El mensaje del tribunal que le dio una condena simbólica al conductor que mató a Alan Villouta es atroz. Sobre todo para los jóvenes con mejor acceso a recursos económicos.
Caso Villouta: cuando matar no cuesta nada
Alan Villouta tenía 20 años y le faltaba un mes y medio para cumplir la mayoría de edad. Familiero, buena persona, trabajador, cumplidor y religioso. Querido por todo el mundo. Corría la madrugada del sábado 26 de agosto de 2017. Alan salía de trabajar en una pizzería de La Barraca y cometió el error de cruzar a pie el Acceso Sur. No usó la pasarela, presumiblemente, porque ya lo habían asaltado.
Esa noche Alejandro Verdenelli, un empresario que en ese momento tenía 43 años, venía por el Acceso conduciendo su poderosa camioneta Porsche Cayenne color blanco rumbo al centro y lo atropelló. Verdenelli había estado tres horas con otras personas en un restaurante de Palmares y habían bebido una botella de vino, y dos copas de Fernet. Se entregó dos días más tarde, el lunes 28 a la madrugada. Tiempo suficiente para que cualquier posible rastro de alcohol desapareciera por completo de su cuerpo.
Mientras Alan se moría en el asfalto, Alejandro Verdenelli tuvo tiempo para todo.
No importan las circunstancias del juicio, o lo que se pudo probar. Lo que interesa es el tiempo que tuvo Verdenelli a disposición y el fallo último de los jueces. Este martes, un tribunal penal colegiado integrado por los magistrados Ariel Spektor, Aníbal Crivelli y Marcelo Gutiérrez del Barrio; lo condenó a tres años de prisión en suspenso más reglas de conducta, por manejo imprudente, más inhabilitación para manejar por ocho años. Inmediatamente recuperó su libertad. Es decir, una condena casi testimonial. Simbólica. Pero con un mensaje atroz: matar, no cuesta nada.
Los jueces les han dicho a los jóvenes mendocinos -sobre todo aquellos a quienes el destino ubicó en familias de buenos recursos económicos- que se puede salir en una camioneta cara, divertirse, beber tal vez una copa de más y luego manejar de modo imprudente, sintiendo la fuerza del motor en el volante y el acelerador en el pié, hasta atropellar y matar a una persona. Y desaparecer inmediatamente del mapa durante 48 horas. Seguro van a tener problemas con la Justicia. Pero con el mejor abogado que se pueda pagar, finalmente terminarán libres. Parecería haber un doble estándar, una vara para quienes pueden solventar la cuenta del proceso, y otra para los que no.
La sentencia por la muerte de Alan podrá ajustarse a derecho, no lo sabemos, pero seguro que no se "ajusta" al sentido común. Al mensaje que una justicia que vela por los derechos de todas las personas, debe dar a la sociedad en conjunto.
El Ministerio Público Fiscal arrancó con una calificación del caso fuerte que incluía dolo eventual y hasta 25 años de prisión, y se fue diluyendo con el tiempo. Terminó en un pedido tibio de condena que los jueces convalidaron. Una revisión profunda de las circunstancias del caso debería llevar al Procurador General a ordenar una apelación.
En Mendoza, por las muertes al volante en casos de conductores ebrios -algo que en el caso Villouta-Verdenelli no se pudo probar- el ex gobernador Alfredo Cornejo y la Legislatura endurecieron las penas y las multas. Las muertes al volante bajaron en poco tiempo de manera drástica. También hubo algún fallo disciplinador. Pero el tribunal, en este caso, falló en contra del sentido común. Y les dio a los jóvenes mendocinos un mensaje penoso de desprecio y desatención por la vida humana.