Expresiones que suenan disonantes, abusos policiales en algunas provincias, y un discurso que privilegia la seguridad, por sobre la libertad. Y el Estado, sobre el capitalismo.
El coronavirus, y las tentaciones totalitarias
La mujer estaba en su balcón porteño de Belgrano. Afuera sonaban las cacerolas, bien fuerte, por buena parte de Buenos Aires. No por toda, sino por los barrios menos afines al peronismo. En un momento, ella perdió la paciencia y salió a gritar "¡Pedazo de putos...! ¡Barrio de 'garcas...'! ¡Hijos de mil putas... que miran TN... y le dicen la chorra...! ¡Barrio de 'garcas' barrio de desagradecidos... cacerolean... careoléense la chota..! ¿Eh? ¡La Chota!" La mujer, furiosa con los vecinos, cree que los habitantes del barrio le deben algún tipo de agradecimiento al gobierno nacional, o a Cristina, incluso a Néstor, a quien nombra en una parte del video. En su desborde, advierte que los vecinos no sólo cacerolean para que "la política se baje el sueldo", sino porque piden alguna otra cosa. Tal vez la libertad de ambular por donde les plazca, que hoy vale menos que el alcohol en gel. O alguna otra cosa. Las cacerolas siempre incomodan.
La viralización de este video es una pintura de la Argentina.
Juro que más tarde, salió el merchandising en remeras y tazas. ¿Por qué estalló la mujer, que se llamaría Paula Albarracín? ¿Qué más hay detrás de la grieta en tiempos de pandemia?
Los cacerolazos porteños empezaron a ser más fuertes luego que el presidente Alberto Fernández tratase de "miserable" especialmente al propietario de Techint, Paolo Rocca. El presidente venía conduciendo la crisis con serenidad y firmeza. Pero en pocas hora eligió enemigos, amenazó con el uso de "la fuerza" a quienes no respeten la cuarentena, y dictaminó sobre ganancias de las grandes empresas ("te toca ganar menos...") le dijo a Rocca.
La cuarentena muestra lo peor y lo mejor de nuestra condición de argentinos. Y puede que quienes no votaron al presidente, que pasa por un momento de enorme popularidad y apoyo, huelan algo que les parezca mal.
Roberto Navarro, periodista militante del oficialismo, le preguntó textualmente a Emanuel Álvarez Agis, ex viceministro de Economía de la Nación durante la gestión de Axel Kicillof como ministro, lo siguiente:
- ¿La fuerza productiva privada, debería estar al servicio del Estado?
- Es un deber moral - contestó el economista, que no pertenece al círculo del presidente, pero que es muy escuchado en el cristinismo. La pregunta fue la segunda del reportaje. Fue extraña. Pareció un centro al medio del área. Los periodistas somos sensibles para detectar las picardías y las operaciones de prensa. Luego de describir lo que será la "peor crisis económica de la historia" del mundo, y del país por el coronavirus, el economista dijo que "la única posibilidad que tienen las empresas hoy, es venderle al Estado. Por eso hay automotrices fabricando respiradores". Sostuvo que "es un buen negocio ponerse a disposición del Estado". Estas ideas estuvieron muy en boga con el marxismo de mediados del Siglo XX. Un supra Estado gigante, que compra todo, regula todo, y decide quién hace qué y con quién. Un súper Estado que reemplaza al capitalismo clásico, en medio de la emergencia, claro.
Pero cuidado con las tentaciones. Ayer, el ministro de Salud de la Nación Ginés González García -repuesto del pifie inicial con la pandemia antes del primer caso, mañana hará un mes- anunció que el gobierno va a declarar "de utilidad pública" todos los recursos sanitarios del país, públicos y privados. Es una medida extrema que busca contar con camas suficientes. Ginés dijo que no avanzarán sobre las propiedades. Hay un antecedente inmediato. El gobernador chubutense Mariano Arcioni hizo un decreto para poder incautar respiradores, cofias, camisolines, alcohol en gel, máscaras o reactivos, de cualquier establecimiento. La oposición local lo rechazó por disparatado. El mundo de la salud estaba dividido ayer. Algunos colaboraban en la redacción del decreto de Ginés. Otros, empezaron a hacer oír sus voces de protesta. La "utilidad pública" de los bienes suele declararse en tiempos de guerra o de catástrofe. La pandemia ya lo es en buena parte del mundo.
Hace horas nada más, hubo una video conferencia de la ministra de Seguridad Sabrina Frederic con los ministros de Seguridad del país. Les dijo que debían hacerse responsables de las actuaciones de los funcionarios policiales. Ello, porque hubo denuncias de abusos policiales en Buenos Aires, Chubut, Jujuy y Tucumán contra personas que estaban violando la cuarentena.
Días atrás, separaron a unos gendarmes que "bailaron" a dos jóvenes en la Villa 1-11-14. Los hicieron caminar en cuclillas con las manos en la nuca. Y en Isidro Casanova, policías bonaerenses pusieron a hacer "saltos de rana" a jóvenes que violaron la cuarentena. Peor la pasó un matrimonio gastronómico que hacía un delivery en Puerto Madryn. Luego de detenerlos, la mujer habría sido encerrada en una celda, obligada a desnudarse por completo y a hacer "sentadillas" ante los uniformados. Hay una investigación fiscal, aunque la policía desmintió la versión. En Córdoba, un policía fue separado de la fuerza después de dispararle por la espalda a un joven que huía de la cuarentena. De milagro, no fue herido. Muchas de estas situaciones fueron filmadas por testigos ocasionales, que las viralizaron.
Los discursos altisonantes, el reemplazo del libre albedrío y la libertad de mercado por el Estado acaparador y vigilante de sus ciudadanos, no son signos saludables de una democracia ni aún en emergencia sanitaria. Aunque está claro que buena parte de la sociedad está dispuesta a resignar libertad, con tal de mantenerse a salvo de la pandemia. Un miedo saludable y previsor.
El debate mundial, no sólo argentino, es cómo conducir esta crisis. Los países de regímenes más duros, como China -donde nació el virus- son los primeros en controlarlo, aunque hay muchas dudas respecto de las cifras reales que ha dado el gigante asiático sobre muertos e infectados. Las democracias liberales de Europa, y los Estados Unidos, chocaron de frente con el Covid-19. Decenas de miles de infectados y muertos por todas partes y economías que tardarán décadas en recuperarse.
El peligro reside en las tentaciones eternas. Y en el uso del miedo como herramienta política. Lo dijo el filósofo y escritor Tomás Abraham en una entrevista reciente en Infobae. "Indudablemente, el tema de la seguridad le está ganando la batalla al de la libertad. En la primera mitad del siglo XX una situación así culminó en instalar regímenes totalitarios..."
Hoy urge frenar la pandemia, "achatar" la curva de contagios, y resucitar la economía como sea, como se pueda. Especialmente, apuntalando a los empleadores privados, a los generadores de trabajo. Pero a la vez, hay que buscar señales de la otra contaminación. La de las tentaciones absolutistas. La gente esta a favor de la cuarentena, mayoritariamente. Por eso hay aplausos a policías, gendarmes y fuerzas de seguridad que hacen cumplir el aislamiento, detienen a quienes no obedecen, o reparten alimentos, como le tocó al Ejército. Y la popularidad de Alberto crece cuando toma la senda de decir "idiotas", o "tontos", o "miserables".
Sin embargo, conviene encender la luz amarilla, andar con precaución y cuidar la democracia tanto como la seguridad sanitaria. Que en este país, ya hemos vivido noches oscuras hace apenas un puñado de años.