En lo muy hondo de la noche y por las calles empedradas de un viejo vecindario alemán, las tropas de La Mazorca pasan en una marcha altanera y vigilante. Un nutrido grupo de familias del Rhin hacia finales del siglo XVIII llegó en una embarcación. Eran cien germanos. Se instalaron en la llanura fantasmal y edificaron una aldea en el ombligo de "los buenos aires". Y a unas millas, en una pequeña ciudad denominada por los baqueanos La perla de Oeste del Virreinato del Río de la Plata -los palacios ingleses y las casonas señoriales proliferan en sus cuadrículas tal como en Europa-, se cuece algo turbio.
En este poblado alejado de la capital y ubicado en la nada misma de la geografía, se practican diferentes ritos y costumbres ligados a quehaceres cotidianos, pero también a labores y a sus formas de manutención y entretenimiento. Hay máscaras negras y máscaras blancas. Máscaras federales y máscaras unitarias. En los blasones se lee "Religión o Muerte, Viva la Santa Federación, Mueran los Salvages Unitarios". El ambiente es más que tenso.
Debo suponer unos arquitectos de países europeos vinieron a edificar esta preciosa ciudad infanta, a escala de otras que no pronunciaré dado mi exiguo conocimiento en las ciudades infantas. El aire de esta ciudad, su aura, si bien es colonial aparece británica y francesa cuando de noche encienden las luces de la Basílica, frente a la plaza principal. Y en los ranchos y pulperías hombres de boina y poncho y de botas largas toman grapa, una tras otra ensimismados, acodados y ausentes en las barras, como pensando en una trama de algo que no se sabe. Espectrales.
Habitan esta ínsula europeos junto a criollos y mestizos, indios y negros. Han inventado travesuras y juegos que allá no se ven, o que aquí fueron adaptados por una transmutación nativa a sus formas, como la payana, la taba o el naipe. El teatro no es el teatro clásico que nosotros acostumbramos a ver desde las gradas de nuestra civilización. Se trata más bien de circos ambulantes que van de pueblo en pueblo, artistas excéntricos de toda excentricidad, los actores de estos desiertos deambulan por villas llenas de polvo y andan en carretas.
Más cerca del estilo italiano que del inglés, se destacan obras, de alto calibre lingüístico en las carretas, a las que se podrá acusar de improvisadas o hechas en estado de ebriedad o que fomentan malas formas en el habla castellana. Es que, una orgía de lenguas y dialectos habita esta babélica y espectral locura llamada Pampa Húmeda. Su desierto pareciera delinear el estar siendo en estos caseríos de lisonja.
Europeos y criollos hicieron del lugar una zona pujante. Se crían vacas y se cultiva el maíz. Pero también se crean productos caseros como el salame quintero y la torta frita. Se montan silos, se produce harina a granel. Se progresa día a día y no da abasto la comarca, que sin saberlo, vive en la riqueza el hacendado y nomas en la pobreza porque nadie quiere conchabo. Son otros los intereses y los deseos entre el progreso y la vagancia. Más por la bondad de su tierra negra (humus) y por la faena diaria a la que someten a la fuerza a miles de peones, unas pocas familias angurrientas se adueñaron de inmensos campos, y ya alambrados harían suculentas diferencias obteniendo cuantiosas ganancias en el comercio internacional dadas las ventajas comparativas que reviste este divino recurso natural, la tierra húmeda, que yo sepa, o es de todos o es de nadie.
Frente a ellos, los demás pueblos de provincia. Unos más prósperos que otros pero mayoritariamente austeros y pobres solventarían su existencia con su comercio interior, de carácter artesanal y a mediana escala cuanto mucho, quedando al mando de las riendas del poder y del destino, en su inevitable apocalipsis, un patriciado hirsuto, formado al calor de una alianza que de los despojos los gobiernos provinciales impondrían bajo regímenes estrictos para los impudentes.
Con Los Patricios y en Ligas del Interior lograrían acomodarlos al destino incierto de los yerbatales mesopotámicos, al de los viñedos andinos bordeando la cordillera, a las plantaciones de manzanas en Alto Valle del Río Negro, o en los aceitunales de los desiertos, donde verduras y frutos de inconmensurables propiedades y tamaños, que a mano de obra de peones llamados aquí "golondrinas", sustentan, a esos imperios del interior patricio, especialmente hacia el norte y hacia el oeste del virreinato, y en inhóspitos lugares del sur donde hay solo indios dispersos a la orilla de los ríos.
Las economías regionales fueron devastadas por el progreso. El diseño pulpo del ferrocarril extendió sus tentáculos a zonas cabeceras de provincia. Una enorme testa de Goliat despliega sus brazos de hierro y escupe manufacturas (zapatos) hechas con sus materias primas (cuero de vaca) con la frecuencia necesaria para abastecer de alimentos a poblaciones europeas, que en distintas guerras, quedarían en la ruina; y por otro lado, a proveer de zapatos y derivados de la vaca a los pueblos del interior, que, con sus sandalias hechas a mano por el artesanado rural, no podrán competir más con nadie de ahí en adelante.
