Crónicas del subsuelo: ACGUNDT

Crónicas del subsuelo: ACGUNDT

Por:Marcelo Padilla

De la narración que damos a conocer a continuación se ha eliminado (destruido, corrompido para siempre) la geografía, la historia y a toda la humanidad... menos a un sujeto que se habría dormido al suceder la destrucción -cuando ya daban por extinguido al planeta, extinguido de humanos y demás especies- sobre un tablón de plazoleta.

Perros ladrando y uno que otro gato escondido por ahí no representarían vida alguna toda vez fueran los últimos, ya no reproduciéndose, animales de la extinción de las especies, y hombres, de la eterna muerte que se gasta.

Los mares ofrecían primeras muestras. Millones de marsopas, peces, orcas, cachalotes y tiburones flotaban en las aguas bamboleantes... y pocas, pero muy pocas aves carroñeras picoteando de los cuerpos putrefactos de los bichos.

Además, se ha tenido en cuenta en el presente texto, no regrese ningún fantasma de los millones y millones de muertos de aquel, ya lejano en el tiempo, camposanto planetario.

Advertimos no se trataría de un relato de fantasmas. Tampoco de una historia sensiblera del último hombre hubo pisado aquellas tierras.

Espero sepan entender lo de los animales. Andaban a la deriva comiéndose entre ellos. Por las afueras del circular desierto las dentaduras de los bichos chorreaban sangre y de sus dientes una hiperquinética ira. Sabemos por el relato que, por la peste, nadie, ningún ser vivo regeneraría su propia estirpe.

Cada ser vivo fue el último en su especie; y las cosas, los artefactos -entes depositados en el patio de los objetos de las ciudades por el desarrollo de la técnica- sueltos a su deriva atávica.

Por tanto esos objetos, entes, ya no ligados a la mano ni a la conciencia de la especie humana, se despegaron, se trasladaron con el cataclismo. Y llevados hacia allá y vueltos hacia aquí por las vibraciones de la extinción, los objetos y las cosas dejaron de cumplir la función para la cual habían sido creados, inventados.

Los objetos funcionales, todo lo considerado funcional para el ciudadano, tomaron, cómo decirlo, una pronunciada autonomía en su existencia inanimada.

Habían pasado a ser meras extensiones de las ansias, del fervor narval de los conquistadores. Y el conquistador en aquellas tierras habría de hacer las cosas con especial empeño en su función. Encandilados por el descubrimiento de lo funcional de cada objeto, de cada cosa, enloquecieron.

Se apuraron. Se aceleró el proceso de desaparición lenta y respetable en el transcurrir sagrado que significa caer en el mundo y habitarlo por un tiempo.

Las especies conocidas del planeta, todas ellas, hombre e infausta fauna, habitantes orondos de geografías hoy desaparecidas, habrían degenerado al punto de su no reposición dada la altísima concentración del veneno, el cual no habría sido transmitido por animal ni ser humano alguno, según datos arrojados en la mesa de conversaciones por nuestro sistema multiparadojal de detección de fallas cósmicas.

Desde las máquinas que disponemos se cotejaría un error. Esto es lo que supone, hipotéticamente hablando, racionalmente, este informe, este relato. No obstante las consecuencias disiparan los primeros cien años pudimos acceder al secreto del desvanecimiento total del espectral planeta.

Nosotros, desde ACGUNDT, hemos decidido formar una comisión especial para el tratamiento del tema. Dado el grado de desarrollo en el arte amanuense en nuestro asteroide, hemos pedido al tun tun, al primero que pasara caminando por la arena con túnica negra, abocarse al caso en cuestión.

El susodicho amanuense contratado caminaba con los hombros caídos, los brazos le colgaban. De algún orificio oculto de su cabeza -daba vueltas como una perinola- salió una voz: "será una placer", habría dicho el hombre de túnica negra.

