Mendoza, queriendo escapar de su propia posibilidad, inventa el barco en un desierto para luego prometer un mar que no es posible.
Crónicas del subsuelo: Mendoza y la política del desencanto
Principiado el siglo XXI, con fecha específica: fines de diciembre de 2001. El país y sus lenguajes entramados con la creciente tecnologización de las formas de comunicar las acciones políticas, entre un ir y venir pendular de la épica y la esperanza; acompañados por la aparición vigorosa de movimientos populares nacionales en la región latinoamericana; el desarrollo de este tramo de siglo logró por un par de décadas volver a imaginar el gran proyecto de lo que se conoció como la Patria Grande. Vivimos lo que ya fue, y que siendo, ha quedado en algunos tramos de la memoria cierta felicidad inoculada en los pueblos. País periférico y semicolonial, en emergencia y debacle constante, a veces con el timón y otras con los gomones para salvarnos de las tragedias, navegamos en un mar de histriónico desencanto. Hoy desencanto, ayer canto. Cantos y noticias de ayer que con la inesperada crisis total a partir de la declaración de pandemia a escala global, suspendidos quedaron en toda su incompletud. Cantos incompletos, cantos que nacieron "del decir" en el canto y no en la letrada experiencia de gurúes del mercado y la técnica. Letrada experiencia que se auto elogia y erige en razón de ser. Cardenales que al oído dicen lo que supuestamente del pueblo escuchan y traducen al idioma de los datos nómades. Datos de aventureros profetas de las encuestas del más-menos 4% margen de error. Margen de error que cobra sentido hoy en la lucha por el sinsentido común. Margen de error y sentido común, técnica, saberes académicos de la talla del árbol pero no del fruto, errores de margen por no acercarse a escuchar a los márgenes. ¿Dónde está el error?
Me quedo con la idea de jugar con ese "más-menos 4% de error". Siempre inocuo y despojado de toda identidad que le sirve a la metodología policial de las agencias de bisnes para justificar su vulnerabilidad ante posibles resultados esquivos. "Vamos ganando en la mesa de Necochea a las 10 de la mañana y perdiendo a las 12 de la noche en toda la provincia". Y en el tránsito, esperanza y luego desencanto. Uno tras otro en la Mendoza que sigue mirando a lo lejos modelos finlandeses de educación, modelos catalanes de urbanismo y gestión cultural Eco de los Alpes, o modelos chilenos de esa democracia cercada por el pinochetismo fantasmal que hizo de la estructura política burocrática trasandina un factor de empatía para gobernantes locales antes de su debacle. Medios de comunicación que vienen sosteniendo ideas elásticas de democracia que incluye la exclusión como naturalización endémica, asignatura pendiente, deuda en el vituperio del "perdónennos por la falta de derrame". Y Mendoza, queriendo escapar de su propia posibilidad inventa el barco en un desierto para luego prometer un mar que no es posible. Quedamos mirando el barco y todas las acciones de la política local, sobre todo del radicalismo y el peronismo mendocinos, apuntan al barco. Las características del barco y sus comodidades, lo moderno que hemos sido y seguiremos siendo en plan de pacto de sangre entre las gobernanzas municipales y provinciales, radicales y peronistas, y ocasionales disloques en la legislatura donde siempre aparece una moral por el medio que corroe un poco, pero solo un poco. Del mar no se habla porque mar no hay pero "si hay por que-mar" la idea de barco en el desierto. El miedo es al desierto, a esa nada que todo lo llena de vacío y a la que no se le anima la política local. Es tal vez la conveniencia y la comodidad de no querer, ni tener voluntad política de conocimiento para ponderar otros saberes, no bits, creencias simples en la dramatización de un enjambre de paganidades que no provienen de gurúes que se llenan de guita por temporadas y desde la cautela de una playa imaginaria "dicen números" de los que cantan, por preguntar por el teléfono o instaurar métodos de captura en los famosos focus group, en plan take away. La política ha escapado a los cantris donde en un Clima de Palacio se piensa y decide por los números que luego se militan y aprietan la conformación de listas del desencanto.
No se trata de crítica a los partidos políticos, se trata de los partidos políticos y sus metáforas, de su devenir errático pero controlado para que de ninguna filtración se pierda el agua. Agua que ya no queda, y del agua que poco les importa en toda su dimensión ancestral y política. Miedo al desierto por desconocido que por desconocido es barbarie, Europa en el folclore, admiración constante de lo que no es propio por no haber sido hecho acá con el subsuelar equipaje de las migrancias. Sin embargo, no lejos está la idea de importar modelos y mano de obra barata, algo de sarmientismo encubierto para discriminar el tipo de inmigrante que aceptamos y el modelo de turismo que vendemos. Esa contradicción sarmientina de realzar la figura del Facundo y matar al Chacho Peñaloza, en esa tensión entre civilizados y bárbaros. La lucha por el encantamiento viene de aquellas noches y días, en la definición del camino que anularía la huella de la barbarie expresada en los pueblos que viven en sus subsuelos antinucleares con creencias populares y ritmos locales. La política mendocina es pretendidamente moderna, y es en su pretensión de modernidad constante, su progresismo racial permanente, desencanto. Mendoza es la provincia del desencanto porque se le ha obturado "el canto del <decir> al pueblo". Sin épica ni proyecto más que los bisnes que modernizan las estructuras de acumulación: política, cultural y extractiva.
Las máquinas de reproducir almuerzos desnudos con ropajes vendimiales abolicionistas. Comunidad artístico política encriptada en capsulas con dosis de lo políticamente correcto. Juntar colillas y promover la minería. O tener el teléfono y la venia de un supuesto dios que no es de todos, si el pertenecer depende de un teléfono y una venia. El pasaporte al recambio generacional a base de carguismo para invitar a pertenecer a lo moderno y ser feliz en el emprendedurismo político con la efímera ilusión de poder, luego del asalto policial. La ilusión de la creencia moderna que anula toda posibilidad de energía mística, o la mística de la técnica y el saber de las clasificaciones para saber con quién sí y con quién no. No habría entonces muchas diferencias en estos casos si de desencanto producido se trata. Solo tendrá éxito lo que está concebido como éxito, cegando al buzo artesanal que se sumerge a pura apnea en todo mar indispuesto. Y que luego de cazar con las manos sube a flote topándose con la base del barco en pleno desierto.
Marcelo Padilla