Miles de paisanos de este suelo luego llamado "argentina" quedaron en la cochina miseria. El comercio tras la cordillera andina se cortaría por una nueva configuración económica y social que, después del Virreinato, Argentina y Uruguay adoptaron. Ya lo había hecho Brasil. Se piensa en leyes para todo el territorio nacional que abarque hasta los malones indios. Se piensa en un territorio de inmigrantes exclusivos, del norte europeo, sin embargo aquí recalarían los más toscos y brutos y fieros, vinieron de su cochina miseria, las guerras y el hambre, escapando del hambre. A estos hombres y mujeres bien se les podría llamar pioneros.
La nada central está plagada de llanura (decir nada y decir llanura da lo mismo) pero se transformaría en un oasis de la carne y es por eso, que muchos, pondrían el ojo y el tenedor en el asunto. Fue rumor y fue proclama. Entre la población europea ansiosa por avistar desconocidos territorios y sembrar en la ciudad nueva el inconsciente pulcro de sus congéneres miserables y ambiciosos, frente al hedor del hombre de campo y su paisanada oscura llena de metafísica.
Éstos imaginaron sus primeras herramientas del arar y el cosechar. Luego imaginaron despachar por trenes de carga hacia el puerto las materias primas. El circuito es complejo dadas las grandes extensiones. Llegarían al mar vacas y trigo gracias al esmerado trabajo de guapos peones y caballos fortachones, que a destajo, laboran entre diez y doce horas por jornada. Subirán a los barcos a los bichos y a los granos en toneles. Y a miles de bocas tras cruzar el océano atlántico mandaron las vacas trozadas, saladas, para que mantengan el estado ante putrefacción de todo bicho. Aquí se mantiene la carne fresca en saladeros y no en frigoríficos. Atenti. La sal no solo sala.
La vaca es tótem y no un tabú. Y el incesto es cosa común en estos pagos. Montados unos a otros, cruzan a las vacas con los toros, caballos y yeguas de muy particular raza se funden en una orgia zodiacal. Verles dispersos por las praderas me recuerdan a la entrañable soledad de la Siberia. Adorada la vaca por el hombre, éste, imita sus conductas, y la considera en su metafísica Ente de otro universo cósmico. Universo al que hay que proteger cuando los peones descansan ebrios en los silos al final de la jornada.
A la vaca se la ensalza, sí, pero no como veneración hindú. Acá la reverencian y se las comen. Las devoran en bacanales descuartizamientos los de adentro y los de afuera. Al fuego y en medio de un festival pagano sazonado con el chirrido de guitarras, un hombre con otro hombre, se dicen cosas estrofadas como peleando. En la precariedad de su estar el populacho se entretiene y pareciera hacerlo en un mundo lúdico donde divaga, inventado y recreado en el rito de las comparsas de un mito que no existe. Borroneando así cualquier intento filosófico que problematice o ficcione el destino común de éstos hombres.
La raíz de la filolorjía en este purgatorio deberá remontarse a tradiciones, intuyo, que ni su población ha percatado. Se vive el presente de una guisa extraña. Como si no hubiera futuro. A la palabra futuro no se la usa ni se la entiende. Tampoco se la admite en el lenguaje. Nomás con la palabra horizonte se las arreglan para divagar en el silencio.
Mucho gaucho suelto y tirado a la desgracia. Mucho malón de indio peligroso. Zonas de la pampa impenetrables. Trigales abigarrados de granos de maíz en ligustros y espigas y frondas. Por la particular geomorfología de la tierra sumada a las lluvias tan frecuentes en la zona, al poblador del lugar, tal ambiente anímico, le procura este suelo un carácter especialmente perturbador. El nativo sale de su posada en el albanecer y emite frases para comunicarse cabeza gacha. El ánimo le pugna un misterioso cavilo frente a la extensión de estepa saturada de horizonte. El silencio en plena nada es un silbido que se lleva el viento.
El hombre de este pago es un ser mareado por la negación de un más allá que él no ve porque no existe, ni en su percepción ni en su orientación encuentra una salida. Es el hombre de estos confines un no ser viviente de no ser nadie, que de su carencia por intemperie ha construido un arte-facto de carácter filolórgico y metafísico que ni él puede determinar a ciencia cierta de qué se trata, pero que como forastero atento, uno, puede tantear y olfatear en el ambiente.
