Renato Ruiz estuvo en la guerra de 1982: una herida, una entrevista, una carta sorpresa y conocer a Bibiana cambió su vida para siempre.
Un amor que nació en la Guerra de Malvinas
Era viernes a la noche, último día de junio. En el noticiero habían anunciado que, en el próximo bloque, iban a pasar algunos testimonios de soldados que se encontraban en el Hospital Militar de Campo de Mayo. Martha buscó un papel y una lapicera para anotar.
“Estamos con otro de los heridos, ¿cuál es tu nombre?”, preguntó Enrique Alejandro Mancini, periodista de ATC, a un delgado jovencito que había cumplido 20 años dos semanas atrás. “Renato Ruiz, de la Compañía B del Regimiento de Infantería Mecanizado 3”, respondió desde su cama. “¿Qué te dejó Malvinas?”, consultó. “Me dejó la amputación de un tercio de mi pierna derecha y heridas en la pierna izquierda”, resumió.
A Mancini se le hizo un nudo en la garganta. Estuvo tres segundos sin decir nada hasta que retomó el diálogo, visiblemente conmovido, para consultarle si ya había visto a su familia, desearle lo mejor y alejarse con los ojos llenos de lágrimas. A casi 1.100 kilómetros de distancia, Martha había escrito el nombre de los entrevistados sin errores, sin saber que esa acción iba a cambiar la vida del muchacho y de su propia familia para siempre.
Por ser buen conductor
Así, como aquella entrevista de 1982, pequeñas circunstancias cotidianas, “errores”, o momentos incomprensibles, fueron encajando en un rompecabezas para forjar la vida de Renato Ruiz (55), quien hoy, 36 años después de la guerra, cuenta su historia de amor que nació por Malvinas.
Renato nació en Capital Federal y se crió en Ituzaingó y después en Castelar. Hijo de Oscar y María y hermano mayor de Bibiana. “Me tocó hacer el Servicio Militar en el Regimiento de Infantería 3 de La Tablada. Entré en marzo de 1981, tenía 18 para 19 años”, contó.
Fue designado al parque automotor y tuvo a cargo un Jeep Unimog. Esta fue la primera circunstancia del rompecabezas: los mejores conductores se quedaban hasta la última baja. No volvió a casa en octubre, ni en diciembre y tampoco en febrero.
Recibió a la clase 1963 en los primeros días de marzo de 1982. “Había que llevarlos a Ezeiza para que tengan la instrucción. A fines de abril me daban de baja”, indicó.
Las órdenes del engaño
El 2 de abril “nos enteramos que habíamos recuperado Malvinas. Inglaterra, tercera fuerza mundial en ese momento, prima hermana de Estados Unidos... no se iba a quedar quieta. Y así fue”.
El Regimiento movilizaría 200 soldados por Compañía hacia la Patagonia. Renato reconoció que “eligieron al grupo y yo no estaba. Después me dijeron que me preparara. Supuestamente, íbamos hasta Río Gallegos y quedábamos a la espera de las órdenes”.
Un avión Boeing 707 aterrizó en la capital de Santa Cruz el 11 de abril, cerca de las 18, con Ruiz entre los pasajeros. Aquí, otro momento clave de la historia: les comunicaron que a las 21 iban hacia Malvinas. “Nos quedamos helados. Sentimos que nos habían mentido”, compartió.
Las penurias de la guerra
En los primeros días en las Islas, un Teniente Primero lo llamó: “¿Sabe una cosa? Usted y Girón vinieron de más. En vez de ser 200 somos 202. Pero no se crea que los voy a mandar al continente. Se van a quedar”. Una pieza más del rompecabezas. Eso explicaba, quizás, por qué no tenían una campera Duvet de abrigo y debían soportar el frío, la lluvia y el viento con una prenda de gabardina que no cubría nada.
Estuvieron tres días a mil metros del viejo aeropuerto y luego se ubicaron cerca de Puerto Argentino. Estaban a 600 metros de la costa, en el límite de un campo minado ante un posible desembarco inglés.
Realizaron los pozos de zorro para protegerse y buscaban constantemente turba seca para prender fuego y calentarse. Renato no sólo fue el encargado de ir a buscar la comida todos los días a un kilómetro de donde estaban, sino que además hizo guardia cada madrugada, de 2 a 4.
