"Cómo a alguien se le puede ocurrir que los varones tengan que dejar sus vidas y trabajos para dedicarse a una tarea (¿poco importante? ¿humillante frente a otros hombres? ¿de mujeres?) como la crianza. Una locura, verdaderamente impensable". Otra desafiante columna de Emiliana Lilloy
Hoy en Memo: Licencias paternales ¿una cuestión doméstica o de Estado?
Cuando se planteó la última reforma laboral en nuestro país, el expresidente del Banco Nación Carlos Melconian visitó nuestra provincia para hablarnos de sus virtudes y defectos. En su discurso dejó muy claro que la licencia por paternidad de sólo quince días que establecía la reforma era uno de estos últimos. No porque fuera corta, sino porque con mucha ironía bromeó con la idea de que los varones la utilizarían para otros fines como irse de viaje, juntarse con los amigos a comer asado o jugar al fútbol.
Lo más impactante de aquella escena fue la reacción de las aproximadamente 350 personas que estaban en la sala. Varones y mujeres de todas las edades se desarmaron en risas y comentarios sobre aquella ocurrencia. Pareciera ser que los varones se sintieron identificados con el comentario de su par Melconian, y sumamente alejados de la idea de gozar de 15 días de licencia laboral para la tarea de la recibir a un/a hijo/a en el seno de su propia familia.
A todos ellos les habrá parecido muy alocado dejar sus trabajos y carreras profesionales para "ayudar", "colaborar" o en definitiva hacerse cargo de una persona que acaba de llegar al mundo y que si bien dentro de unos 20 años, si naciera varón, tendría un gran trabajo como el de ellos, al día del nacimiento no sería más que un ser dependiente e indefenso.
Habrán coincidido con esta idea de la indefensión, pero justamente con ella habrá aparecido en sus mentes la imagen de la madre, esa mujer que sí era normal e importante que tuviera una licencia para dejar su trabajo, quien es la encargada por naturaleza de estas tareas y de asegurarse que esa persona sobreviva a costa de su propia vida. A ella si le corresponde dejar todo, ella es la única que puede "dar la teta" y una madre es irremplazable.
Así, mientras más y más fuerte reían de la descabellada idea de tener tiempo para sostener y contribuir a pasar ese momento difícil que implica procesos físicos y emocionales profundos y gozar de disponibilidad para ser parte de la gestión de un espacio familiar que ellos mismos habían deseado y generado, y del cual eran responsables, parecía que más viriles se sentían, más anchos en sus propios cuerpos y asientos. Algunos incluso, soltaban unas carcajadas tan fuertes, que parecían descomprimir la tensión que les había provocado la sola idea de una licencia para esos fines.
Es que cómo a alguien se le puede ocurrir que los varones tengan que dejar sus vidas y trabajos para dedicarse a una tarea (¿poco importante? ¿humillante frente a otros hombres? ¿de mujeres?) como la crianza. Una locura, verdaderamente impensable.
Otra cosa curiosa fue que ese comentario lejos de provocar el enojo de la mitad de la audiencia, produjo el fenómeno de que (no se sabe bien si lo pensaron realmente o rieron como en un acto gregario en búsqueda de pertenencia) las mujeres de más de 40 años comenzaron a reírse de si mismas, de todo el esfuerzo que habían realizado durante sus embarazos y la crianza, de lo que habían perdido, abnegado, de haber tenido que pagar el triple de costos que sus pares varones para llegar a los mismo cargos (si es que llegaron) porque ellos no obtuvieron ninguna licencia ni la necesitaron, por que siguieron con sus carreras y nunca tuvieron que domesticarse, guardarse, amamantar, maternar, ponerle el cuerpo a la vida y a la familia.
Se reían de que ellos gozaran de no tener una licencia familiar. Habrán creído (porque si no, no se entiende por qué reían) que la crianza y la familia es una cuestión de mujeres, y que el sólo hecho de pensar que los varones van a dejar sus carreras por estar 15 días presentes en el seno de la familia, da al menos algo de risa.
