Crónicas del subsuelo: Betania

Crónicas del subsuelo: Betania

Por:Marcelo Padilla

Salí a la vereda luego de observarlo largos quince minutos tras el vidrio de la ventana. Estaba ahí, esperando. No golpeó a mi puerta. Tampoco haría nada por apurarme. Claudio veneraría siempre los pactos. Sobre todo los pactos de palabra. Era de destacar tal virtud en la personalidad de Claudio, aunque pensando en la época, por ese entonces, la mayoría de las personas que recuerdo pactaban de palabra, quiero decir con la voz.

En sus tratos, la palabra-voz que produce la fábrica anatómica (sabe salir de abajo para arriba impulsada por el diafragma) si bien manoseada de costumbre, valía mucho decirla y cantarla, negociarla entre la lengua común del código y el dialecto.

En los papeles también las palabras valían y siguen valiendo, la diferencia estriba en que a la palabra oral (la voz) no se la modifica así como así; mientras los papeles pueden adulterarse, pichicateando su escritura, tachando o borrando propios y ajenos nombres, agregando frases y párrafos en letra minúscula, o la trampita curiosa que inventaron con la idea de la letra chica al final de todo documento; la firma definitiva daría su legitimidad para que fuera corriente el hecho, de tener un papel escrito firmado por las manos del pactante.

Dio y da ciertas garantías tener el documento firmado por el pactante, pero nunca como la voz prístina de ambos. Cara a cara, o cara o seca. De la mala palabra oral producida por un mal pactante, no se vuelve; mientras que de la palabra escrita se rectifica todo lo convenido en algún momento no menos eficaz, para fraguar las indicaciones del castigo. Luego de la firma dos personas se dan la mano en un acto de justicia y chau. Si te he visto... ya no me acuerdo.

Todo estado de derecho puede adulterar sus documentos más los miembros de una nación no podrán modificar esa urdimbre de oralidad (de voces) que la componen, la fundan y establecen para una comunidad de iguales en la parla, que muta en procesos contingentes y aleatorios.

¿Imaginan cómo se hablará dentro de un siglo?

Tampoco sabemos si la voz humana participará de esas novedades en la interacción del lenguaje futuro. Diría, sospechando, pesimísticamente, no sabemos si habrá lenguaje.

¿Toda nación está hecha de dicciones orales más que de documentos escritos?

Recuerdo que con las palabras nos poníamos de acuerdo de toque. Era simple: a las 22 en la esquina de tu casa. Y eran las 22 que alguien estaba ahí, proyectando su sombra (su alma, según los indios de las Islas Trobiand) a través del farol de la esquina de tu casa.

Entonces miré el reloj de mi muñeca izquierda. Según las agujas se habían hecho las y cuarto. Era Semana Santa, jueves, el centro se pondría de fiesta en la esquina de tu casa. No sé por qué se me cruzó la frase "por el ansia y el alma e guapear". Supongo estaría dándome aliento a mí mismo. Eso también lo aprendí de Claudio, "darse aliento a uno mismo, vinimos y nos iremos solos, estaremos solos en la muchedumbre", sentenciaba Claudio filosofando, profetizando sin embauques, por la calle caminando a paso firme, conversando, ¡reflexionando! sobre verdades y mentiras universales.

Caminar por la calle filosofando te hace libre en el más absoluto de los sentidos frente a la intemperie del tiempo ¿Saldría la gente a la calle a festejar la resurrección, o a filosofar? Pudo ser cualquier día de los de la semana. Pero supongamos el jueves lo atraparían y el viernes lo colgarían. Pero, antes de subirlo a los maderos, lo vejarían con las más infames torturas.

¡Se lo cogerían de parado los romanos hasta cansarse!

La teleaudiencia no repararía en ello, porque a la gente le encantan los romanos, sobre todo ir a Roma de vez en cuando; además, las películas de los jueves, viernes, y sábado santo, más las del domingo de ramos, eran ATP (aptas para toda la familia)

¡A la familia sexo y sangre por televisión NO! Menos, si del Rey de Reyes se tratase.

Las viejas de mi barrio cuchicheaban aprobando una supuesta relación de atracción animal con María Magdalena: ella salía en las películas semi desnuda, diferentes actrices harían de María Magdalena: rubias, morochas, pelirrojas. (Gardel). La chica de la Betania sería un enigma en los santos evangelios; pero no solo me basaré en los santos evangelios, hay escritos apócrifos que detallan una vida licenciosa y de amor libre, sin consignas ni pancartas, y Jesús, su pareja, bancando siempre la parada. Ella le diría "dale que vos vas por buen camino, dale, dale amor mío".

