La pandemia sin remedio sigue destapando cajas con episodios recientes y lejanos. Una emprendora cuenta cómo terminó cosiendo estuches para cadáveres y de ahí se desprenden otros relatos familiares atrapantes.
Relatos virales: las historias detrás de la mendocina que cosió 500 bolsas mortuorias
El viernes 17 nos enteramos de 62 enfermos nuevos de Covid-19 en un día en Mendoza y fue la primera señal de la escalada de la curva epidemiológica. Nos dio miedo y horas después conocimos que el gobernador Rodolfo Suarez pidió a la población que se aislara voluntariamente para evitar la suba de contagios.
El sábado 18, la base del cerro Arco estaba atestada de caminantes agrestes con escasas medidas de bioseguridad. En el parador donde se concentran senderistas y ciclistas para comer y beber, se escucharon comentarios entre risas socarronas: "Bueno, mañana nos vemos todos en el Lagomaggiore o en el Hospital Del Carmen".
Esta pincelada inmediatamente puede contrastarse con la experiencia de una vecina del Barrio Bancario. Allí, en una casa de Godoy Cruz, se encuentran varias historias en una sola. La pandemia saca a relucir este atado de reseñas que nos lleva a mitad del siglo pasado, a la Plaza Chile, pero antes pasa por el inicio del Siglo XX con la llegada de la primera oleada de inmigrantes europeos a Argentina. Son relatos, uno dentro de otro, como las muñecas mamushkas, de eso se trata.
1- Bolsas mortales hechas para vivir
Un posteo del usuario de Facebook, Sebastián Touza, nos dio la pista y prácticamente casi resolvió el primer enigma.
"Una vecina del barrio que tiene una peluquería y un negocio de alquiler de disfraces que ella misma fabrica (es muy buena costurera), me contaba ayer que en marzo, cuando comenzó el aislamiento, pensó que se le iba a complicar mucho la situación económica. Ninguna de las dos actividades económicas que tiene podía realizarse en la cuarentena. Estaba muy preocupada. Pero en abril la contactaron de un laboratorio para un negocio: le ofrecieron que cosiera 500 bolsas para cadáveres. Con eso pudo salir adelante, pero quedó muy angustiada. Me dijo que a toda esa gente que no quiere ponerse máscara o hacer la cuarentena tendría que pasar por la experiencia de coser bolsas para poner cadáveres para tener una nueva perspectiva sobre el problema".
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La protagonista es Mariana Wisnevski. Ella es una intensa trabajadora como fiel exponente de su generación Baby Boomers, definida por la explosión de natalidad luego de la segunda guerra mundial. Es decir, una mujer aferrada a la productividad para sustentarse. Así lo hace y lo hizo como tradicional peluquera barrial primero, y como una conocida emprendedora textil después, dedicada a la confección de disfraces.
Este episodio pandémico que motiva esta crónica comenzó el 5 abril, cuando ya habían transcurrido dos semanas del inicio de la cuarentena.
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Sentada dando la espalda a un gran espejo de su peluquería, invadida por piyamas temáticos embolsados, hace memoria Mariana. Allí está su trabajo ensimismado como los años de dedicación. Ella recuerda cuando se le ocurrió hacer disfraces para las niñas de su familia, jugando. Ahora tiene 1.200 piezas de todos los personajes infantiles. Transmite entusiasmo y sus recuerdos están frescos, sobre todo los recientes cuando no sabía cómo iba a enfrentar el "parate", cuando el aislamiento era obligatorio y nada de lo que hacía y disponía tenía cabida, ni la peluquería ni el alquiler de disfraces.
Hasta que alguien la llamó por teléfono y le ofreció el armado de unas bolsas de más de dos metros de largo con un cierre en el medio. Ella aceptó y sólo pensó que había aparecido una mano salvadora en un momento límite. Nunca se imaginó que terminaría cosiendo recipientes plásticos para contener cadáveres. Una tarea imprevista como la misma pandemia del virus SARS-CoV-2. Precisamente es la misma enfermedad global la que le permitió tener este trabajo de emergencia que al decir de la misma costurera "me permitió mi sustento para marzo y abril".
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Esas bolsas de nailon blanco y cierre verde a lo largo, son las que se exigen para los automovilistas según la nueva legislación vial. Cuando se dio cuenta que estaba haciendo bolsas para víctimas de la pandemia, vivió días de depresión. "Caí en cama y lo único que pensé era que no fueran bolsas para gente de mi país", recuerda ahora. Hasta que una de sus hijas le dijo: "Mamá, si no hacemos este trabajo nosotras, lo harán otras personas".