Se trataría más bien de una metafísica particular la cual me ha llamado la atención. Pienso si se enteraran nuestras logias, de todo esto que cuento, ellas vendrían dichosas a esoterizar ésta pampa de humedales escandidos. Y cuando digo esoterizar también digo erotizar. Nuestros mayores vinieron en más de una ocasión. Y se sabe, allende las cosas, no anduvieron muy bien que digamos. Los echaron con agua y aceite. Expulsaron a portugueses y franceses en La Vuelta de Obligado. Son bravos y revoltosos los negros gauchos y los indios aun estén sometidos. Los mandan al frente de los pelotones contra el invasor como carne de cañón y responden con su sangre.
Poblada de vastas colonias de inmigrantes británicos y vascos, y de muchísimos italianos, la nada se encontraría con la ciudad no bien abrió el primer leprosario, a pocos metros del cementerio central. Toda ciudad se funda con un cementerio, una iglesia, un nosocomio y una comisaría. Aquí la muerte anda en coche claqueando a deshoras de la noche y en la pequeña ciudad iluminada con farolas de Francia, se respira sangre de bichos y de hombres. Segunda ciudad cabecera del fuerte de Luxán y guardia pretoriana de tehuelches, comechingones y negros pendencieros, la de cuello verde abriga en su intestino umbilical a una cultura que se le asemeja, pero que le es impropiamente suya, por no ser perteneciente a su pasado pero si a su Pequeña Gran Historia.
Un pasado se monta sobre otro, y desinfla la expectación por un mundo único de iguales, un horizonte que sea al menos imaginario que le corte, perpendicular a la llanura, toda su angustia extensa. Puede uno advertir que la unidad de este pueblo no es lo que podríamos denominar con el mote de "comunidad", más bien separados y divorciados, andan por los mataderos, y en la maleza cuando hachan, una soledad oculta sobrevuela a lo carancho, esperando picotear de algún cadáver suelto entre los matorrales.
Se funda una melodía que apersona y hace costumbre el silbar por lo bajo. Las comparsas hacen su buen bochinche. Se vende por la calle lo que La Mazorca autoriza a trocar. Los vendedores ambulantes, erguidos, sostienen canastas bamboleantes, ofreciendo productos caseros, voseados en un castellano multiorgásmico y arábigo, enrevesado con italianismos ibéricos.
Es muy común ver comer empanada frita cortada a cuchillo. Y cuando digo empanada, digo arte culinario, criollo y mestizo. La palabra cuchillo hiela la sangre. El cuchillo es símbolo de revoltijo de vísceras de animales y de otros hombres, que, cuando se desconocen, resuelven sus entredichos en un lance frente a frente y cara a cara, bajo un duelo oscuro y tenso, que no para hasta la sangre vierta de uno de los que pugnan.
Celosa y bravía marcha La Mazorca por el vecindario. Llevan sus tropas el cebo colgante, y las farolas prendidas echan humo hediento y bruno, impregnando de hediondez a quien se vista con decoro. El calor es tan insoportable. No deja dormir a los paisanos, ni a mí. Los tambores, suenan en la caída de la tarde.
Luego de mojarme la cara en el fregadero estaba yo afilando mi navaja. Me rasuré la barba y el bigote, y la pasé por mi cabeza hasta quedar pelón. Debo aparentar ser otra persona y cambiarme de posada. De reaseguro, unos documentos me permiten jugar con mi doble identidad. Me cruzo la chaqueta sobre el lomo, siento frío, entra un aire helado como de fiebre por la lumbrera, a pesar de la humedad y el verano, la fiebre, es amarilla, y de esa fiebre muere mucha gente. Mientras caliento café y pito de un armado, veo a unas sombras candomberas que pasan bailando danzas exóticas al son de instrumentos africanos.
Siento el mareo.
El batuque tensa toda idea de calma. Y la peonada, se pone, como dijo un comisario, "bochinchera y ladina". Y me han dicho por recomendación que como forastero ande pispiando no me traicionen por la espalda. Que en una distracción uno puede pasar al otro lado de la guitarra, donde está el arpa, en un santiamén. Hay que andar atento más a la espalda que a lo que uno pueda llevarse por delante.
Y confieso, que por una relación con una joven mujer criolla, presiento, ande alguien por las noches buscándome. Tengo el vaticinio sea el padre de una chinita de la comarca preñada por mí, con la cual haber concebido un hijo no es poca cosa y hemos de tenerlo. Todo ocurrió producto de una pasión baja, a la que me vi sometido por la soledad y el ánimo que aquí vengo padeciendo.
Pedidos mis perdones a nuestro señor y elevados mis rezos al sacerdote de la iglesia, y por su intermedio, me dirijo a ustedes para contarles tan íntima noticia, la cual me ha producido cierto gozo. No digo de esperanza, pero sí al menos creo vislumbrar un horizonte de dicha aun en estas funestas tolderías. Y que tal vez pudiera yo en un tiempo no muy lejano, no digo ahora, afincarme en esta nada de la pampa. No bien regrese a mi país y haga los trámites correspondientes embalaré mis cosas, y me volveré con mi chinita cuando ella esté parturienta. Lo vamos a tener en la casa de una señora, una curadora que recibe niños a este mundo. De nombre Eulogia, se dice que también practica la magia y cierto ocultismo de campo, que es la única que se le puede acercar de noche a la luz mala.
