La mínima importancia de Máximo

No es lo común que un hijo herede las capacidades de sus padres.

La mínima importancia de Máximo

Por:Ernesto Tenembaum
Periodista

En toda la historia del fútbol argentino, hay dos casos donde el milagro se produjo -aunque no da compararlos por la evidente diferencia de jerarquía-. Uno, el menos importante, es el de los Higuaín: del Pipa salió el Pipita, o sea, de aquel defensor de Chicago, San Lorenzo, Boca y River, surgió el eficiente delantero de River, el Real, la Selección, que nos dejó con ese sabor amargo por la pifia en la final del mundial de Brasil. El segundo caso, el más trascendente de la historia -al menos para quien escribe estas líneas- es el de los Verón: de la Bruja surgió la Brujita, o sea, de aquel puntero derecho que gambeteaba a cuatro en una baldosa y salió campeón del mundo contra el Manchester surgió el mejor ocho de la historia mundial, con ese don de liderazgo, esa elegancia, esos pases precisos. Pero son excepciones. En periodismo tampoco hay ejemplos, aunque habrá que seguir de cerca la carrera de Diego, el hijo de Alfredo Leuco. Y en la política mundial, tal vez el único caso de transmisión sanguínea sea el de los Bush, de George a George W. que tal vez no sea un antecedente inspirador, aunque nunca se sabe. Por supuesto, también están los norcoreanos, que se suceden de padres a hijos o las monarquías de todo tipo, donde parece que la sangre o el apellido es lo que define.

Las estatuas de Kim Sung y Kim Jong II, en Corea. 

En cualquier caso, hay que buscar los ejemplos con lupa y eso demuestra que no es lo común que un hijo herede las capacidades de sus padres. A veces, para un heredero es muy complicado tener que medirse con su padre o madre: demasiadas expectativas lo aplastan. La mayoría de los hijos, en realidad, se dedica a otra actividad, buscando un camino propio. Y aún cuando continúen el camino trazado antes que él, a veces lo supera, a veces no: la vida es realmente compleja.

Esta semana, la política argentina fue sacudida por un hecho realmente poco importante: habló Máximo Kirchner. La historia es conocida. El diario Clarín publicó una nota endeble, firmada por uno de los mejores periodistas de investigación de la Argentina, que le atribuía poseer una cuenta en el exterior. Kirchner junior entonces le concedió una entrevista al periodista Victor Hugo Morles que fue reproducida en cadena por el multimedio oficialista. Algunos de los periodistas alineados sostenían que era necesario escuchar con detenimiento las palabras del hijo de la Presidenta. Hebe de Bonafini lo calificó como "brillante, humilde" y consideró que la oposición se iría "a la mierda" si él se presentara como candidato. El jefe de la SIDE, Oscar Parrilli, le atribuyó "una inteligencia muy especial". Algunos lo candidatearon a Presidente, otros a diputado nacional. Y otros, como Pablo Moyano, al "campeonato mundial de la Play Station".

En realidad, es todo una gran pavada.

Este año, la sociedad argentina está a punto de resolver algo muy importante: cual será la persona, el equipo, las ideas, que la van a conducir, como mínimo, en los próximos cuatro años. Luego de 12 años, un dirigente que no se apellide Kirchner va a ocupar la Casa Rosada, rodeado por otros ministros, con otros amigos, y otros enemigos. Frente a ese epiosdio tan trascendente, el lugar que ocupe el hijo de la Presidente es realmente algo menor.

Primer discurso público de Máximo, el año pasado en Argentinos Juniors.

Hay una dinámica muy interesante --y en algún sentido, graciosa-- que se produce en los sectores políticamente más extremos de la sociedad argentina, aquellos que, por identificación u oposición, han construido su identidad alrededor del apellido Kirchner: entran en una especie de hiperventilación cuando alguien lo pronuncia. La sola aparición radial de Kirchner Junior genera en unos la emoción de que nada está perdido, de que si hay un Kirchner en el horizonte quiere decir que hay esperanza, sin percibir la evidente patología que contiene el hecho de que la herencia sanguínea se confunda con la continuidad de un proyecto político. A los otros, les entra una especie de pánico surrealista y desproporcionado, donde la sola pronunciación de ese apellido --bendito o maldito según quien lo vea-- les quita la respiración, los contractura, los fuerza a pensar en Hitler o Caucescu.

