Daniel Giménez dejó de estudiar cuando era chico y se puso a trabajar. El año pasado empezó el secundario y este año, con pandemia y todo, termina el segundo año.
A los casi 70 empezó la secundaria y va a clases con su perro
En el universo del segundo año B del CENS Presidente Raúl Alfonsín 3-441 del barrio Lihué de Guaymallén, llama la atención la presencia imponente de Daniel José Dante Giménez, un hombre de permanente sonrisa de 68 años de edad y jubilado de los ferrocarriles, que tomó la decisión de retomar la secundaria que había abandonado a los 14 años, es decir en 1966. Es muy buen alumno (tiene todos 10) y además, antes de la pandemia, también llamaba la atención el hecho de que concurría con Pongo su perro amigo fiel y compañero de clases.
"Soy de la clase '52 y hacía más de 40 años que no iba al colegio", cuenta en la casa de su hija donde se llevó a cabo la entrevista, por este tema del Covid. Daniel, se advierte a simple vista, es un tipo optimista que a cada comentario lo acompaña con una risa; aún con el barbijo puesto, uno puede advertir la sonrisa detrás del velo pandemial: ríe hasta por sus ojos celestes, avidados y chispeantes.
"Yo empecé la secundaria pero cuando me tocó el servicio militar abandoné y me puse a trabajar, como mucha gente de mi época. Después me casé (ahora está separado) y comencé a trabajar como pulidor de pisos de granito y mármol. Después quise seguir pero a mi papá no le alcanzaba la plata y preferimos que quien estudiara fuera mi hermana".
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El año pasado, antes de la pandemia, todos los días puntualmente a las siete de la tarde, Daniel ocupaba su asiento ubicado al final del aula que queda en la planta alta del colegio. No sin dificultad, acomodaba su trasero en el banco mientras que Pongo, su perro, se acomodaba a sus pies en silencio, como entendiendo que estaban en una clase.
"Después de abandonar la secundaria me puse a hacer cursos de dactilografía, electricidad, e ingresé al Ferrocarril General San Martín e hice los cursos de guarda, cambista, señalero y otros más".
En 1992 cuando Menem comenzó con el cierre de los ferrocarriles en el país donde 80 mil personas quedaron sin trabajo, Daniel se la vio venir: "Fui el banderillero del último tren de pasajeros que salió de Buenos Aires a Mendoza el 10 de marzo de 1993 iban 38 vagones y nunca más apareció el tren por acá". Luego consiguió trabajo en BAP hasta que se jubiló.
Ya jubilado, le dijo a su hija Carina -quien también había dejado los estudios- que no estaría mal que ambos terminaran la secundaria. "Ella iba más adelantada que yo así que entró directamente a segundo año. Yo, a primero con 67 años, casi 68, el año pasado. Los dos nos propusimos la meta de terminar el secundario".
De ese modo, se presentó el primer día de clases, "era el mayor de todos, el que me seguía tiene 50 años, imagínese. La primera clase no podría haber sido peor: ¡nos tocó inglés! Yo miré al perro Pongo y le dije 'acá sonamos'. Valeria se llama la profe y le conté que en mi vida no había visto nunca inglés. Ahora, gracias a Dios tengo un diez, ¿por qué?, porque empecé a ejercitarme y de a poco fui saliendo. Después ya con más cancha y con los otros profesores me fue muy bien, a tal punto que muchos me dicen. 'Daniel, dale una mano a aquel, o a aquel otro alumno', cuenta al tiempo que uno de sus nietos lo escucha con admiración.
También el año pasado, Daniel demostró una vez más su espíritu emprendedor, según recuerda el licenciado Armando López Grienti, uno de sus profesores. "Hacía un frío terrible y encima ese día jugaba la selección Argentina. Llegué al curso y como casi siempre que juega Argentina, no había nadie; o casi nadie: al final del curso, allí estaba sentado el señor Giménez, con su perro al lado, listo para tomar la clase: bueno Giménez, seremos los dos; los tres me dijo él mientras señalaba al perro Pongo, con su pelaje oscuro, a los pies de su amo y en silencio.
La pandemia
El 2019 terminó con Daniel como uno de los mejores promedios y el único con asistencia perfecta. El perro Pongo, que un par de veces se enfermó, no puede decir lo mismo.
"A mí me gustan todas las materias, no tengo una específica, pero matemáticas es de las que menos me cuesta. Me gusta aprender y cada día me siento un poco mejor en la medida que voy acumulando conocimiento en mi cabeza".
Pero este año apareció la pandemia y con ella una nueva modalidad de pedagogía que Daniel no entendía demasiado. "Este segundo año, con la pandemia, hay que decir que me costó mucho. Estuve a punto de tirar el guante pero por suerte no lo hice. Pasa que tuve que hacer todo con el celular y si hubiera tenido una computadora o una netbook todo se me hubiera hecho más fácil; con el teléfono es más complicado, a veces borraba todos los materiales. Los profes me dicen que soy uno de los más lentos en responder con las clases virtuales, pero siempre estoy", cuenta y vuelve a abrir la boca como una foca que bosteza para soltar una carcajada lisa y llana.
El año que viene, "con pandemia o sin pandemia, termino", asegura. Es factible que se haga poseedor de la bandera debido a su alto promedio pero prefiere no adelantarse. Sí se adelanta a la hora de tener en mente qué hacer cuando tenga 70 años y el título secundario.
"Estoy entre informática y electricidad técnica; me veo más bien por ese lado", asegura mientras hace llamar al perro Pongo para que pose para las fotos porque está claro que tiene mucho que ver con el éxito de su amo.
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