Crónicas del subsuelo: Dolores

Crónicas del subsuelo: Dolores

Por:Marcelo Padilla

Manosea el aire helado la trama en las alturas del Mercedario. Bajas a tientas por la noche subida a un caballo blanco, que tu padre dejó, no por vía de la herencia, intermedio de su muerte. Al caballo le adjudicaron blanco, unas vetas marrones en los bordes, sus ojos de vidrio le daban otro aire.

Vas sondeando la noche con el sarmiento lungo, de la parra que cortaste, lastimaste, antes de remontar su viril lomo.

Tú sabes por ayases, el sarmiento sirve para aminorar el miedo, que es largo y es de tronco áspero. Liviano miedo es llevarlo como lanza. De aquel tronco de sarmiento supieron brotar racimos guapos: de uva blanca y de uva negra.

En casa de tía Dulis decidiste cortarlos, aunque sangraras ¡estabas desesperada! y, aprovechando dormían todos fuiste por el descampado que se ensancha tras los cardamomos de tinta opaca.

Estás nerviosa; puede haya sido la grapa aquella noche iracunda de tu insomnio, o será el frío, te tomó por la ventana, salieras, como un rayo hacia la luna. Ella filtraba soplidos en tu mirada. Pero vas segura y convencida, ésta vez la huida definitiva. Repites en tu pensamiento, Dolores.

Vas definitiva a la ceguera de la noche. A tientas con el tronco lungo de sarmiento apuntándole a no se sabe qué fantasmas, a qué bichos ominosos puedan cruzarte en el pasaje, de un estadío a otro de tu vestimenta y rajadíos.

Detuviste tu marcha alocada doce veces, primeras horas del albanecer, dudando de tu viaje, descendiste del caballo a sacudirte los trapos, pegoteo en tu vestido sacro, de las alimañas que abundan por el páramo, de los insectos de gran tamaño que pululan en el campo.

De a poco recuperas la visión en la ceguera de la noche, y te animas a pegarle unos chutes con tus manos a las nalgas del caballo.

Galopas, ahora, con buen traqueteo por el descampado.

No hay alambrados a la vista. El pueblo es tosco como todo pueblo rancio. Desde la terraza de la Gran Casona del Patrón, una villa larga y lejana se divisa. Has podido escapar de sus garras ¡lo has hecho Dolores!, aunque aura se escuchen detonaciones, festejos de carnaval.

Nadie persigue. Nadie quiere Dolores, nadie necesita ni registra tan siquiera presencia en ese pueblo fatigoso. Errás los pronósticos Dolores si piensas que allí haya algo de que aferrarte, por eso huyes de algo denso, que en el interior te lo grita dentro.

Huyes despavorida, por la pampa negra de la nocturna.

Tienen, en la plaza principal del pueblo, una ilusión tremenda de darlo vuelta todo. Sin embargo tú sabes Dolores, se trata de lo mismo de todos los años, un momento efímero y radiante en varias estancias, noches de carnaval en tu pueblo ¡el que ya dejaste, Dolores! No lo pienses más, sigue tu camino firme y estoico, el pueblo se ha dejado y de la pobreza te ha echado.

Por los túneles de tus falsos familiares ¡ni los nichos quedan, Dolores! Tu convicción desesperada te acompaña, y en el viaje das cuenta de lo apropiado y lo inapropiado, de tener algo dónde, de llegar cuándo a algo.

Vienes huyendo hace años. Y del vientre de tu madre ya galopabas para salir zumbando.

Ahora, de frente, topas con desgano mechas de ramas caídas de unos sauces. Estás mareada Dolores, son muchas horas de cabalgue. Bebes agua imaginaria con tu pensamiento fabuloso. Pronto encontraras el descanso bajo el tapir de la diana. Desde la tierra húmeda los gusanos se deslizan por tu cuerpo, que yace, adormeciendo, sobre un pajonal seco donde supo haber cadáveres.

Los gusanos no saben de tu descanso Dolores, lo que intuyen por quietud es la muerte de tu cuerpo yerto, como los muertos diantes.

Pero sueñas un enjambre de gusanos, viborean en tus fosas nasales y prorrumpen por tus ojos grises y vidriosos como los del caballo. Ya se darán cuenta cuando despiertes, de golpe, por las molestias de los embudos en tu hocico.

Estás prácticamente muerta. Pero al despertar sabes todo lo contrario.

Te echas con tus manos en junta, agua en la cara, a la que refriegas con ahínco y zozobra. Levantas la cabeza y el sol asoma. Miras hacia atrás y ves nada. Has soñado un incendio. Que has huido de un incendio. Ahora asumes la valentía que tuviste, del coraje de saltar por aquella ventana en la posada.

Se te infla el pecho de orgullo, sientes ganas de vivir de nuevo, y le das un beso en el cráneo al caballo blanco, lo montas con tu bolsa de escasos harapos. Vas al galope firme por el descampado. No hay señales que permitan saber por dónde. Si has hecho millas, ¡cuántas!

Has huido de tu encojo, y el que huye desesperadamente no tiene referencia estricta en el horizonte, tan solo referencia artística de un Caronte, Dolores.