El 1° de mayo fue un antes y un después: hubo un bombardeo de aviones Avro 698 Vulcan en las cercanías de Puerto Argentino, aparecieron tres barcos ingleses que empezaron a disparar y luego volvieron los aviones.
La presencia británica repercutió en que “ya no pudo entrar ningún barco argentino para llevar comida. Éramos casi 9 mil hombres y muchos estuvieron varios días sin comer. Nosotros, estando cerca de Puerto Argentino, pasamos cinco días con una latita por jornada”.
Y agregó: “Empezamos con las falencias físicas, sumadas al frío y a la humedad. Bombardeaban cada noche y te tocaba el lado psicológico, porque no sabías si ibas a vivir y lo primero que pensabas era en tu familia”.
El accidente
El 9 de junio, Ruiz y su compañero salieron a buscar turba. Renato pisó una mata. Debajo había una mina antipersonal, que sirven para herir o mutilar. La explosión le arrancó el pie, parte de la pierna derecha, y le dejó heridas en la pierna izquierda. Comenzó a desangrarse y necesitaba ser rescatado rápidamente para no morir.
“Estuve diez minutos inconsciente. Cuando me llevaban en la camilla les pedí que me mataran, porque no quería que mis viejos me vieran de esa manera”, describió.
Fue operado de urgencia y esa noche lo trasladaron a Comodoro Rivadavia en un vuelo que no debió partir a continente, por peligro a una posible ofensiva. Ya en la ciudad, estuvo en el hospital de campaña y luego lo llevaron al Hospital Regional. El día 11 de junio aterrizó en la Base Aérea de El Palomar y viajó en ambulancia al Hospital Militar de Campo de Mayo.
El amor en los tiempos de Malvinas
Su familia se enteró que estaba internado y fue a visitarlo: asistieron al nosocomio cada día de los cuatro meses que estuvo en el lugar. Renato supo de la rendición argentina, el 14 de junio, un día después de su cumpleaños.
Aquí volvemos al inicio del relato, al episodio que, sin saber, iba a dar un vuelco a la vida de Renato. En el barrio Trapiche de Godoy Cruz, Martha Corvalán había anotado los nombres de los soldados heridos que fueron entrevistados en ATC y le pidió a Bibiana, la mayor de sus cuatro hijas, que les mandara cartas.
“Me insistía mucho para escribirles porque estaban solos y quería que se sintieran acompañados. Escribí tres cartas iguales con los nombres y apellidos que teníamos”, dijo Bibiana.
En el Hospital, y durante la primera semana de julio, repartieron las cartas a los heridos. El hombre encargado de la distribución fue nombrando a cada uno para entregarlas. Cuando nombró “Renato Ruiz”, el joven se sorprendió ¿Quién le escribió, si su familia lo visitaba diariamente? Nunca pensó que la entrevista de ATC se había difundido por todo el país.
Mientras leía “Bibiana Policelli, Godoy Cruz, Mendoza” lo nombraron de vuelta. Ese día fueron dos cartas pero en la semana llegaron más: “Recibí 11 cartas, todas de mujeres, que tenían desde 15 a 40 años y eran de diferentes partes de Argentina. Les respondí a todas. Nos seguimos escribiendo con algunas y después no me escribieron nunca más. A otras las conocí personalmente”.
“¿Vos creés que estas cartas van a llegar? Los militares se las van a sacar”, le comentaba Bibiana a su madre. De las tres que mandó, recibió sólo una respuesta, la de Renato.
Ambos mantuvieron los envíos de forma regular. Ella recordó: “Hablábamos de cómo se componían las familias, los gustos musicales o las actividades que nos gustaban hacer. Así nos íbamos contando nuestras vidas”. Empezaron a mandarse fotos y luego buscaban algún teléfono público pinchado para poder hablar por horas.
En marzo de 1985, Oscar y Renato arreglaron el motor del camión y debían probarlo algunos kilómetros. “Vamos a conocer a esta familia y a Mendoza”, propuso el hijo. Emprendieron un viaje interminable porque, por recomendación del mecánico, no podían superar los 55 kilómetros. Fue una tortura, pero dio paso a otra pieza importante del rompecabezas.
La propuesta
Los Ruiz llegaron a la casa de la familia Policelli un domingo a la mañana. Al llegar, una de sus hermanas fue a buscar a Bibiana a la misa en la Iglesia de Montserrat, a cuatro cuadras. Por fin, a las 11.55 y después de casi tres años de cartas, se vieron por primera vez.