Se trataría, quizá, de una historia de amor rosa, anticipo del formato latinoamericano de la telenovela mexicana, colombiana, venezolana. Yo le agregaría también de la chilena, porque textos rescatados en los últimos años darían cuenta, como lo hicieron con el origen de Gardel en París o en Uruguay, que Jesús habría sido chileno de nacimiento, el parto al menos habría ocurrido una madrugada en El desierto de Atacama, en el norte, pero de meses se lo habrían llevado en canoa por el océano pacífico a dar la vuelta al mundo. Dejaría para siempre a Chile y a su desierto. La deriva del pacífico lo dejaría en las costas soleadas del Mar Negro. Finalmente llegaría a su otro desierto, donde se desarrollaría la leyenda. Por poco no fue una leyenda chilena. Así, las cosas habrían sido distintas.

No recuerdo a ninguna de las actrices de la televisión, o del cine, que hiciera de María Magdalena fuese fea, ¡más bien unos hembrones que ni te cuento! ¿Por eso las viejas no paraban de fantasear con el fallido del relato?

Oscar Wilde, en "de profundis", dice al respecto: "el mundo siempre ha amado al santo como el más cercano a la perfección de Dios. Cristo, por algún instinto divino en él, parece haber amado siempre al pecador como el más cercano posible a la perfección del hombre".

¡Palo para María Magdalena! Jesús sería más romántico con el pecador. María Magdalena estaba equivocada como toda pecadora pensando que Jesús quería emparejarse con una chica de bien, pero NO. Jesús amaba a la pecadora Magdalena. Porque Jesús también pecaba.

"De pecador a pecador quizá la cosa funcione ¿no Magda?" Le habría declarado una tarde de viento. Jesús siempre le llamó Magda, abreviando cariñosamente su nombre.

Y como la imaginación de las viejas no descansaría nunca, ahí nomás lo estarían casando al Jesús de ojos azules con la Señora de los Pecados en una novela infernalmente pagana. Así las viejas se entretendrían especulando en el erotismo no mostrado, el oculto, el verdadero. Prendiendo la tele a las cinco de la tarde con el mate y las rosquillas para ver la exitosa "Descuélgame, amor mío".

¡La novelita del imperio romano occidental y cristiano! ¿No lo habrían crucificado nada? ¡El buen hombre no habría dado motivos para ello!

Con la Señora de los Pecados se irían a vivir al Monte Sinaí, en carpa. Formarían una familia y Jesús, gracias a los conocimientos que le transmitió su padre en la carpintería, levantaría con sus brazos una cabaña de madera en el desierto junto a Magda para su prole. Allí irían los verdaderos amigos con sus esposas y niños a visitarlos. Jugarían a las cartas y fumarían opio, tomarían vino en jarra loca, unos sikuris judíos le tocarían villancicos a él y a su familia, compuesta por María Magdalena y 18 niños que se criarían solos a la vera del espejismo de Siwa, todos del mismo padre, como Juan Manuel de Rosas, Rey de los judíos allá, Rey de los mulatos acá.

Los animalitos y los niños juntos, los niños y los animalitos en el bosque. Los judíos y los mulatos, y los mulatos judíos en la colonia Juan Manuel de Rosas. ¡Le tocarían valsecitos bobos! Por momentos lo harían sentirse Jim Morrinson en la vasta colonia desmembrada. Se excedería con las visitas por el escabio. Habría escenas violentas.

Jesús, en plena ira, habría perdido los estribos del burro, la paciencia del lince, y, por los excesos, el norte de su mesiánica tarea humanitaria.

¿Jesús tuvo el primer brote mesiánico de la historia? ¿No habrá sido mucha la responsabilidad que cargó en sus espaldas? ¿Acaso no sabían que se la tenían jurada para liquidarlo? ¿Se haría alcohólico por no poder solventar a su familia? ¿Habría caído en la droga por tanto estrés persecutorio? Jesús, ¿Era paranoico? ¿Era paranoico por la merca o porque un futuro traidor le perseguía? ¿Habrá sido su díler, por no pagarle lo consumido, en esa bolsita que le gustaba tanto?

Jesús no tenía un mango. De padre carpintero y madre virgen, ninguno de ellos, -con todo lo que significa ser el hijo de María y José- nunca, le pasarían un dracma. La madre virgen se ocuparía estrictamente de las tareas del hogar. El padre carpintero, ya viejo, haría cada vez menos cajitas de madera para los pájaros; porque José el carpintero fabricaba pajareras. Se las compraban los beduinos de pasada por la ruta, locos por llevar sus pájaros en el viaje a camello pelado por el desierto.