Así llegaron a confeccionar 500 bolsones mortuorios y el pago inmediato de cada entrega les permitió paliar la época de encierro social y a la vez darse tiempo para diseñar otra estrategia de trabajo para algún producto de los tantos logrados por la mujer.
2- Los piyamas
Mariana mantiene un vínculo fuerte con sus dos hijas. Hay reciprocidad y va más allá de lo afectivo. Vanina y Daniela son las jóvenes mujeres que han recibido todas las enseñanzas de su madre y ellas la apuntalan con sus conocimientos contables y tecnológicos. Hoy va directo al centro de la necesidad del abrigo nocturno, es decir los piyamas, siempre con diseño apuntado para niñas y niños.
Vende por internet gracias a sus hijas. Los fríos de este tiempo pandémico y la imposibilidad de viajar a Chile para hacer compras, han dejado justo la hendija comercial para que ella ubique sus piyamas. Otro producto salido de la emergencia.
3- Los barcos de Nebbia
Cuando Litto Nebbia cuenta en una de sus canciones que los argentinos bajamos de los barcos, seguramente se refería a historias como de la familia lituana Wisnevski, que a inicios del siglo XX emigró a Argentina. De allí viene Mariana, de los barcos.
Todos sus familiares eran reconocidos como "los polacos". Pero en definitiva son lituanos, ya que ese territorio báltico europeo estaba anexado a Polonia y luego pasó a integrar la Unión Soviética y hoy finalmente es un país independiente.
La cuestión es que el apellido Wisnevski encontró en nuestro territorio austral una oportunidad para quienes lo portaban orgullosamente. En Chubut, reanudaron sus vidas lejanas del origen polaco/lituano y lo hicieron dejando huellas en su paso.
4- El Oro Negro
Veamos, Josefa Bernatovichuch llegó junto a su marido Antonio Wisnevski en 1911 a Buenos Aires. Se trasladaron a la localidad bonaerense de Coronel Suárez y el 12 de agosto de 1911 nació Arnoldo, quien 52 años después fuera el papá de Mariana.
Antonio, el abuelo paterno de Mariana, fue uno de los pioneros en la extracción de petróleo en Comodoro Rivadavia en 1914 cuando el área ya era explotada por el Estado nacional y había alcanzado una producción considerable para abastecer a Buenos Aires.
Y si Antonio fue uno de los primeros petroleros de la naciente YPF, su hijo Arnoldo no le fue en zaga ya que con apenas 13 años comenzó a trabajar en la petrolera estatal allí en Chubut, para luego trasladarse, siendo un joven treintañero, a Mendoza.
5- La roca para San Martín y O'Higgins
Arnoldo Wisnevski tuvo una trayectoria importante como mecánico de vehículos petroleros en Mendoza cuando YPF era un símbolo de pujanza y desarrollo. Así llegó a jefe de Tracción Mecánica de la petrolera. En ese trayecto profesional, hay un hecho que lo hizo trascender y convertirse en una de esas personas necesarias para realizar una gran obra aunque luego terminara en el ostracismo.
En el caluroso verano de1947, Arnoldo fue el artífice de una tarea enorme y delicada. Bajo su dirección, se transportó la gran roca que ahora es el pedestal de la imagen de los libertadores José de San Martín y Bernardo O'Higgins en el centro de la tradicional plaza Chile, que fue inaugurada en mayo de ese año.
Ese peñón gigante de 22 toneladas fue trasladado por un equipo ypefiano liderado por el mecánico. El intendente de la Ciudad de Mendoza de ese entonces, Jorge Segura, le reconoció a Wisnevski la tarea cumplida con mucha eficacia que permitió que el monumento quedara firme en el solar destinado a honrar la confraternidad entre Argentina y Chile. Mariana conserva la nota de reconocimiento y sueña con dejar un registro en una placa en esa mole en honor a su papá.
La vida y la muerte en una gota de saliva
Mariana transita por la etapa de sus conclusiones más íntimas y con buen humor le pide a sus nietas que cuando pase "al otro lado", no sea en esas bolsas sin brillo sino que por lo menos tengon un motivo "animal print".
Aunque la realidad la tiene pegada al piso y a la vez la hace reflexionar que quien no se cuida del virus y pone en riesgo su salud y la de quienes lo rodean, debería pasar por la experiencia de coser su propia bolsa mortuoria. La disyuntiva para esa persona desaprensiva sería: "Barbijo para tu vida o la bolsa para tu cadaver".
"Así se pondrían el tapaboca", concluye la costurera que encarna muchas historias.