No bien nuestros auxiliares escucharon la expresión "será un placer", al amanuense se le transportó en alfombra en vuelo rasante hacia la Casa Central del Amanuense, Sede Central de ACGUNDT.

Se le dio habitación comida y poto (como en las viejas pensiones de Soto) puchos y drogas a disposición, si acaso para inspirarse en el arte de la situación el amanuense necesitara. Sea para el arte en cuestión, o, el estado del arte, en conclusión.

El arte de la situación, se agrega -ampliando lo dicho al comienzo del relato- diagnosticó un hallazgo que por primera vez repercutiría en la filosofía de nuestra estancia: la existencia de una cajita de madera afelpada por dentro y por fuera contendría últimas palabras del sujeto encontrado sobre un tablón de plazoleta.

Más que palabras, sonidos guturales, plagados de haches aspiradas y de jotas extirpadas con muy pocas vocales golpeando las paredes de sus ganglios.

Por sus dichos en la cajita nuestros traductores habrían descifrado: el hombre despertó de golpe, como de una pesadilla, y del espanto de su sueño auto infringió un cuchillazo a fondo en el bajo vientre, con un tramontina dentado hasta la punta, de los que sirven para todo. Brasileros. De cuando Brasil existía.

Nuestro dormilón, en un acto de encantamiento producto del sosiego profundo, habría soñado ser un viejo samurái que se suicidaba en público ante las masas japonesas. Lo aplaudían en el sueño desde lejanas aldeas estoicamente verdes, lo pasaban en directo por la televisión nacional japonesa y por las estaduales cadenas de broadcasting norteamericanas.

El muchacho investigado una vez sobresaltado del tablón con un cuchillo de cocina habría perpetrado tan artística habilidad en su propia eliminación, no sin antes dejarnos un magnánimo testimonio oral (hay que tener en cuenta lo delicado del detalle) en una cajita de madera de bambú, hecha a mano por artesanos japoneses de las afueras de Tokio. Una preciosura.

El sueño de nuestro sujeto dentro de la fragmentaria epopeya que pudimos reconstruir hasta el momento, conecta directamente con uno de sus ancestros, especialmente con un abuelo que de Japón se trasladó, escapando desde Nagasaki fustigado por el gas, a la provincia de La Rioja de una tal República Argentina.

Por el cansancio del viaje el anciano se habría quedado dormido en unos campos yertos de un lugar sin nombre de la susodicha provincia de La Rioja. Luego despertara, el viejo de 85 años, recuperado ya del cansancio por semejante travesía, ahí mismo se puso a engendrar con cuanta china encontró suelta armando en pocos años su propia antropología de familia, de plebe numerosa y excelsas ambiciones de prosperidad y bienestar, en desconocidas nuevas tierras para el abuelo del Japón.

De las investigaciones.... nuestro cuerpo de intérpretes de pretéritos territorios, antiguos planetas, logró dar con el historial conductual de uno sus miembros incestados.

Un tal Ikito Alvergastain, identidad del sujeto en cuestión, sería el responsable directo de los fragmentarios murmureos y gritos, que de la cajita y en japonés salen cada vez el amanuense contratado la abre para realizar su tarea de copista.

Por tanto la historia del relato, sueño vertido en la cajita de madera de bambú por el sujeto encontrado en su auto-masacre, no sería la historia de éste relato, sino la del último siesque no encontramos otro.

Dizque entonces, basado en empíricas rutinas, toda vez nos avisaran el planeta del que se venía hablando hubiera caducado, se hubiera rendido, nosotros desde ACGUNDT haríamos lo que se está narrando, cien años después de la extinción del planeta bobo, del planeta idiota que fuera abandonado por un dios egocéntrico y caprichoso tras el gran enfriamiento de aquella era.

Ya era mucho el chusmerío. Tanto en la vía láctea como en las albanas y estelares secuencias sobrenaturales de las que aquí acostumbramos hace innúmeros lustros no se hablaba de otra cosa.