Ustedes dirán ¡son unos locos! pero la de ellos es así, tampoco da para juzgar e invadirlos aún las mujeres saharianas usasen velo negro. En todo caso el velo negro en las mujeres con sus cuerpos enfundados en túnicas largas generaría cierto misterio iniciático, dando paso a la curiosidad por mirarles las piernas a las chicas beduinas cuando el viento les levantase sus polleras, digamos mejor, sus túnicas, y así conocer por accidente las bombachas de las chicas del desierto, no por voyeurismo como solían hacer los griegos.

A mí dame una de túnica pero con tanga, a mí dame una beduina que me hago camello para llevarla. Me quiero casar con una musulmana. Con una mujer ataviada de punta a punta de negro. Yo le rezaría al oído lujuriosas plegarias, total, nadie escucharía en el maldito desierto.

¡Me quiero hacer beduino y tener hijos en el camino! ¿Qué tal? Una locura ¿no?

A la Semana Santa, entonces, la inicié con Claudio, yendo hacia la calle San Juan por la San Martín hacia abajo en dirección a sus amigas "las patinadoras".

¿Quiénes son? Pregunté.

Son amigas que patinan, respondió Claudio en la caminata, sin agregar palabra ni definición. Yo reparé en la verbalización colectiva "patinan", y le pregunté si eran muchas las que lo hacían, si se había puesto de moda patinar, no sé.

Mi ingenuidad, oh mi ingenuidad.

Claudio dispendio una sonrisa hacia mí, llamémosle de carácter tierno. La tomé con agrado frente a mi larval pregunta-niño. Una pregunta-niño adolece a Claudio y eso lo enternecería sobremanera. Tal vez por eso me quiso tanto. O habrá visto en mí a un aliado, en ese adolecer tan suyo, ¿al segundón de aprendiz en busca de un maestro por fuera de la escuela?

Fuera de los padres y de los amigos. Fuera de la vida cotidiana. Fuera de la pringosa temporada de inicios de los años ochenta, donde yo era el segundón de Claudio en esta historia que al amanuense dicto. Y Claudio, el maestro en busca del aprendiz escriba.

¿Cómo dice que le va a la morocha más bella de la noche? Expresó de entradita Claudio, tapándole los ojos con sus manos desde atrás, a una chica visiblemente morena. Ella se destacaría del resto de la gente, del tumulto del centro y de la calle San Juan.

La calle era un río de peregrinos bobos solfeando mantras, y ella con su apretada faldita roja, corta y brillante, de satén, más un cubre tetas del mismo color, con la panza al descubierto, ¡algo escuálida estaba la chica! Le colgaban tres rollos de grasa de su guata, se veía potente la morocha, pero cuando reía debía taparse la boca porque le faltaban algunos dientes. Tenía el pelo corto, con rulos, de mota, venía de un barrio bajo y Claudio, galante como siempre, me la presentó en la parada del bondi.

¡Ésta es mi amiga Daisy, Alberto! Te presento a la mujer más hermosa de la noche.

Yo no sabía qué hacer ni qué pensar, porque para pensar hay que tener tiempo, y yo no lo tenía en medio de esa barahúnda de gente que gritaba y coreaba cánticos, alabanzas a la virgen y al niño Jesús, ¡al señor de los maderos!

Me puse nervioso cuando me miró Daisy. Sus ojos eran vidriosos y negros, y a decir verdad, algo de desprecio sentí de su parte cuando me saludó apenas con un seco "hola"; yo le extendí mi mano y tomé suavemente de la suya que luego acerqué a mi pecho. Me arrodillé en la vereda hincando místicamente las rodillas, entonces de su tentacular brazo, separando de su mano falange por falange aparté un dedo, y le di un beso a un anillo de plástico amarillo transparente.

Dejé acariciarme dócilmente. Sus uñas rojas, largas y puntiagudas resbalarían sobre mi mejilla. Haciendo garabatos de masajes sobre mi frente, transitarían las uñas de Daisy por mis labios; hacía calor y hacía frío.

Daisy no dijo nada. Miró a su amigo Claudio con un dejo de asombro ¿Y esteban? Le preguntaría misteriosamente a Claudio, sobrándome.

