Cómo es el regreso al barrio, y qué pasó con las costumbres, cuarente años después-
Postal de época: Volver a vivir en la misma casa, treinta años después
El empresario Mario Cozzolino (52) abandonó su casa -en la que vivía con sus padres- en 1990 a la edad de 22 años, después que la vivienda fuera desvalijada cuando la familia se encontraba en un casamiento.
La casa queda en Rioja y Alberdi de Ciudad, justo donde empieza la llamada Cuarta de Fierro. No solo Mario se fue de la casa; sus padres, azorados por la violencia del atraco, la pusieron en alquiler y se mudaron a un departamento del centro.
Así, la casa enclavada justo en la esquina, supo de distintos inquilinos, y de a poco, el inmueble se fue deteriorando.
"Durante esos treinta años en los que me fui de la casa de mi infancia, tiempo en el que me casé y tuve dos hijos y varios trabajos, nunca volví a pasar por el barrio de la Cuarta. Evitaba, en el auto, pasar por mi esquina, por mi casa; no sé muy bien por qué, pero fue tan feliz mi infancia y mi adolescencia que me daba una profunda tristeza ver todo de vuelta; de modo que no veía mi casa ni desde lejos; pero los recuerdos nunca me abandonaron".
"Mi barrio era especial, es especial, porque no responde a un barrio común ya que se encuentra muy anexado al Centro, era una barriada que en poco más de una cuadra encerraba todo lo de un barrio: los personajes, el hecho de quedarse jugando a la pelota hasta las diez de la noche -teníamos un equipo que se llamaba Dameral, denominación confeccionada con las iníciales de los nombres de los chicos- , el viajar en micro solo a la edad de diez años: cosas que hoy se hacen imposible por el fenómeno de la inseguridad".
Pero siempre, en la cabeza de Cozzolino, rondaba la idea de volver al sitio donde uno fue feliz aunque hay varias voces que desaconsejan semejante desafío, pues si bien uno no se baña dos veces en el mismo río; está la teoría nietzscheana del "eterno retorno", que tiene su base en una repetición del mundo que desaparecería para volver a surgir; que después de que todo ardiera y una vez quemado, se reconstruiría para volver a ocurrir otra vez.
Eso es lo que experimenta Mario treinta años después y por más que mucho ha cambiado en el barrio él siente que son más las cosas que siguen igual. "Mi familia de niño estaba compuesta por mis padres y mi hermana menor; ahora estoy con mi mujer Daniela y con mis hijos Tizziano de veinte años y Lucía de quince: todo igual que mi familia de chico; de hecho, repartimos las habitaciones del mismo modo en que lo hicieron mis padres", dice como para dejar por sentado la teoría del eterno retorno.
Los cambios
Por más que Mario barniza su mirada barrial con una alta dosis de nostalgia que lo obnubila, llega la hora de hablar del presente y de manera inevitable surgen las a veces odiosas comparaciones.
Así, el desmoronamiento social argentino brota en las pequeñas costumbres que hace cuarenta años eran tomadas como normales y hoy resultan impensables y tremendamente lejanas.
"El barrio de mi época era de puertas abiertas: todas las casas lucían sus puertas levemente abiertas y todos pasábamos a ver a nuestros amigos abriendo y diciendo 'bueeeeenassss'. Hoy eso es imposible a cualquier hora del día; además las rejas ganaron casi todos los frentes de las viviendas".
"Otro tema en el que se notan esos cambios es con las prostitutas; hay que aclarar que esa zona siempre fue de ejercicio de la prostitución, todo el mundo lo sabe y cuando nosotros éramos chicos, las veíamos como parte del paisaje, y las conocíamos y las llamábamos por sus nombres; para nosotros eran señoras que estaban en la esquina y se subían a autos a cada rato. Bueno, hoy lo que se ve es un ejército de chicas muy jóvenes, muchas de ellas subalimentadas, que se paran en la misma esquina pero con una actitud totalmente distinta a las prostitutas que nosotros conocimos: hacen sus necesidades en la calle, se drogan en la calle y son terriblemente maleducadas".
El relato sentimental de Mario va de la mano del correlato real acerca del desmoronamiento económico argentino con solo mirar cuatro décadas atrás, con el 8% de pobreza, el 3% de desocupación y el 10% de informalidad laboral. El último informe del Indec sobre la pobreza del primer semestre de 2020 informó que en Argentina hay un 40,9% de pobres e indigentes. Mendoza, sigue estando entre los peores números de Cuyo. El índice de pobreza en Mendoza está por encima del promedio nacional: el 41,5% (el segundo semestre de 2019, era de 38,6%). Las otras provincias de Cuyo registraron números inferiores: San Juan, 35,8%, y San Luis, 39,2%. Aunque ambas reciben mucho más coparticipación por habitante.
"Más alá de todo eso malo, mi barrio casi no cambió en cuanto a sus moradores. Para mí, caminar por esas veredas y saludar a gente que ahora es mayor y que te vio crecer andando en bicicleta, no tiene precio; en eso radica gran parte de mi felicidad y por ese motivo es que no pienso abandonar este pedazo de tierra que es parte de mi ser".