La degradación del Iscamen rompió una tradición de cuidado sanitario y de estándares internacionales que Mendoza corre el riesgo de perder.
Iscamen: un gravísimo golpe a la economía de Mendoza
La lucha contra las plagas que afectan los frutos fue, en nuestra provincia, una cuestión estratégica, científica, profesional e indubitable, casi tan importante como el cuidado del agua en nuestra primera Constitución. Y cobró forma de “política de Estado” independiente de gobiernos de turno, ministros y funcionarios del Poder Ejecutivo, cuando en 1995 se creó por ley el Iscamen, el Instituto de Sanidad y Calidad Agropecuaria Mendoza, un ente autárquico, profesional y científico cuya misión debe ser la de cuidar, justamente, la sanidad de los vegetales mendocinos. La principal misión fue, y lo es aún, la lucha contra la “Mosca del Mediterráneo”, una plaga que hace inviable la comercialización de los frutos de carozo cuando resultan afectados.
Mantener los estándares internacionales de sanidad, de “salud” de nuestra fruta debe ser un objetivo permanente. Se trata de actuar sobre la base de un proceso de información técnica y científica, auditada además a tiempo completo por los importadores en todo el mundo y por los gobiernos de otras provincias. Ser “Libre de la Mosca del Mediterráneo” llevó muchos años de trabajo e investigación, que fue replicado en otras provincias con mucho mayor volumen de producción frutihortícola. La experiencia técnica del Iscamen llegó a tener tal prestigio, que la lucha mendocina contra la “Mosca del Mediterráneo” fue exportada a varios países.
Sin embargo, el Instituto se fue degradando aceleradamente en los últimos tres años, especialmente bajo la presidencia del ingeniero Raúl Millán, un profesional del peronismo que renunció el jueves pasado acosado por dos auditorías de resultados abrumadores. Una administrativa y otra técnico-científica, que llevaron al Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa) a suspender los estatus administrativos de la mosca de los frutos para Mendoza, por un plazo de seis meses. En buen romance, significa que la calidad sanitaria de la fruta local respecto de esta plaga, hoy no está garantizada, producto de una serie de decisiones, acciones y omisiones técnicas en las que han incurrido las últimas autoridades del Iscamen, por razones que deberán explicar a un juez a causa de las denuncias penales presentadas, y otras que están en marcha.
El Iscamen tiene nuevas autoridades y en las últimas horas fueron reemplazados algunos cargos clave. Pero en las auditorías realizadas sobre el funcionamiento del Instituto, se detectaron irregularidades gravísimas, administrativas y técnicas. En este último plano, posiblemente la más grave haya sido reemplazar la “cepa”, es decir la “raza” de la mosca de combate utilizada para esterilizar la plaga, por una variedad silvestre a la que llamaron “Mendoza”, cuyo uso no era recomendable por falta de resultados desde hace catorce años. Antes, se utilizó una mosca cuyo ADN fue la combinación biológica de ocho especies, hasta llegar casi a la perfección y el 100 % de efectividad contra la Mosca del Mediterráneo, lo que le dio a Mendoza los estándares que ahora están suspendidos, y que afectarán severamente la comercialización de la fruta.
Es cierto que la fruticultura mendocina, una industria bendecida por el clima y la tierra en igual medida que la vitivinicultura, ha retrocedido en “tamaño”. Pero aún es importante. En 2014 se exportaron frutas de carozo (duraznos, pelones, ciruelas, nectarines en general, algo de cítricos) por 20 millones de dólares. El año pasado esa producción cayó a once millones. Este año, a causa de la suspensión del Senasa hasta tanto el Iscamen retome la senda científica correcta, el impacto será feroz. Las nuevas autoridades, asumidas hace apenas horas, no han calculado aún el impacto negativo de cuanto ha ocurrido. Lo sabrán con el curso de las semanas.
Un 70 % de la producción frutícla de Mendoza viaja cada vez al Alto Valle de Río Negro y Neuquén, donde las grandes exportadoras completan sus propios envíos al exterior. Fueron 4.500 millones de kilos de fruta los que recorrieron las rutas mendocinas rumbo a la Patagonia el año pasado por esa vía.
Que las empresas mendocinas “vayan al pie” de sus pares de Río Negro, en donde dejan parte del trabajo y el valor agregado mendocino, es parte también de la decadencia productiva de Mendoza. Es otro tema que algún día deberemos discutir.
La corrupción, la incapacidad y la desidia se devoraron un instituto sanitario estratégico clave para la economía de Mendoza y para miles de familias productoras. El retroceso será feroz, en por lo menos veinte años de lucha contra las plagas de la fruta, especialmente la “Mosca del Mediterráneo”. Una pena, un desperdicio, y una acción negligente que tiene responsables políticos, científicos, administrativos y técnicos.
Es cierto que al presidente del Iscamen lo designa la Legislatura, y que se trata de un ente 100 % oficial y autárquico donde los privados y el mundo académico sólo participan a través de un consejo consultivo y de programas. Pero las últimas autoridades habían sido designadas en 2013 cuando Francisco Pérez era gobernador y primero Marcelo Barg y luego Marcelo Costa fueron ministros del área. No podían ignorar lo que estaba pasando en el instituto que debía velar por la calidad sanitaria de la producción mendocina. Son responsables políticos por lo sucedido.
La provincia había conseguido que incluso Chile, nuestro competidor más cercano, nos declarase área liberada de plagas, abriendo las puertas al Pacífico. Algo impensado cuando José Octavio Bordón, y muchos dirigentes del PD y la UCR de entonces, decidieron impulsar este proyecto.
Plantas modelo, desarrollo de armas biológicas contra la plaga, investigación permanente y controles profesionales fueron literalmente destruidos o abandonados. Hoy y de acuerdo a la información oficial disponible, la situación actual comprende:
-Los informes semanales del Programa de Control y Erradicación de la Mosca no reflejan la situación real de la plaga. Una especie de "Indec de Moeno, a la mendocina".
-Pérdida de eficiencia de la cepa sexada “TSL Viena 8” (macho estéril) y reemplazo inconsulto y unilateral por cepa silvestre “Cepa Mendoza”, que implicó irradiar y liberar tanto machos como hembras, práctica abandonada hace más de 14 años.
-Utilización de material de monitoreo deficiente, sin alcanzar los estándares de calidad requeridos.
-Uso indebido de pisos de trampas destinados a Lobesia botrana y utilizados en monitoreo de mosca de la fruta.
-Incumplimiento de los procedimientos indicados por SENASA para la "georreferenciación" de los sitios de trampeo.
-Irregularidades en compras y licitaciones.
-Vicios administrativos en la gestión de expedientes, como la falta de presupuestos oficiales.
-Adjudicaciones a proveedores con precios menos convenientes.
-Controles laxos administrativos y técnicos.
Son sólo algunos de los detalles. Ahora, las nuevas autoridades del Iscamen, el gobierno y el Senasa se han dado seis meses de plazo para volver a los estándares internacionales.
Mientras tanto, y de manera irresponsable, indolente, cuando no corrupta, el daño que se ha hecho a la economía provincial es gravísimo. Un retroceso equivalente a irse “al descenso” de la producción, a transformarse en un origen no confiable ni siquiera para el consumo interno.
La degradación del Iscamen fue sin dudas uno de los peores daños que nos autoinfligimos en los último años. Las únicas buenas noticias son: el mal tiene solución, y hay responsables. De ambas hay que tomar nota. Y de las pérdidas que miles de productores sufrirán, en dinero concreto, más el daño ocasionado por haber puesto en riesgo la calidad sanitaria de la producción, que es el estándar con que nos mide el mundo.