Algo especial ha ocurrido con el film porque en un país sumido en los enfrentamientos, las grietas, los relatos, las cancelaciones, los malos humores y la violencia verbal se está produciendo un debate al margen de ese clima.
"Argentina, 1985": como de Cabezas, no se olviden de Carlos Nino
A Carlos Nino, a Julio Strassera y a todos los de su estirpe, con errores y debilidades incluidas
El video dura poco más de ocho minutos y muestra uno de los momentos más inolvidables y claves de la historia argentina. La cámara se pasea por el recinto de la Cámara Federal porteña pero vuelve una y otra vez a la cara del fiscal Julio Strassera haciendo el alegato final en el juicio a las Juntas Militares por los crímenes cometidos durante la dictadura. Muchos argentinos hemos vuelto a poner la atención en aquellas jornadas y sus protagonistas gracias al estreno de la película "Argentina, 1985". Y algo especial ha ocurrido con el film porque en un país sumido en los enfrentamientos, las grietas, los relatos, las cancelaciones, los malos humores y la violencia verbal se está produciendo (y ojalá se mantenga así) un debate al margen de ese clima. Inmersos en una mezcla de nostalgia futura por el país que podemos ser y no somos y orgullo por lo que, como sociedad, pudimos protagonizar, a raíz del film las distintas generaciones se han puesto a dialogar. Los más jóvenes han salido a ver de qué se trata, quizás intuyendo que allí reside algo que no conocen y que expresa un espíritu extraño para ellos: el de la concordia frente al dolor por el horror colectivo.
Hay que tratar de escuchar cada voz expresándose, porque de todas emerge algún dato o detalle que nos une. Y que contradice el clima cultural padecido por el país hace años. Por eso es tan acertado que muchos profesores estén llevando a sus alumnos a ver la película. Podemos arriesgar una hipótesis: el efecto producido se debe a que la ficción cinematográfica, basada en sucesos reales, recrea un momento que nos contiene a todos, sin facciones, sin grupos. Y así, salvo que surja alguien echando culpas y buscando factores de desunión, los testimonios leídos le entran a la película con respeto, agregándole matices ausentes, reclamando con prudencia algún mayor protagonismo de cierto sujeto histórico, recordando la importancia mayor que tuvo en el momento una comisión que fue crucial, etcétera. Es decir, son como discretos cariños a un animal dormido que se ama y al que no se quiere molestar.
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Como bien han explicado los responsables de la película no se trata de una ensayo histórico y mucho menos de un alegato político, sino de la ficcionalización, sobre la base de hechos sucedidos, de un momento crucial del país. Es cierto, se extraña un mayor protagonismo de Alfonsín y su corajuda decisión política, otra valoración de la Comisión Nacional de Desaparición de Personas (CONADEP), incluso alguna visión más profunda del entramado jurídico y filosófico detrás de aquella verdadera proeza institucional, que, no lo dudemos, está por encima de cuanto haya sucedido antes y después en la Argentina en materia de Derechos Humanos. Porque, justamente, tiene el valor de haber sido la apuesta a fondo de toda una sociedad y no de un grupo que reivindicaba para sí con fines políticos o partidarios la autoría de lo que se estaba haciendo. Fue tan abismal en las sesiones del juicio el descenso a ese infierno en carne viva para mostrar a los ciudadanos el horror vivido por muchos argentinos que, más allá de algunos comprensible exabruptos, fue corriente el llanto silencioso. Como les sucede a muchos ahora en las salas de cine, antes de los aplausos finales.
Es claro que el pueblo argentino está ansioso de causas comunes, sin exclusiones de compatriotas. Y la película nos habla de que alguna vez fue posible. ¿Podrá volver a serlo? Es el gran desafío porque hoy vivimos justo fuera de ese clima de comprensión, expulsados del país común, del país para todos, del país que repite el Preámbulo y no un grito de facción.
Hubo protagonistas, algunos todavía viven y en estos días están dando sus testimonios. Los más notorios quizás sean Luis Moreno Ocampo, que acompañó a Strassera como fiscal, León Arslanián, que presidió la Cámara que enjuició, y Ricardo Gil Lavedra, que la integraba. Hay, además, algo a destacar y analizar para el futuro inmediato: la conformación por parte del fiscal de un grupo de colaboradores, empezando por su escudero inmediato, inexpertos e incontaminados. Quizás hoy sea difícil enamorar sin un proyecto alentado por un intenso liderazgo, pues la juventud está desencantada y descreída. Moreno Ocampo contó en una entrevista que nunca había sido fiscal. Se sabe que el resto del equipo eran además de muy jóvenes, personas sin roce en la vida judicial.
