El conductor de la Operación Lava Jato que se convirtió en un político que divide aguas en la ultraderecha.
Moro, de superhéroe de la derecha a delator de Bolsonaro
Superjuez, superministro, bandera del lawfare en Brasil, agente estadounidense, destructor de empresas, ajusticiador de los corruptos, abanderado de la antipolítica: todo eso se dijo y se dice de Sérgio Moro, el conductor de la Operación Lava Jato que se convirtió en un político que divide aguas en la ultraderecha y ahora pasó a ser un delator del presidente Jair Bolsonaro.
Moro se convirtió en una celebridad nacional con la Operación Lava Jato en marzo de 2014, cuando desde contrabandistas que lavaban dinero en una estación de servicio de Brasilia llegó a hacer implosionar el sistema político y llevar a empresas de construcción con contratos en la gigante Petrobras a revelar el pago ilegal de campañas y sobornos a políticos.
Aquel año, por escaso margen, fue reelecta la presidenta Dilma Rousseff. Dos días antes de la elección, en octubre de 2014, la revista Veja publicó en su portada la foto de la presidenta y de su jefe político y antecesor, Luiz Inácio Lula da Silva, con la pregunta: "¿Ellos sabían?".
Información de la investigación había sido filtrada por el juzgado 13 de Curitiba y la fiscalía de esa ciudad capital del estado de Paraná en la semana de la elección. En marzo de 2015, ya con Rousseff siendo bloqueada por aliados en el Congreso, la familia Mariño, dueña del grupo de medios Globo, lo premia a Moro por ser el ?hombre del año".
Nunca más Globo dejó de apoyar al juez, a tal punto que la principal cadena de noticias del país omitió durante 2019 todas las filtraciones que mostraban a Moro siendo juez manipular las causas para obtener testigos que hablen, por ejemplo, en contra de Lula.
Ver: Investigarán a Bolsonaro por las denuncias del ex ministro Moro
"Queremos hacer lo mismo que hizo Italia con la Operación Manos Limpias. Necesitamos una alianza con la prensa para evitar ataques a la investigación", dijo Moro en 2016. La ola Lava Jato deteniendo a empresarios de Odebrecht y otras constructoras gigantes que hacían negocios con directores corruptos de Petrobras para obtener sobreprecios en contratos llevó a la Corte Suprema a alterar la Constitución.
La Corte resolvió que todo condenado en segunda instancia debía ir a prisión, como quería el sector punitivista de la fiscalía de Curitiba. Esto volvió a cambiar en 2019 y permitió la liberación de Lula da Silva.
Moro, en esa época, era elevado a las alturas. Curitiba estaba plagada de carteles con la imagen de Moro, en campañas pagadas por empresarios locales. Su esposa, la abogada Rosángela Wolff, abrió una página en Facebook para el juez nacido en Maringá, interior de Paraná, a 420 kiómetros de Puerto Iguazú, haciendo un juego de palabras: "Eu Moro com ele" (Yo vivo con el).
Admirador, Moro, de la figura del investigador estadounidense Eliot Ness, a tal punto que los fiscales posaron como "Los Intocables" para la revista estadounidense Time, la Operación Lava Jato comenzó a ser llamada como la respuesta a los males del país. La crisis económica por la caída mundial de las materias primas se mezcló con el escándalo: en el aire flotaba la idea de que la corrupción hizo más pobres a los brasileños.
Los fallos de Moro, en su mayoría, fueron ratificados por la cámara de Porto Alegre, una aliada implacable de lo que se dio en llamar "La República de Curitiba".
En el Supremo Tribunal Federal, en tanto, se abrió una grieta sobre si los métodos de Moro eran constitucionales: la búsqueda por delaciones premiadas no fueron del todo republicanas, como demostró Vaza Jato -las manipulación de las causas revelada por The Independent- o el propio juez de la corte Gilmar Mendes.
Mendes, quien había sido abogado del gobierno de Fernando Henrique Cardoso, piensa igual que Lula: que la Operación Lava Jato es la madre de todas las batallas del bolsonarismo.
Y es así que con la condena de 2017 contra Lula por corrupción -haber recibido un departamento de la constructora OAS- y su posterior prisión en abril de 2018, allanó el camino de Bolsonaro, luego de 28 años de diputado con discurso de la antipolítica, que heredó al movimiento ?lavajatista'. Un que se vayan todos pero que reivindica a la dictadura militar.
La derrota de la izquierda y centroizquierda por una ultraderecha inédita, en 2018, provocó el encuentro del juez y Bolsonaro, que le ofreció el Ministerio de Justicia y Seguridad Pública.
Mientras las investigaciones contra los hijos de Bolsonaro crecían, Moro miró para otro lado cada vez que le preguntaban sobre Flavio, Carlos y Eduardo Bolsonaro, pero eso cambió cuando Moro se negó a cambiar al jefe de la Policía Federal, al que traía desde la Operación Lava Jato, como todo su equipo ministerial.
Moro admitió casi un delito en su discurso de salida: reconoció que pidió una pensión especial -algo ilegal- para asumir como ministro, por haber dejado 23 años de Poder Judicial. Sin partido, Moro dice que se dedicará a la abogacía privada. Es probable que en Estados Unidos, especulan medios locales.
Tras el escándalos de las filtraciones y sin el poder político, ahora en la planicie, Moro debe enfrentar a la Corte Suprema que tiene en sus manos la última apelación de la condena de Lula.
Hacer política partidaria o ser candidato presidencial en 2022 le costará más aún: haber delatado al presidente le causó más desconfianza en el Congreso. Y su electorado fiel se partió, igual que el de Bolsonaro. Como dijo la esposa de Moro hace pocas semanas: "Mi marido y el presidente son una sola persona".