Mauricio Ortiz pasó más de la mitad de sus 42 años preso por robos. Salió en plena pandemia y cuenta su plan para no volver al penal, y lo raro que es el alcohol con gel; algo que no conocía.
Liberado en Pandemia: "No pienso volver a la cárcel; quiero trabajar y estudiar"
Los presos que salen a la calle después de más de veinte años de encierro sufren unas pequeñas alucinaciones durante varios días post prisión. Experimentan una suerte de fobia a los árboles altos, pierden la noción espacio-tiempo y les cuesta cruzar la calle porque temen ser arrollados por un vehículo, les provoca vértigo el hecho de saltar una acequia y el ruido propio de la ciudad los confunde. Todo esto sufrió Mauricio Ortiz, un preso que salió en libertad en abril. A lo narrado hay que sumarle que lo hizo en plena pandemia, "lo cual hizo todo más raro", dice ahora en libertad este asaltante que no quiere volver al penal "por nada del mundo", por más que el presente se le muestre esquivo y complicado.
Ortiz tiene 42 años y es un ejemplo más del presidiario medio que comenzó su carrera delictiva con pequeños robos hasta que se sintió seguro de caerle a bancos y financieras "para tener dinero y vivir bien". Pero falló: en total ha pasado más de la mitad de su vida preso y ahora, en pleno Covid 19 encara su plan tal vez más complicado: no regresar a prisión.
"Del Covid-19 nos enteramos por tele en el penal, por canal 26 o Crónica, pero no sabíamos nada. De pronto nos suspendieron las visitas, sin mucha información. No nos dieron elementos como lavandina, y otras elementos de higiene, al alcohol en gel lo vine a conocer una vez en libertad, los veía por la tele".
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El 17 de junio Mauricio tocó calle por fin: lo primero que le llamó la atención fue el ancho de la calle Boulogne Sur Mer, los árboles, las montañas "que parecían que se me iban a caer encima". Las acequias se le antojaban como canales. Antes de llegar al Liceo Militar casi lo atropella un taxi, que después lo llevaría a su casa de Las Heras. En la casa lo esperaba la familia y algunos vecinos: "Soy muy querido en el barrio".
"En 2015 hice el pre para entrar a Filosofía y Letras de la UNCuyo en contexto de encierro, porque antes había estado en un taller literario y hasta hicimos algunas revistas. Como después comencé a ser uno de los coordinadores del taller un profesor, Mauricio, me propuso que me inscribiera en Filosofía y Letras. Yo quería estudiar Derecho, o algo con más salida laboral pero Mauricio me insistió: 'tenés buena prosa' dijo y me conquistó, ja! Hice el pre y empecé; saqué con siete Introducción a la Literatura, después saqué otra materia pero me cambié al doctorado de políticas públicas y sociales de Ciencias Políticas; este año aprobé Derecho Administrativo y ahora, libre, estoy preparando Análisis de Políticas Públicas".
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De acuerdo con las leyes penitenciarias, y por haber llevado a cabo diversos trabajos en el penal, Ortiz tiene que cobrar 6300 pesos en ese concepto, pero cuando fue a buscar el dinero que le correspondía le dieron un cheque de 300 pesos "que corresponden hasta mi detención en 2017; los dos años siguientes, '18 y '19, no han sido tenidos en cuenta por cuestiones muy burocráticas, así que ¡desde el Estado me deben 6000 pesos! De todos modos no me quejo ni pedí acceder a ningún plan social, por más que soy alumno universitario".
De momento se desempeña como ayudante en la barbería de uno de sus hermanos porque sabe que con 42 años, en pandemia y con antecedentes penales, las posibilidades de conseguir un trabajo son ínfimas. "Tengo casi todo para montar un parri-pollo, pero donde vivo yo hay un montón; hay una zona en Godoy Cruz, pero no puedo trabajar allá por esto de la internación domiciliaria".
También cada tanto hace algunas changas de albañilería en su barrio, pero siempre que algún albañil amigo lo requiera en calidad de ayudante como para poner una cerámica. "También le doy una mano a mi hermano de la barbería en lo que pueda".
No Volver
De lo que sí está seguro Ortiz es que no quiere confundir una montaña con un montículo de tierra, un zanjón con un río un una calle de una mano con la Avenida 9 de julio; y la única manera de que no le pase eso es no volver a la cárcel.
"Le he tomado fobia, ahora, cuando tenga que ir a cobrar los cheques, pienso que voy a mandar a alguien a que lo haga porque no puedo pensar en entrar a ese lugar de vuelta. Los códigos han cambiado mucho y para mal adentro de la cárcel. Antes, el buen asaltante era bien visto y la gente lo respetaba. Ahora te quieren secuestrar para que les des a los familiares de ellos la plata que robaste en un banco, por dar un ejemplo. ¿Quiénes llevan los pabellones hoy? Los cuidacoches, los limpiavidrios, los pequeños narcos; ya no hay jefes grandes".
Ortiz retrotrae su carrera delictiva en perspectiva de menor a mayor: de los pequeños robos, luego los medianos y el intento de los grandes: los atracos importantes a bancos o financieras; que hoy -debido a la tecnología en seguridad son blancos imposibles.
"Por eso causa gracia eso de 'malvivientes'. Un ladrón de bancos vive muy bien y toda esa concepción termina siendo un problema de índole religioso y semántico: para la Biblia un pobre va al cielo y un ladrón profesional es un malviviente que tiene todas las comodidades. No sé, yo empecé en la época de Menem y mirá cómo terminé. Si como dicen que el que se quema con leche ve una vaca y llora, yo cuando veo mucha plata me pasa lo mismo. Por tener plata terminé siendo un infeliz. Tengo el ejemplo de mis hermanos que son todos laburantes; no tengo hijos y tampoco soy tan viejo. No quiero encontrarme con gente que conocí en el penal (sí a la gente buena que también las hay, que de hecho voy a ir a visitar en cuanto pueda). Pero mi cambio reside en que no quiero nada de lo de antes: no quiero tocar nada que no sea mío ni molestar a la gente. Mi proyecto es seguir estudiando en Ciencias Políticas cuando esto se normalice y vivir decentemente de las changas que vayan saliendo" dice mientras que sus manos, otrora asiduas de portadoras de armas de fuego, hoy se empapan de alcohol en gel para ponerse a trabajar en la barbería de su hermano, "dos cosas que no conocía: trabajar y el alcohol en gel".