Cuando el kirchnerismo quiere ser lo que no es

"Pegar un volantazo de manera tan evidente, los expone a una burla muy natural y merecida". La columna de Ernesto Tenembaum para el Post.

Cuando el kirchnerismo quiere ser lo que no es

Por:Ernesto Tenembaum
Periodista

El escritor y periodista, Osvaldo Bazán, lo resolvió con la síntesis extrema que exige el lenguaje twitero. "Lo de Niembro demuestra que uno nunca termina de conocer a la gente. Ni sospechábamos que a los kirchneristas les molestaba la corrupción", escribió. Ese giro -el súbito rechazo a un corrupto por parte de personas que han defendido a tantos otros corruptos- no fue la única novedad que la feligresía kirchnerista produjo en el último mes. Durante la efímera clausura a un galpón del canal C5N, muchos de sus integrantes manifestaron una súbita sensibilidad frente a los aprietes a periodistas. 

Algunas personas pueden interpretar estas actitudes -repentinamente le molestan los ladrones y las violaciones a la libertad de prensa- como una genuina conversión. Al fin y al cabo, cuando Luis Delía explica sus cambios de posición frente a personajes como el Papa o Daniel Scioli, dice: "La historia del cristianismo es la historia de la conversión". Otros podrán sostener que es mero oportunismo: les molestan solo los chorros cuando son de otro sector político. Y otros podrán decir que, a los fines de evitar el ridículo, mejor sería que optaran por la discreción. En cualquier caso, vale hacer un breve recorrido para percibir la magnitud de la transformación.

La actitud del kirchnerismo respecto de la corrupción, es decir, frente al hecho de que el país esté conducido por personas con debilidad por el dinero ajeno, ha sido muy coherente en estos años. No solo fue tabú dentro de sus filas analizar con seriedad el origen y el monto de la fortuna presidencial, tema que los escandaliza de solo mencionarlo. Se enardecieron de bronca cuando un programa de televisión describió con mucho detalle, documentación y testimonios, los negociados que involucraban al vicepresidente, Amado Boudou, y al socio de la familia Kirchner, Lazaron Báez. En lugar de analizar los elementos centrales de esas investigaciones, preferían encontrar imperfecciones en algunos de sus aportes marginales. En ningún momento se alteraron por el increíble derrotero de la causa que afectó al vicepresidente: ni por el desplazamiento de un fiscal, un juez y un procurador general, ni por la contundente seguidilla de procesamientos que recibió en todas las instancias. Y todo eso para no detallar la condescendencia y complicidad cada vez que surgía un escándalo: desde el doloroso vaciamiento del programa Sueños Compartidos -elegantemente cubierto por la justicia adicta- hasta otros vaciamientos con consecuencias aún peores, como el del Tren Sarmiento.

Pero, además, inventaron una teoría muy elaborada para defender a cualquier corrupto. A veces, decían "es la política", tal vez la frase más antipolítica que se haya producido en 32 años de democracia. Gente honesta, idealista, se sonreía ladeada, se encogía de hombros y decía, "y bueno, la política es así, está llena de chorros, es su esencia, discutamos otra cosa" o "corrupción hay en todas partes". Y acusaban, ellos, de hacer "antipolítica", a quienes denunciaban la corrupción: no a los corruptos, sino a quienes los investigaban. O explicaban que la plata que se va del país por corrupción política es ínfima al lado de la que se va por corrupción económica, como si no hubiera vínculo entre ambas. O aclaraban que las denuncias de corrupción simplemente eran un artilugio del poder real para debilitar la revolución en marcha. O sostenían que solo la Justicia tenía posibilidad de dirimir si alguien era o no ladrón, un segundo antes de decir que la Justicia no servía cada vez que un juez tomaba una decisión que apuntaba a investigar seriamente, por ejemplo, a Máximo Kirchner. Los ladrones, encantados, por supuesto, con este aporte inesperado a su impunidad.

En ese contexto, para alguien que sostuvo todas estas cosas, ¿qué importancia tendrían los veinte palitos que se llevó Don Niembra? Es un tema menor, la Justicia no resolvió nada aún, en la política estas cosas pasan, tampoco nos vamos a poner a revisar las contrataciones directas, ¿no?

¿O sí importa?

O solo importa para decir: "¿Vieron que somos todos chorros? Bueno, fenómeno; a seguir robando sin culpa, entonces".

¿Cual es la moral kirchnerista en estos casos? Si importa la plata mal habida, hay que reabrir rápido el debate sobre todos: desde Niembro hasta, con perdón, Cristina Fernandez. Si no importa, entonces lo de Niembro es una pavada menor.