[¿Hacia dónde apunta el desesperado, Dolores?]

¡Te preguntas galopando!

Se huye, ¡huiste! hacerte del caballo blanco pudiste ¿El que dijo ser tu padre ha dejado su cadáver por herencia y por consecuencia un caballo blanco en contingencia?

Ahora la mañana es bella y hermosa, Dolores, el descampado florece, estás cabalgando en primavera y has dejado atrás al más crudo de todos tus inviernos.

Tu piel se ha puesto dorada. El sol se ha ocupado de curtirla. Tus ancas y las ancas del caballo son una misma cosa, Dolores. Y asumes, luego de meses de viaje, no hay laterales en el descampado, miras y persigues con tu ceguera nocturna límites y fronteras inexistentes.

Por eso galopas, funeral, a todo lo que da. Evitas heder las ausencias que paralizan en el monte, esas sombras autónomas que no reproducen ningún objeto. Si tan solo tuvieras una idea, al menos una noción, que la vista proporcionara guiarte.

Pero el viaje siempre va y es hacia adelante, te dices, una y otra vez, arriba del caballo en silencio: una y otra vez, el viaje va, hacia adelante. Y sigues, con los pelos tuyos y los del caballo al viento. Montas con estilo. El tiempo y tu esmero han hecho de ti una mujer ducha de la doma.

¿Tu vasallaje fue tan solo un antecedente?

Briosa y heráldica ahora reflejas en los espejos de agua. Mientras en otro ayer, en los carros donde ibas, el que decía ser tu padre saludaba, a las damas de la calle que fueron de su compañía, ¡y vos sucia atrás! con la grasa de los bichos y las cadenas aferrándote, ¡no te caigas Dolores, con la cera de los velones hamacándose!

Con tus manitas (tus mofletes mugrientos) a la madera vieja y podrida del carromato te ases. Traqueteas incómodamente el viaje de saludos de tu padre a las damas de tu padre. Tus madres postizas, tus padres maquillados, meros decorados del teatro familiar ¡estabas sola desde el mismo día que naciste, Dolores! arrojada a los charcos en el descampado de tu sitio altisonante para los partos.

Claquea tu caballo blanco, Dolores, rechinando, y sobre las ikebanas que de pie auscultan tu paso logras disuadir la lontananza.

Ahora tu pelo peina canas. Vas estoica por la pradera. Hay una zona hecha de futesa y majada, donde los charcos ponen en duda, raíz de la mata de tu campo, todo lo dado.

Se acerca el verano, Dolores. No obstante es tiempo, y sigues cabalgando desde que huiste de tu pueblo, de tu casa de prestada, de la casa que no fue tú casa, techo de retumbes, oscuridad y rezos ante la única vela en tu morada.

Tus santos han quedado destartalados en la villa, Dolores. Pero tú sabes los llevas dentro de tu alma y en tus llorantes rezos, mágicos, aparecen flotando frente a ti, en cada galope que das hacia la nada de la nada, acelerando hacia adelante.

Tienes, Dolores, poderes especiales. Vas reconociendo el huellear del traqueteo. Has caído a pozos, se han metido otros para que no salgas, has caído a ciénagas oblicuas, ¡escapas de las hormigas!, de unas cuantas telarañas, de las garras de patrones has podido desenmarañarte.

Patinas con el viento, vas, aunque más vieja y desmejorada, hacia tu plena libertad camino a los volcanes. Deberás cruzar sus pampas negras y trepar por los roscos que dejaron los malayos. Podrás subir como lo hicieron los profetas, ¡confía en tu blanco caballo, confía en tus cabellos blancos!

Te fías de sus dientes. Huye también de su vasallo. Tú eres el caballo.

El viento persigue lamentos, Dolores, sin embargo has hecho bien, no miras hacia atrás, consciente de Sodoma, dejas, toda la sal para los operarios de las lomas.

Ahuyentas de tu aura al moscarderío que sobrevuela el matadero. Vas, yegua blanca en caballo al muere, Dolores; pero aun falta tiempo, no sabes cuánto, ya no te importa. Llegas al verano, bajas la colina y ves, el mar insatisfecho a tu presencia. Pero tú no le haces caso, y acercas tu galope lento hacia las costas, hacia la zona oxidada del embarcadero.

Has cruzado tres, cuatro, cinco provincias con tu salto. Ya no entiendes si el norte es por donde el caballo ha reculado, vienes y vas por descampados de todas las provincias limitantes, unidas por el desierto, con las fronteras diluidas no sabes dónde es que estás cabalgando.

De aquellas doce veces, al inicio de tu viaje, Dolores, ha quedado un recuerdo parco. Ya no bajas del caballo, ya tus pelos se confunden con sus crines blancas. Tu piel es pelambre de caballo, y sabes que al final perenne de tu epopeya nunca serás la misma diantes.

La cintura tuya y la del caballo se confunden, múltiples rostros en la diana, sus dientes fulgurantes, de oro son dos dientes del jamelgo y de plata tu dentadura prosaica.