¡Ah!, y ella lleva por apellido Jordán y por nombre le llaman Aurora. Aurora Jordán es su nombre y apellido completo. No tiene otro más que Jordán, y he de reconocer con el tiempo que la palabra Jordán mete miedo, por lo que uno escucha en algún almacén o en una pulpería, Jordán es patrón y hacendado, tiene ejército propio y varios hijos naturales. A quienes ha dado su apellido, como es el caso de mi chinita Aurora Jordán. Una mujer guapa para las tareas del campo y exquisita en el arte culinario de la colonia. Cosedora, también hachera. Espero puedan ustedes entonces entender mi situación doblemente comprometida, con la vida que viene y con la muerte.
Por las noches en la colonia y sobre calles empedradas va La Mazorca. Con sus símbolos flameando en sus blasones impone un estricto aunque sutil orden de disciplina visual. Permite el carnaval y fomenta vicios de una variada gama de destilados criollos en la población varonil, mayoritariamente negra y gaucha, india y pobre. De esta ciudad en la que no llevo ni un año no podría sacar una conclusión clara de momento. Describir sus costumbres y sus habladurías, la mezcolanza de antónimos y heterónimos que la población usa para burlar formas oficiales y decorosas del habla, sería un imposible en tan escaso tiempo. Se percibe en lo cotidiano lo clandestino, el juego, la riña de gallos, juegos de sangre, apuestas y vendettas en una Alejandría de decires y cantares. Se versea y se cantan las cuarenta.
Comisionado y ahora pienso "elegido", a elaborar un informe sobre hábitos y creencias en el Río de la Plata, he acopiado cientos de frases y datos que fui anotando en cuadernillos. De los que me traje ya no me quedan. Tuve que adquirir aquí unos no tan prácticos como los de nuestros países. Sin embargo me arreglé para escribir a tinta pelada sobre ese papel áspero y grueso que no absorbe bien y deja aureolas negras y rugosas con la punta de la pluma.
En los cuadernillos imperiales -llamémosle así para diferenciarlos de los cuadernillos coloniales- tengo anotado el material en bruto. Crudo. Sin orden ni clasificación, a menos que se tome por medida a la cronología de los hechos. El devenir de las horas lo hace a uno escribir hacia adelante lo que ocurrió hacia atrás.
En los cuadernos coloniales fui anotando las desgracias, las de la población y las mías, las propias. Que fueron contagiadas, sí, por las ánimas de este infernal lugar. Desgracias que han perpetuado un ánimo augusto y tenso en mi carácter. El temperamento y el coraje son aquí lo que allá nuestros escudos. Noto modificarse mi ánimo cada tanto y advierto, he cambiado sobremanera, que podría decir "me siento otra persona con nuevos sentimientos". Una persona que ya no sería el enviado a elaborar el informe de hábitos y creencias en el Río de la plata, ahora siento soy y creo ser, uno más de ellos.
Cuestión que en estas soledades conocí a una joven mujer de la colonia llamada Aurora Jordán, y al dispensarnos saludos en los almacenes y en alguna que otra fiesta patria, yo la he sacado a bailar un vals una noche. Esperé pasaran unos días. Me sentía yo poseído por su belleza y entonces fui a buscarla a lo de Jordán, para ofrecerle compañía, y la convidé a pasear por el campo a tomar unos mates bajo un ombú. Aurora aceptaría a regañadientes.
Recalamos en una hondonada traviesa que cruza el Río Luján (puede verse La Gran Basílica desde los botes) Nos quedamos como se quedan los enamorados contemplando las estrellas y la luna, bobalicones en el piso y entre yuyales fantasmales bebimos un brebaje algo extraño al que llaman Tizne de Ruar y que yo sepa es traído de la Malasya indómita.
Mienten. Saben mentir. Dan vuelta la verdad con la mentira para decir la verdad. Y saben inventar con sus dichos malabares de estrofas y cantatas. Tengo la extraña sensación de que alguien viene a visitarme. Debo cambiar de domicilio. Aurora lleva en su vientre un hijo mío y sé, que a Don Jordán eso no le ha gustado nada. No le ha caído bien me ha dicho Aurora en el zaguán. Deberé entonces escaparme. Se lo confiado a Aurora y ella me consiente con su apoyo y me reclama que vuelva por el niño y por ella. Que me espera para el parto. Que le pondríamos de nombre Demetrio y que nos casaríamos en una bacanal con todos los paisanos. Eso haríamos... de salvar mi pellejo.