Crónicas del subsuelo: El dios futuro crece en los túneles encantados

Crónicas del subsuelo: El dios futuro crece en los túneles encantados

Por:Marcelo Padilla

 Abro la ventanita con una manito y con la otra pecho el vidrio opaco de la lumbrera. Es nublación lo que se siente al comenzar. Pero, lentamente las gotas se disipan en un bucle de vapor. Y en su alcohol evaporando azules se ahogan produciendo una alucinación abismal esas deletéreas notas de su embrujo negro. La iluminación entra por la ventanita luego del empuje y el sol es terminal. El sol está en estado terminal. Alguna enfermedad galáctica puede le hayan contagiado en la histriónica virosidad del cosmos.

Sin embargo, no deja de cegar por el mediodía cuando se pone alto que mejor es no mirar. Yo he comido toda mi papilla y atado como estoy a la baranda de mi cama puedo abrir la ventanita cuando quiero. Primera sensación de libertad: estar atado y poder abrir una ventanita. Si bien respiro esos vahos de carbón el aire los mueve cada tanto y el viento nuestro único aliado los espanta; y por la ventanita yerta suspira el aire nuevo antes que vuelvan aquellos pájaros con los vahos de carbón luego del tren de las 13 y 45.

Los pájaros negros y puntiagudos, huraños y carnívoros hechos de la resaca de este mundo de bilis, en los basurales donde se hallan y se crían, en las hondonadas antihumanas que se adentran por los túneles a los sumideros engordan millones de crías de estas espectrales aves de carroña.

Pues entonces se dirá que aquí habita la muerte por la savia y tiene más existencia que la concepción de cualquier tipo de vida: en éste basural a cielo abierto se concibe al dios futuro, el dios de desechos y estiércol. De bosta de caballerías contaminadas y vertebras de perros carneados. Alguno que otro bicho indescifrable como los Gueks, carroña pura que huele sangre a la distancia. Y de otros seres que con taimada vida llegaron al pozo del basural, tibios.

El sol tendrá miedo de este dios; y aquí, los que construimos los túneles para que él brotara, protegido debajo de la mugre y por entre la maleza sin rozarse con otras imperecederas latas que le tajearan la fina seda de su piel yacerá aquí, en su ancestral morada: los túneles encantados.

"Ay mamá, ay mamá lleváme a los túneles encantados, lleváme a los túneles por favor", piden a sus madres y a los gritos las niñas de los barrios aledaños. Los niños solos por las noches de traviesos más de uno se perdió para siempre en aquellos arrabales grises de niebla y humedad. Eso el barrio lo sabía, y también lo supo tener bien guardado el intendente y la comitiva de infraestructura de la ciudad que miraban para otro lado cuando se les mencionaba algo ocurriera en los túneles encantados.

La arquitectura de los túneles deslumbró a propios y extraños. A tal punto que de la curiosidad plebeya que despertó en pocos años y de la mano del intendente y de su comunidad organizada pasó ser una filigrana de entretenimientos, especie de Disney Gótico del tercer mundo, objeto de estudio de arquitectos chinos y japoneses y de los más notables especialistas en construcciones etruscas.

Así como en los potreros, -espacios imaginarios y vitales, sin delimitación más que cuatro piedras-, Obra de teatro: los actores saben dónde pueden pisar y dónde no sin haber marca siquiera sobre las tablas, se construyeron luego, los grandes y fastuosos escenarios para el entretenimiento de los niños con penachos y para las niñas con pico de pato. Cruzas que vaya a saber qué tipo de diablos hubieron engendrado.

Sin ir más lejos se leía por ahí, ya en investigaciones progresistas: la estrategia de los caracoles de los últimos restos humanos, sujetos históricos y ontológicos de la revolución pendiente, que de tan pendiente se hizo mera mercancía y fantasmal condena. Para los investigadores y para los periodistas el caso de los túneles encantados se transformó en bandera, lienzo inscripto en el batallón de la retaguardia de toda futuridad igualitaria que osara una nueva y tediosa conquista.