Pero nada de eso está pasando. Otra vez: lo trascendente, es que la Argentina va hacia una transición, tal vez la mejor transición desde el 83, y que un presidente sucederá a otro. Y que la iniciativa, desde el próximo diez de diciembre, quedará en manos del nuevo primer mandatario, con el cual los Kirchner tendrán mejor o peor relación, o tendrán una relación ciclotímica, dado el estilo de la casa, pero al que mirarán con la ñata contra el vidrio. El poder, al menos por un tiempo, será de otros.

"La sola aparición radial de Kirchner Junior genera en unos la emoción de que nada está perdido".

Es que el kirchnerismo viene de varias derrotas, varios proyectos que no pudo concretar. Cristina Fernández fue derrotada en las últimas elecciones y entonces no logró reformar la Constitución para ser reelecta. Intentó, pero no pudo, evitar la candidatura presidencial de Daniel Scioli. Está haciendo lo imposible para instalar un candidato propio, ser la gran electora, pero pasan los meses y eso no termina de ocurrir. Llega al final de su mandato con una economía con muchos problemas estructurales. No logró reformar la Justicia, y ni siquiera desplazar al fiscal José María Campagnoli. Termina el mandato y, a excepción de la estatización del fútbol, es muy poco el daño que le produjo al grupo Clarín. Si se recorre esta sucesión de limitaciones, resulta realmente paradójico el poder que los más fanáticos --seguidores o detractores-- le atribuyen al kirchnerismo.

En ese sentido, la idea según la cual "se viene Máximo", es como mínimo, prematura, de ciencia ficción. Máximo Kirchner es un adulto con una carrera personal pobre. A su edad, la mayoría de las personas se esfuerzan por hacerse un camino propio, trabajan, estudian. Adultos de 38 años son docentes, artistas, abogados, científicos. En su entorno, hay personas que demostraron mucho mayor capacidad: Axel Kicillof era un economista reconocido antes de sumarse al Gobierno, Mariano Recalde un buen abogado laboralista, por ejemplo. El hijo de la Presidenta tiene la enorme ventaja de pertenecer a una familia de una fortuna enorme y difícil de justificar. Y, además, tiene el favor de un aparato político muy poderoso que se pone a disposición de lo que él --o su familia-- decida. Su caudal político es demasiado dependiente del de su madre. Si no fuera así, Máximo se presentaría como candidato a gobernador de su provincia: ahí es donde se ve el talento político, en el territorio. Tal vez, ganaría. Pero, si no se presenta, debe ser porque teme al riesgo de perder. En ese caso, no habría heredado de su padre la capacidad para ganar en Santa Cruz. Encabezar una lista de diputados nacionales por orden de la Rosada, en realidad, es el reconocimiento de una limitación, no de una capacidad. A favor, tal vez pueda contarse la construcción de La Cámpora, siempre y cuando se compute la cantidad de recursos que el aparato de estado dispuso para que eso pudiera ocurrir.

 La idea según la cual "se viene Máximo", es como mínimo, prematura, de ciencia ficción.

En cualquier caso, el tiempo dirá, y tal vez Kirchner Junior demuestre en el futuro cualidades de gran político. Ninguna historia se escribe antes de que ocurra. Pero la política es un territorio escarpado, peligroso, cruel. Ningún apellido tiene atribuciones mágicas.

Las esperanzas y los miedos, hay que reconocerlo, no siempre son racionales. Todos hemos mirado con expectativa al hijo italiano de Diego Maradona. ¿O no? Y a los hermanos. ¿O no? Falló, porque ni siquiera el talento único de Diego se hereda. Es una pena, pero es así. Sin embargo, seguimos cruzando los dedos para que el hijo del Kun Agüero, que lleva a su vez su sangre y la de Diego en sus venas, nos recupere de 30 años de sequía mundialista. Pobre, por otra parte: ¿cómo se medirá con esa demanda?

De lo que no hay dudas es que de la descendencia de la Bruja y la Brujita Verón surgirá otro crack albirrojo.

Y que todos cantaremos, emocionados y felices: "Si ve una bruja, montada en una escoba: ese es Verón, Verón, Verón que está de joda".