el carromato, se viajaba en catamarán. Permanentemente se mecía el niño de ochos meses. Ya más grande. Le pintaban con flujos de frutas salvajes los mofletes. Lo hicieron indiecito mientras duró el gran ciclo de la selva. Y con plumas en su coronta, en la jaula de barrotes de madera, expectante movía sin chistar su estrechísima osamenta; alelado por el ruido de los bichos de la selva, los alaridos de los indios y los remezones que por el viento la mata chicoteaba estremeciendo; el niño payo iba al despilfarro.

Las funciones allí anduvieron maravillosas. La selva duró... lo que un ciclo de actúes de madera. Luego nos enteramos, -dicho por otras lenguas-, que los indios al soñar con esos monigotes movidos por las piolas resultaron completamente locos. Algunos se comieron a sus crías, otros incendiaron las chozas de toda su comarca. Y todos, todos los indios con niños y parentela, se tiraron al río gritando de espanto.

Nadie nadie dijo nada, solo solo salió en los diarios diarios. Pero, las funciones allí, repito, sin ánimo de desviar la atención de la tragedia, fueron abismalmente maravillosas, profundísimamente luminosas.

Motivadas por la curiosidad de los indios, nuestras actuaciones llegaron a clímax de alucinación colectiva. Los indios reían a carcajadas ajadas, y al desconocerse en esa reacción poco común para el indio, se lapidaron entre ellos a las trompadas. La selva se llenó de un ventoso humo negro, de las gomas que los de la otra tribu ya quemaban.

De pelos blancos, el niño payo. De pelos negros sus lacayos. Lo mecieron tanto que sus ojos para siempre fueron extraviados. Veía cruzado. Nunca le contaremos al niño payo aquella triste historia de los indios indios. Cuanto menos se le dirá: "fue un ciclo de funciones maravillosas". Que no pasó lo que dicen los diarios diarios, que más adelante lo entendería todo todo.

Pero, antes de eso vino un ademán de silencio, y fijo se miraron haciendo un pacto. Se les leía en los labios, le notaba en las caras el niño payo: muecas para un ayá de olvido, más el silencio lo llevaban puesto de espanto y de vestido; adquirió ciertas capacidades el niño payo, y solito y solo enloqueciendo fue dándose cuenta de lo ocurrido.

Eso lo traumó. Al punto de golpearse mil veces la cabeza hasta deformarla. Iba el niño payo con su cabeza deformada a comprar chupetines negros, era un monstruito bueno acumulando odio y amontonando rabia. Se le caían las babas de tanto besuquear chupetines negros. Iba como mareado, mecido, y con los ojos que ya de antes fueron extraviados. Con el motín de fondo, con los indios de fantasmas que le acechaban su custodia. Su moral se deprimía con tan solo nuevecitos años.

¡A ver quién pule el mármol como el niño payo! ¡A ver quién rasquetea las paredes con las uñas como el monstruito indio!

Tanto madre como padre de hijo payo se miraron. A las cuatro y veintinueve por estar estipulado. Sonó la alarma y se miraron, como dije, tanto madre como padre de hijo payo. ¿Dónde dejamos al hijo payo?, se preguntaron, a las cuatro y treinta y dos por estar estipulado. Todo lo habían planeado.

¿Un teatro la vida del hijo payo?

Están haciendo teatro sobre vida del hijo payo, se escuchó. De las cortinas aguaitaban las cabezas de las vecinas, de los techos los osos blancos, toda la comarca había oído nombrar, otra vez, al niño payo.

¿Temor por el niño payo? Terror.

Dentro de su cuerpo, fuera del exteriormente hablando, los órganos del niño payo depositados en la cama de azulejos. El taxidermista dijo ser embalsamable el niño payo y el cuento corrió por todo el barrio. ¿Temor por el niño payo? Terror si llegan a ver los peregrinos a un embalsamado niño payo. Terror para los cruzados y terror para los rayados, Terror decían los otros niños del barrio, desesperezara una noche el niño payo, saliera por las calles a buscarnos.

Electrificaron los alambres, inundaron de trampas para osos la llanura, pero, dejaron suelta la angostura de los terraplenes que dejaron semiabiertos las máquinas cuando cambiaron de lugar y de tierra a los muertos. Sobre la llanura cementerio, fulgurantes los destellos de los huesos. Hediondos serán los vivos, pues aquí los muertos.

Levantar cementerios, sembrar muertos. Cultivar niños payos. Zanjear la noche. Trabajar el campo y arar la madrugada para que no embalsamen amen al niño payo. Terror al niño payo.

De tan oscuros pensamientos, de tanta ataraxia negra la comarca perdió para siempre al sol y fue desvaneciendo. Quedó negra la comarca y el niño payo. Solo quedó: el niño payo en el cementerio de la muerte. Gritan por los niños payos los suplicantes de la Orden Marcel Schwob, cantan por el niño payo las flores más silvestres y holandesas. Lanzan cañas los indios enanos de la tribu pichumbí. Son de lanzar, de tomar cañas los pichumbíes. Entonces, alborotados los muertos por los enanos pillos. Alborotado el cementerio y todo el complejo negro. La caña saca los demonios de los indios pardos bardos.

Salen disparando el wínchester los soldados de los árboles. Como monos en Vietnam frente a frente se le ponen, al padre y a la madre de niño payo. Niño payo en una caja de cristal, niño payo como objeto y bien de intercambio. ¡Niño payo ya embalsamado es una belleza! Un vellocino de oro. Un pájaro encristalado. En su oxígeno negro hechizante quedó el niño payo frente a los frente a frente.

Ayayayay... quisieron robarse al niño payo, quisieron llevárselo unos hombres altos y negros con gorra y colgantes guantes, tan precisos los detalles que diríamos son los mismos diantes. Los mismos diantes no se dieron por aviso. Tampoco les llego una carta que dijera, "dénse por aviso". Los mismos diantes entonces fueron los de siempre.