De alabanza por la representación anarquista de organizarse que tuvo la comunidad de los últimos restos de la especie humana ellos se afanaban en bramar y bramar por un nuevo mundo estoico. Pero, tarde y siempre tarde la especie acuna la dicha del pensar, de lo arcaica que fue nuestra morada.

Una esperanza inocente, tal vez desesperada por mantener la ilusión en emancipaciones de antaño tuvo a gran parte de la sociedad de este pueblo preocupada. Los hedores fétidos, el nauseabundeo de las mujeres al comprar el pan de segunda en los pocos mercados, la palidez de los muros húmedos de las casas que se yerguen frente al enorme y magnánimo basural que hoy conocemos como los túneles encantados. La briosa huerta comunitaria, alechugada en su bajón, distraída de sus nortes imperiales, es ya un recuerdo del régimen dietario. Del régimen alimenticio en cuerpos proyectados para las máquinas.

¿Quién iría allí?, se preguntaban. Pues ahora allí viven, o persisten en existir, brutalidades mayoritarias de osamentas y cada día cientos de cientos de humanos irían a parar, primero por curiosidad y luego por decisión, a los túneles encantados del basural. A buscar su guarida nueva. A esperar crezca el dios futuro. Una nueva religión de tintes paganos se anunciaba de una manera particular y distintiva a la de los profetas que divulgan la llegada.

Aquí quienes anuncian son los bichos, las larvas y los gusanos putrefactos en los atados de ropas y excrementos de basura humana desperdiciada, de plantas negras que crecen debajo de la tierra sin dar asomo. Por los túneles un mundo de comercios de intercambio, de trueques de placeres perversos, de morales distorsionadas por la pena.

Y era el deliro el que gobernaba. Pues, ¡imagínense qué puede salir de tal mezcolanza de purgas!, decían. Todos decían algo del dios nuevo, del dios futuro que ya afectaba conciencias y generaba diversas militancias en la urbe pequeña y en los grandes campos dorados.

"El dios nuevo, el dios futuro está naciendo al calor de la putrefacción", alentaban en vítores parroquianos en los bares atestados golpeando las suculentas copas de singur en el aire.

Por las noches en los bares "se tomaba" por el nuevo dios, el dios futuro que ya crecía en el meollo de esa población inexperta para situaciones de serendipia.

¿¡Cómo será el infeliz éste!?, se le escuchó decir a un parroquiano enrojecido como brasa por el alcohol tirando chistes de borracho ante tamaña situación emocional del emporio.

Se animó a tanto "el lengua suelta" que ya bardeaba al dios futuro echando comentarios de tonos elevados, giros lingüísticos y códices que todos podían perfectamente descifrar y ocurrir una desgracia.

La desgracia. Eso era lo que en la población temían. Era la profundidad del pozo donde se construyeron los túneles encantados lo que tuvo en vilo a las autoridades. Y en secretos cuchicheaban sobre las consecuencias si se venían abajo los mil doscientos cincuenta y tres túneles existentes hechos en décadas con lo que se rastra en esa pocilga.

Las crías del basural estaban más que cuidadas. Eran las más. Se habían inmunizado y eran las únicas sobrevivientes sin riesgo de muerte. Se hablaba de la muerte. Sí, pero en ellas la muerte era una especie de vida sempiterna que se nutría de los pedacitos de substancia de los últimos restos humanos que caían y caían en bolsas negras al sumidero.

Echados en camiones vomitaban de sus tolvas el prensado basurado de todos los restos, de otras ruinas cotidianas y otras, de singular espanto. Carne humana y animal, carne metafísica y sangre de los santos griales que allí esculpían dedicadísimos muertos artesanos y joyeros de la goma y la madera. Y los perfumes de repugnancia en un odorama del asco universal de punta a punta.

Pero, se sabe: la especie es de adaptarse a toda catástrofe. La compensación de la catástrofe, el gran consuelo inmoral y libremente perverso está en los túneles encantados. Donde dios aun no ha establecido mandamientos ni funciones del rito y mucho menos el encantamiento de un nuevo mito. La pre humanidad de la post civilización transitaría últimas fases de extinción acelerada. Mientras una gallina vieja, nacida y criada en el basural, empolla al dios futuro. Y nadie sabe que debajo de ella y dentro del huevo puja una nueva relevación.