-¿Usted es la señorita Bibiana Policelli?
-¿Usted es el señor Renato Ruiz?
Tras la inusual presentación, que fue lo primero que les salió, se dieron un largo abrazo. No podían creer esa situación después de todo lo que habían pasado.
“El segundo día salimos a caminar. La abracé y le di un beso. Mi primera pregunta fue si me aceptaba tal cual era”, explicó Renato. Bibi no dudó en su respuesta y se pusieron de novios.
Los viajes, la familia y la discriminación laboral
En octubre de 1986 se casaron en Mendoza y se fueron a vivir a Buenos Aires, porque había una posibilidad laboral para Renato, aunque jamás se concretó. “Me dijeron en una entrevista laboral ‘¿y yo cómo sé si eso te pasó en Malvinas o fue en un accidente de moto?’. Como ese ejemplo, varios”.
Nacieron Renata (1987) y Analía (1988) pero Renato seguía sin trabajo. Hasta que Don Juan Policelli, el padre de Bibiana, le consiguió una entrevista en YPF para trabajar en nuestra provincia.
“Era mi última oportunidad. Me gustaba Mendoza y siempre le tuve fobia a Capital Federal”, dijo Renato, mientras su esposa expresó un sentimiento parecido: “Me costó mucho y nunca me habitué a vivir en Buenos Aires, no me gustó para nada. Cuando salió la oportunidad de volver ni lo pensamos”.
En YPF duró pocos años, luego de que el gobierno de Menem privatizara la empresa y se produjeran despidos masivos. “No laburé más en ningún lado, siempre por problemas que me hacían las Aseguradoras de Riesgos del Trabajo (ART). Encontraban inconvenientes en donde no había. Estaba alterado y nervioso, y no quería terminar mal con ella ni conmigo mismo”.
En Mendoza nació el tercer y último hijo, Juan Manuel (1995). Actualmente, Bibiana trabaja como docente, Renato recibe pensiones del Estado, se encarga de las tareas del hogar y está a disposición de la familia en un momento con diversas complicaciones: “Soy el comodín para tratar de dar una mano en donde se pueda, estoy atento para ayudar a los demás y devolver todo lo que hicieron por mí”.
“Las cartas están, no falta ninguna. No las volvimos a leer, ni siquiera los chicos. Lo que sí hice fue ordenarlas y ponerles el numerito por fecha”, comentó Bibi mientras muestra la caja de madera, pintada por su hermana Rosana y su sobrina Luisina, donde guarda la correspondencia.
Malvinas: ayer, hoy y siempre
El 2 de abril de 1982 tropas argentinas desembarcaron en Malvinas, bajo la administración británica desde 1833, dando inicio a la guerra para intentar recuperar su soberanía. La Junta Militar supuso que Inglaterra no iba a responder militarmente y que Estados Unidos estaría a favor de un estado americano, en el caso de interceder.
Esta fecha para Renato es “todo recuerdo y respeto. Yo no me siento héroe. Yo volví. Los héroes son los 649 que se quedaron allá. No es porque no hayamos ganado, es porque muchos no pudieron volver y hoy soy la voz parlante para que ellos no sean olvidados”.
Renato compartió que “Malvinas es la pieza que falta en el continente. Es un amor que uno le tomó, a pesar de una guerra, a una porción de suelo que es nuestra. Por convencimiento, por historia, por plataforma submarina. Son nuestras”.
El 2 de abril es el Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas.
“Algún día me gustaría volver pero es muy caro. Al menos me gustaría ir con mi esposa para que conozca y poder tener su contención, porque en ese momento no sabés lo que te puede pasar. Y si no puedo... y no iré. El día que Dios me lleve estaré haciendo guardia en las Islas, como todos aquellos que fallecieron”, finalizó conmovido.
Quedarse en el Servicio Militar por conducir bien y no recibir la baja, haber ido a las Islas “por accidente”, pisar una mina, volar bajo riesgo, aparecer en la televisión, recibir cartas, continuar el contacto, encontrar a su compañera de vida pese a la distancia. Cada giro del destino fue fundamental en la historia de Renato y Bibiana, un amor que nació del dolor de Malvinas.
Por Matías Sosa.
Fotos: Marcelo Carubín, familia Ruiz y Eduardo Frecha