Una promesa de Alberto Fernández que cobra valor, a raíz de la profundización de la grieta y la aparición de una "lista negra".
Desafío del nuevo gobierno: Cerrar la grieta y asegurar la libertad de expresión
Puede que a la luz de las dificultades económicas graves que vive el país, luego de diez años de estancamiento y cuatro en los que aumentaron pobreza y desempleo; no estén en boga quienes tengan en foco una de las promesas más importantes que ha hecho Alberto Fernández en campaña: Cerrar la grieta.
La división de los argentinos en dos facciones equivalentes y que se odian -tal es el sentimiento- y desprecian entre sí, dificultará cualquier tipo de acuerdo futuro y sustentable si persisten en permanecer a ambos lados de ese muro. El nuevo gobierno requerirá de acuerdos políticos, sobre la base del consenso social que se necesita para avanzar en reformas que nos sirvan a todos.
Cerrar la grieta, por lo tanto, es una tarea fundamental cuya mayor responsabilidad será del nuevo gobierno, pero que también cabe a la oposición, a la ciudadanía, y a los medios, partiendo de una premisa: todos tenemos que entender, y respetar los roles que nos ha asignado la ciudadanía.
El resultado de las elecciones del domingo diagramó una Argentina donde las hegemonías no serán posibles, y en la que harán falta coincidencias. No debería haber lugar para el "Ir por todo" de Cristina, ni para ninguna tentación que bordee los límites legales y constitucionales que un gobierno debe tener en una república.
Ahora hay una mayoría con derecho a gobernar, y una minoría potente con apoyo muy fuerte, que debe controlar a quienes ganaron de modo legítimo una elección.
El problema es que aunque hubo cierto equilibrio electoral a pesar de la derrota del presidente Macri, el resultado pareció conformar más del lado "anti K" de la grieta. Y las diferencias entre la sociedad dividida se volvieron a ensanchar.
Amplios sectores del kirchnerismo aprendieron a desarrollar durante los gobiernos kirchneristas, especialmente los de Cristina Fernández de Kirchner, un fuerte odio militante a la prensa que investigó la corrupción, o que opinó e indagó acerca de las políticas públicas de aquellas gestiones. Esos casos judicializados y en boga -Cuadernos, Hotesur, Cartelización de Obra Pública, Vialidad, Bolsos de López, sólo por citar algunos emblemáticos- crearon un mal clima, de enfrentamiento feroz, y de "escrache" a medios y periodistas durante los últimos años de Cristina en el poder.
Los cuestionamientos al periodismo no terminaron allí, sino que siguieron durante los cuatro años de Macri en el poder.
Y ahora, en varios grupos radicalizados e incluso entre dirigentes que se mostraban como moderados hasta hace poco, aquel clima de persecución amenaza con recrearse, luego de haber cumplido aquello de "Vamos a volver".
Claro que prometieron volver mejores. Lo dijo Alberto Fernández el domingo a la noche. Algunos de sus gestos han ido en el sentido de una mayor apertura democrática y diálogo con muchos periodistas que fueron críticos de Cristina. Pero otros, hay que decirlo, han sido confusos y hasta agresivos con la prensa.
Los que opinan distinto o analizan de diferente manera los hechos o las políticas de un gobierno no son enemigos. Son simplemente argentinos que piensan distinto.
En los grupos de mensajería instantánea de WahstApp y Facebook, en todas las redes sociales, masas de ciudadanos que votaron por Macri alimentan su enojo con toda clase de desinformaciones y falsas noticias, se colman de malos presagios y por eso llaman a una marcha de apoyo al presidente que se va. Hablan de separar el país, y ponen la lupa con cierta saña en cada gesto kirchnerista que les incomode. Hasta han utilizado la figura del hijo del presidente electo, que no se dedica a la política, para atacarlo a él, algo inaceptable y de una agresividad inconcebible.
Del otro lado, la respuesta fue de artillería gruesa. Apareció en Twitter una lista de 26 hojas de Excel llamada "Lista de trolls y mierdas macristas" con 720 usuarios de la red social. Por supuesto, hay en esa lista una cantidad importante de periodistas de los medios de Buenos Aires y de algunos del interior, incluso el secretario de redacción del Post, Christian Sanz. También aparecen políticos del oficialismo, artistas, funcionarios, dirigentes, y hasta científicos.
Tal contenido que afecta a muchos de los periodistas que escribieron sobre corrupción desde los primeros casos del poder kirchnerista hasta el presente -incluyendo a algunos probables miembros del futuro gobierno- constituyó la primera "lista negra" publicada por sectores afines al nuevo poder, se supone; desde que Alberto es presidente electo.
Los paneles de la TV, los grupos de WahstApp de amigos, familias y trabajos "arden" con la grieta, con un factor común: de un lado o del otro, medios y periodistas resultan señalados.
La aparición de listas negras, las amenazas de una "Conadep" de los periodistas ya estrenada por un juez en la provincia de Buenos Aires, son mal síntoma. En este último caso, contando con el entusiasmo militante de referentes kirchneristas de la cultura, el arte o las ciencias. Lo mismo, el ataque furibundo que de modo constante recibimos los periodistas independientes, y muchos de los medios. Todo ello en conjunto representan acciones a las que conviene prestar atención para que no vuelvan a ocurrir episodios de censura, o se produzca el avance del poder político sobre los medios, a través del apriete, el miedo, o la extorsión. Deberían ser todas estas prácticas de una Argentina superada, arcaica y pre democrática.
Ahora, ante una nueva etapa, con un nuevo presidente, lo deseable es que sea el mandatario electo quien conduzca el camino de salida de una grieta que nos hizo daño a los argentinos. Y que a la vez garantice el máximo derecho a la información, asegurando la libertad de expresión y de prensa, en especial a los que lo critican o lo hagan en el futuro. Eso, sería calidad democrática. Lo otro, representaría un retroceso a épocas oscurísimas de persecución y macartismo, que la Argentina había enterrado. Incluso, con sangre.
Salir de la grieta y asegurar la libertad de expresión y de prensa para beneficio de todos los ciudadanos. Ese, sería un buen horizonte. Alberto Fernández y los dirigentes democráticos que lo acompañan son -desde el poder que les ha dado la mayoría de los votos, los principales responsables de alcanzarlo. Y nosotros, medios y periodistas, tampoco debemos eludir nuestra responsabilidad de control cívico, de indagar y preguntar, de privilegiar los hechos y las opiniones sanas y la crítica objetiva. Así debe funcionar la democracia, mal que les pese a unos cuantos, a ambos lados de la grieta.