El gobierno de Alberto Fernández otorga a la militancia propia temas que permitan entretenerlos mientras negocia con el FMI, otrora enemigo. Así, les quitan las banderas a la izquierda y corren a la política opositora del medio, para encarar un debate con las corporaciones.
El Gobierno hace equilibrio para contener a los propios
El gobierno acordó con el Fondo Monetario Internacional una serie de medidas que implican necesariamente un ajuste en las cuentas. A partir de allí, se ve obligado políticamente a disimular o buscar contrapesos que permitan seguir sosteniendo en pie a sus escuderos públicos, que llegan desde sectores sindicales y de un diverso abanico de izquierda. No son su base de sustentación, ya que el peronimo es esencialmente pragmático y adaptable, pero sí quienes le otorgan el permiso (o no) para hacer lo que jamás le permitirían a otras fuerzas.
Con el "fuera FMI" en su léxico folclórico, el peronismo y sus aliados tuvo que salir a apurar la ley de aborto y el simbólico y poco eficaz "Impuesto Máximo" impulsado por el hijo de Cristina Kirchner y Carlos Heller. Con ello consigue poner en el escenario a dos nuevos adversarios, con los que ha sabido negociar históricamente: la Iglesia y el empresariado más importante del país y enarbolar un discurso de índole "progresista", que es el que evidentemente han evaluado como conveniente en esta etapa.
Al ser criticados por estos dos grupos de alta incidencia en el país, dejan fuera de escena, en general, a la oposición política. La discusión se torna corporativa, y al juntar "sellos" y organizaciones, los partidos que integran el Gobierno tienen un triunfo garantizado en ese terreno.