Un aspecto a diferenciar con el presente, donde ante cada iniciativa importante a encarar se considera que no es el momento, es que Alfonsín, con coraje cívico y conciencia histórica, decidió avanzar en el juicio a los comandantes en jefe. Lo hizo a pesar de las amenazas que sufrían él y su gobierno y de los consejos de no seguir por ahí de figuras tan notables como Sandro Pertini ("¡Finishela con los militares, caro presidente!", le dijo), François Mitterrand, Felipe González o Julio María Sanguinetti. Y Alfonsín, mostrando el talante de un estadista, avanzó a pesar de los malos augurios. Nunca parecer ser el momento de meterse en problemas y enfrentar los grandes desafíos y cambios con coraje, ¡pero qué necesario era y qué agradecidos debemos estar! No hay cambios positivos sin conflicto, porque los intereses a tocar son grandes y muchas veces se esconden en un presunto progresismo que es el nuevo nombre del conservadurismo. Hay que saber administrar el conflicto y prepararlo para enfrentar la resistencia de minorías intensas.
¿Estaba solo Alfonsín? Evidentemente no contaba a todos de su lado, incluso seguramente dentro de su equipo. Es descorazonador el tramo del film que muestra al ministro del interior, Antonio Troccoli, diciendo casi todo lo que los militares querían escuchar. Nunca antes y nunca después, en ningún lugar del planeta, un gobierno civil enjuició a los responsables militares de violaciones a los derechos humanos. Hubo un hombre, un intelectual, que el propio Alfonsín reconoció como el gran arquitecto filosófico-jurídico de esos juicios que cambiaron la historia argentina y que son ejemplo, de los pocos que el país ha dado de 1983 hasta hoy, para el mundo: Carlos Nino.
Y fue Nino, un filósofo y abogado que murió prematuramente a los cincuenta años, quien acompañó a Alfonsín como coordinador del Consejo de la Consolidación de la Democracia. Fue crucial desde las ideas en la creación de la CONADEP, sin la cual los juicios no hubieran tenido éxito seguramente, y en la concreción de los enjuiciamientos a los comandantes.
Nino, en su célebre libro "Un país al margen de la ley. Estudio de la anomia como componente del subdesarrollo argentino" (1993, reeditado en 2005), plantea: "Argentina es uno de los pocos países del mundo en pronunciadas vías de subdesarrollo, es decir, es un caso notable de reversión fulminante y rápida de un desarrollo social y económico considerable que ya se había alcanzado". Escribía esto hace casi treinta años argumentando que el fracaso del país se debía a la resistencia a ajustarse a la ley y a sus consecuencias. Inimaginable lo que diría hoy cuando hemos retrocedido y retrocedido en todo.
El libro de Nino imprescindible para el proceso de 1985 es "Juicio al mal absoluto". En el prólogo a la edición ampliada de 2015 el presidente Raúl Alfonsín plantea algo inhabitual en estas playas que muestra el calibre de los personajes: "Me acompañó hasta el último día de mi gestión, sin por ello perder jamás su independencia de criterio y sin dejar de manifestarme con total franqueza... sus críticas o diferencias frente a decisiones que no compartía".
Insistamos con esa idea de la causa común, no facciosa, tan lejana en la actualidad. Se requiere un futuro con programas comunes económicos, educativos, institucionales. Alfonsín convocaba con el Preámbulo de la Constitución como un rezo laico. Y Nino testimoniaba sobre aquel juicio: "... la decisión de la Cámara Federal de Apelaciones fue indudablemente el componente más exitoso de la estrategia de Alfonsín. A pesar de las presiones de diferentes sectores y de los riesgos ostensibles, la Cámara condujo el juicio en una forma extremadamente digna y, en su sobria y razonada decisión, sentó los principios que conducirían al restablecimiento del Estado de Derecho y de los principios más elementales de la ética en la Argentina. La conciencia moral de la sociedad parecía haber sido profundamente afectada por estos juicios. Aun a pesar de que el juicio no fue transmitido directamente por televisión, los meses de testimonio respecto de las atrocidades hicieron un impacto perceptible en la mente de la gente. De hecho el gobierno ordenó que toda la cobertura de la televisión fuera silenciosa para mitigar la irritación militar".
Hoy deberíamos preguntarnos qué hizo posible ese clima de concordia y de unión. ¿El miedo? ¿Un liderazgo político? ¿El nivel ético y profesional de los protagonistas? Quizás todo eso y mucho más. Si se pudiera extirpar la desunión imperante, lo cual parece difícil porque el poder actual se ha construido sobre la base de alimentarla, habría que volver a decir: Nunca Más.