Mientras el derrotero del caso Niembro avanzaba, se produjo una situación curiosa: un inspector del gobierno de la Ciudad clausuró por unas horas un galpón de C5N, el canal del empresario oficialista Cristobal López. C5N denunció un intento de censura y la dirigencia kirchnerista empezó a desfilar para darle entidad al tema. El más valiente de todos fue Martín Sabatella, titular del AFSCA. Sabatella calificó la clausura del galpón como "un grave atentado" a la libertad de expresión y se comprometió a garantizar que en el país se escuchen "todas las voces". Hasta la presidenta y el principal candidato a sucederla se sumaron a la pataleta.

En estos años, la política de medios kirchnerista incluyó las siguientes delicias. Hubo imágenes de periodistas a las que militantes y niños escupían en Plaza de Mayo durante actos oficialistas. Se realizaron juicios públicos por complicidad con la dictadura contra personas que, en realidad, habían arriesgado su vida para denunciarla. Se acusó en marchas y canales de televisión, sin pruebas, a la dueña de un medio de haber robado sus hijos a desaparecidos. Se promovió que se le gritara "devolvé a los nietos" a los periodistas que trabajaban en medios críticos. "El grito sagrado", lo llamaban. Se marcó a periodistas como si fueran enemigos del pueblo, se rompió la presentación de un libro a sillazos con barras bravas enviadas por Guillermo Moreno, se discriminó como nunca con la publicidad oficial. Se invirtieron fortunas incalculables para que empresarios amigos compraran medios. Apenas desembarcaban, despedían a los periodistas más críticos: así sucedió en las radios 10, del Plata y Rock and Pop. Se rompieron diarios en el atril del Jefe de Gabinete. Se revoleó la acusación de "cómplice de la dictadura" contra cualquiera que criticara mientras se ocultaban las complicidades reales de tantos amigotes. Se construyó la más formidable y popular máquina de comunicación -Futbol para Todos- donde hubo espacio para una y solo una voz.

"Pegar un volantazo de manera tan evidente, los expone a una burla muy natural y merecida". 

Sabatella fue parte de estas maniobras, frente a las que nunca reaccionó. Pero no solo él, que es apenas una anécdota: su conducta se corresponde con la de todo el mundillo kirchnerista que, al leer el párrafo anterior, tenderá a minimizar, relativizar, reírse en lo bajo ante la enumeración.

Tienen todo el derecho.

Pero, ¿como se combina ese cinismo, esa justificación, esa agresividad, con la santa indignación que les atacó ante la clausura del galpón, o con la victimización permanente sobre cómo los trata el periodismo crítico?

Uno puede avalar los aprietes a periodistas o no. Pero pegar un volantazo de manera tan evidente, los expone a una burla muy natural y merecida. Por momentos, es como si perdieran la noción de que sus volteretas se ven o que no les importara.. Salvo que la conversión sea sincera y a Sabatella, por poner un ejemplo, ahora le interese la libertad. Puede ser. Quién dice. Todo el mundo tiene derecho a cambiar. Sería bueno, en este contexto novedoso, que pronuncie alguna palabra sobre el camarógrafo tucumano al que debieron internar porque una patota justicialista le pateó la cabeza al descubrir que filmaba el reparto de comida a cambio de votos.

Osvaldo Bazán, el autor de la cita que inicia esta nota, fue uno de los primeros intelectuales que peleó por los derechos de la comunidad gay, cuando el tema no era tan simpático como ahora. Es el autor de Historia de la homosexualidad en la Argentina, y de dos novelas precursoras, una de las cuales -Y un día Nico se fue- se transformó en una bella obra musical. Bazán fue uno de los primeros participantes de la Marcha del Orgullo Gay, cuando solo eran unos pocos cientos y, la mayoría, marchaba con máscaras: él lo hacía a cara descubierta. Pero hace unos años, dejó de participar en esas marchas, cuando la militancia kirchnerista lo silbaba por realizar un programa cultural en un canal que no les caía bien. En ese programa se difundía la obra de todos, sin discriminar por ideología: desde Florencia Peña a Oscar Martinez. No denunció nada, no se victimizó. Simplemente, se retiró de ese lugar que había contribuido a fundar en tiempos difíciles. La mayoría de los que los rechazaban eran fanáticos que se sumaban a una causa ya triunfante.

Suele suceder. Quienes impulsan causas justas cuando no tienen adeptos, son desplazados por los fanáticos y los burócratas que se suman cuando las cosas son mucho más sencillas, y no tiene costo alguno defenderlas, y hay recursos para los gritones.

Hay hechos que, aún en medio del ridículo ruido de la campaña, no se deberían olvidar.