En los bares plagados de estelarios, fugaces ademanes por la ventana señalaban con dedos temerosos el objeto de los chamuyos. El planeta, echaba un humo hediondo. Y a quienes consideraron paranoicos por declarar haber sentido ese hedor luego reivindicaron con pompas y farra crota.

Un gran congreso de artefactos se realizó en una islita suelta a la desgracia que le quedaba a la Pangea, de retazo.

El objeto a debatir: el arte facto, el arte de hacer. La factoría de artes. La posibilidad que a partir de la invención de nuevas artes desconocidas para la ex humanidad y los demás habitantes galaxiales nuevas necesidades parafílicas nazcan; experimentando, sobre todo jugando dado el aburrimiento en ACGUNDT con los patrones de ADN del señor -así se les decía a los hombres de ese planeta- Ikito Alvergastain alias "saquecito feroz" nos enteraríamos luego por comentarios de pasillo.

Dadas las circunstancias y al no entender en un principio la no coincidencia del nombre, descubrimos se trataba de un mote. "saquecito feroz" sería el apodo con el que se denominaba a nuestro sujeto investigado.

Inmediatamente la comunidad científica se abocó al caso a partir de la conformación de una comisión específica. De los arduos debates y con buen tino institucional se creó la Dirección Nacional de Investigación de Apodos.

La Dirección tendría para sí una serie de objetivos y metas. Una de las más destacadas, por no decir la principal, fue la clasificación de motes, sobrenombres, en nuestro sistema de apodos que, de los estudios de los patrones de ADN del señor Ikito Alvergastain pudieran aparecer emparentados.

Tan es así que el apodo saquecito feroz le causó gracia a más de uno de nuestros probos, lo cual llevó a la comunidad científica a preguntarse si no habría una Teoría de la Risa que lo explicara todo.

Debatieron. Meditaron. Musitaron. A los años se juntaron para intercambiar sus pareceres. Por unanimidad coincidieron: no había tal Teoría de la Risa. Entonces, mirándose consternados, también coincidirían en inventarla.

La risa y el miedo, o, el miedo y la risa -no hay alteración en la exégesis por el orden- serían los dos sentimientos, expresiones y/o reacciones de cualquier humano haya habitado el planeta extinguido. Por excelencia, en su primera infancia. Es decir, en su etapa pre-simbólica, toda vez que aquellas reacciones no maduraran hacia un lenguaje articulado, entendible en su desciframiento para nuestros traductores e intérpretes.

El humano es un imbécil de nacimiento, concluyeron los más iracundos científicos, garabateando símbolos en un papelito, apartando sus pareceres del resto quienes se direccionaban por considerar más una falla de nacimiento en el humano a toda condición de imbecilidad que a otra cosa, motivo o causa, se le adjudicara.

El minucioso trabajo de interpretación de muecas y tics de los rostros en la retrospectiva antropológica y eugenésica habrían proporcionado sorprendentes resultados a la Dirección Nacional de Apodos.

A través del sistema rebobinado de reconstrucción de muecas se pudo determinar que la boca abierta de un humano, puede responda a dos giros posibles: el miedo o la risa, no siendo ninguna causa de la otra.

"Morirse de risa", es una expresión que tomamos de ejemplo para el caso.

"Me río para no llorar", sería otra.

"Es mejor reír que ver una vaca derramada por su leche" ¿sería la que desempata?

Si tomamos en cuenta que este relato es el resultado de los estudios de nuestra comunidad científica que se escribe cien años después de la desaparición del planeta en cuestión, podemos arriesgar primeras, más no últimas conclusiones. Oculares al menos, dada nuestra avanzada tecnología de identificación de patrones de ADN, gracias al señor Ikito Alvergastain y su cajita de sorpresas, a quien nuestra comunidad científica le dedicó un monolito sin rostro en la puerta de entrada de la institución.