De ahí en más hablaría solamente con él y a mí no me daría más la hora. Si bien me animé a tal acto, nunca pero nunca imaginé a Daisy le disgustaría la escena caballeresca. Sin embargo, más adelante, caminado entre la procesión me diría al oído Claudio: "está con vos, vos quedáte callado y hacé lo que te digo".

Claudio ya habría prendido otro pucho, la gente nos caminaría por encima, ¿habrán abierto las puertas del castillo del demonio? Porque de las casas y de los sucuchos salían niños y niñas vestidas de blanco con velas de colores en sus manos alumbrando la noche, las madres llevarían sánguches en heladeritas chicas, y escabio pa los maridos alcohólicos en heladeritas grandes.

En Semana Santa nos permitíamos todo lo relacionado con la celebración auténtica, la que vimos en las pinturas de Bruel. Sin saber quién fue Bruel la gente haría lo mismo que los personajes de sus cuadros. Un ángel tirado en el piso con una copa de hierro y unas gotas vino tinto en el friso del paño de La Iglesia de la Concepción. Bruel profetizaría con su pintura y su obra las mieles del encanto de la épica cristiana primitiva, como si a los cuadros los hubiera pintado el mismísimo demonio, los tonos ocre y los sombreados en negro, darían la patina justa para ambientar estéticamente un jueves santo.

Decidimos.

Digo en plural "decidimos" luego de conversar qué hacer esa noche, dónde ir, sopesando que en el centro no se podría caminar, ni mucho menos intimar en una charla medida y respetuosa, en la jornada previa al asesinato del ojitos azules. Se había puesto denso y pesado el centro. Como en toda concentración de personas en acto conmemorativo y celebrante la gente se la pondría toda durante el jueves, viernes, sábado y domingo. Porque la idea era evadirse de la cruel realidad del asesinato a mansalva cometido por los romanos, ¡vestidos de romanos!

No obstante los pueblos saben tener sus formas, sus talismanes, sus hechicerías; entonces allí me di cuenta, lo digo ahora, de la importancia que tiene todo mito y todo rito para perpetuar a ese mito.

¿El mito sanja la herida originaria y por la misma vendría la curación definitiva?

Entonces las prácticas en torno al asesinato, pasados los dos mil años, se recrearían para neutralizar todo dolor y toda angustia. Y al no existir el psicoanálisis esas poblaciones nómades se moverían con su mito recreándolo en estampas sanguinarias, crucificando voluntarios en los descampados. Verían agonizar a los delincuentes crucificados intercambiando palabras con Jesús como en las películas que nos mostraron siempre.

Yo me baso en mis fuentes: las películas y la biblia, no en el pensamiento crítico, porque el pensamiento crítico no es pensamiento libre ¿Es libre el adjetivo y es pensamiento el sustantivo?

.... con lo cual quedarnos en el centro con Claudio y Daisy, esa noche, sería una pérdida de antemano. Vaya a saber qué deseos tuviéramos en ese momento. Tomar un licuado de bananas con leche fue lo primero que se me cruzó por la cabeza ¡mi idea! Pero no la expresé a los cuatro vientos. Vi a mi propia imagen diciéndola, contándola: imaginé a los tres tomando licuados de bananas con leche en Tamanaco, un viejo lugar del centro, derruido; me sentí un verdadero salame, de los grandes y largos, un salame volviendo a hacer la pregunta-niño en lugar de quedarme callado y aprender mirando, escuchando.

Si bien entendía lo del mito de la virgen la pregunta era inminente ¿cómo pudo haber nacido de una mujer que vuela y se la pasa vestida de largo escondida en sus trapos sin ningún encanto?, y me preguntaría por José, ese hombre carpintero que tuvo que lidiar con sus vecinos porque le harían chanzas sobre la maternidad de su esposa virgen-madre, los rumores y cuchicheos sobre el misterio de ese hijo, que nunca se supo por dónde habría salido.

La mayoría gritaba ¡fue el espíritu santo! Entonces -debió transcurrir todo en minutos- decidimos en plural y a propuesta de mi amigo Claudio, ¡mi líder!, ir a la casa de él; allí estaríamos cómodos y solos, podríamos llevar unas cervezas y mirar una película en el canal 9, conversar con Daisy sin saber qué se podría conversar con ella, ni tampoco qué hacer con ella porque no era un terreno conocido por mí: el cuerpo de una mujer, esa región apenas nombrable.

Sin embargo me daría confianza y seguridad que la propuesta haya nacido del mismísimo Claudio y fuese aprobada por Daisy, quienes en definitiva decidirían lo que esa noche, la noche del jueves santo, nos depararía a los tres.