Así fue que el experto en economía se refirió a este aspecto tan irrelevante y divertido de la reforma. Sólo hizo esa broma, que lo congració con toda la audiencia y lo elevó virilmente unos centímetros sobre el suelo para continuar con otros aspectos que para él (y parece que para la mayoría de la audiencia también) eran relevantes.
Ante estos episodios, que nos guste o no reflejan nuestro estado de la cultura, una no puede dejar de preguntarse qué nos pasa. Cuáles son las ideas tan profundamente arraigadas que alumbran o dan sustento a este tipo de actitudes y por tanto, al estado de nuestras leyes.
Está claro que en nuestras sociedades las familias son el núcleo fundamental y ese es el discurso que se escucha en todos los ámbitos. Asimismo, muchos varones de la actualidad argumentaran que ellos tienen un papel activo en la crianza de sus hijas/os y por tanto no se sentirán identificados con la idea anacrónica y medieval de que el varón pierde su hombría si está cerca de la crianza, los afectos, cuidados y los quehaceres domésticos.
Si coincidimos entonces en que la familia debe ser un proyecto conjunto y que si asumimos la responsabilidad de formarla tenemos que compartir y pactar las tareas de cuidado y de sustento, ¿por qué no tenemos leyes que respondan a esta postura que se pregona? Y lo que es más contradictorio, ¿si los varones ya han cambiado y asumen la responsabilidad de la crianza, por qué no salen a reclamar licencias paternales? ¿por qué no militan y las demandan ellos?
Ya lo decía Aristóteles y a Perón le gustaba repetirlo: "la única verdad es la realidad" Porque lo cierto y la única verdad es que el Estado y el parlamento somos nosotros/as, mujeres y varones pactando sobre lo que creemos que es la mejor forma de hacer las cosas de acuerdo a nuestros intereses. Dada la realidad, está claro que más allá de las buenas intenciones de algunas personas, aún subsisten en nuestro imaginario un conjunto de ideas y valores que asumen que lo doméstico es responsabilidad de la mujer, el trabajo productivo es del varón, y que está muy bien que así sean las cosas.
Si fuera de otra manera, nuestras leyes atribuirían licencias paternales y maternales igualitarias para que tanto varones y mujeres tengamos la capacidad de pactar los cuidados y nuestras carreras profesionales. Si hubiéramos comprendido ya la importancia de la familia no como una cuestión de las mujeres, sino verdaderamente como la base de nuestra organización social, tendríamos además leyes y políticas públicas que no nos obliguen a compartimentar la vida, haciéndonos creer que nos corresponde cumplir ciertos roles dentro de esos compartimentos y que eso debe "realizarnos" y "hacernos sentir buenas personas, buenos padres o madres".
Quizás aún nos falta un salto cultural que nos permita cambiar la perspectiva. Así como alguna vez se dijo que "lo personal es político" para poner el foco en que lo que pasaba dentro del hogar y las relaciones personales también tenía que ser parte de la política de Estado y a través de ello se consiguió que se legislara sobre la violencia de género y derechos relativos a la familia y la reproducción, hoy quizás nos toca dar el salto como sociedad y entender que el Estado y la política deben domesticarse adecuándose a nuestra realidad. En este sentido cabe preguntarse si será posible pensar en una sociedad en donde la familia no sea una cuestión de las mujeres, ajena a la vida profesional y a la política, sino una cuestión de Estado central en virtud de lo cual la sociedad en su conjunto se haga cargo de guarderías y demás infraestructuras para los cuidados, establezca licencias que respondan a una responsabilidad conjunta en la crianza, promueva la participación de las mujeres en espacios masculinizados, se domestique y adecue nuestra actividad económica a la idea de que ya no existe una persona obligada y abnegada gratuitamente a la tarea familiar y de cuidados, sino que como sociedad debemos participar y hacernos cargo de ella.
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