Una crónica persuasiva sobre el clima del primer día en el 34vo Encuentro Nacional de Mujeres.
Una poesía de lluvia y encuentros
Mañana
Un pie en el charco de agua, hasta la rodilla las gotas entreverándose en la tela. La humedad -espesa masa de alquiltrán en la ropa- se va llevando cada rincón de abrigo: bolsas de dormir, remeras, sándwiches; todo pasado por agua.
Son las ocho de la mañana del día sábado 12 de octubre y el cielo de la ciudad de La Plata se atraganta de lluvia. Cortina de agua que guillotina la nuca de las miles de personas que tenemos intención de ir al acto de apertura del 34º Encuentro Nacional de Mujeres y Disidencias.
Por WhatsApp se hace evidente que las rutas están colapsadas, sudorosas de colectivos abarrotados desde cada ínfimo rincón del mapa y el orgullo casi colapso nos agarra mientras leemos los mensajes "lo que pasa es que yo estaba en el grupo que se quedaba en el centro, pero por ahora nos quedamos re lejos"; "vamos a llegar a las siete de la tarde recién, no voy al taller"; "se nos llueve el techo del micro y le pusimos bolsas para poder dormir".
Los paraguas al costado de la callecita que bordea el Estadio Único de La Plata están hechos trizas por el viento. La red tejida por los que siguen en pie, uno al lado del otro, avisaje desde arriba: están decorando el asfalto en arcoíris antepuestos al gris del cielo embravecido. Caricia de colores, estampados y nylons.
El aguante es mucho, pero la historia la conocemos todes. Una firma en un papel alcanza para prohibir un evento que lleva trescientos sesenta y cinco días de planificación.
¿Quiénes suspendieron el acto? Los bomberos y los meteorólogos ¿Por qué? Una "certificación de final de obra en materia de seguridad contra incendios" ¿un incendio? ¿Con litros de agua golpeándonos los hombros? Vaya una a saber.
Nosotras somos el incendio.
"No queremos que el ánimo decaiga", me dice una piba de la comisión organizadora -un poco a los gritos y con el pelo embadurnado de lluvia-. El chaleco blanco distintivo ya gris, su rostro moreno ojeroso del otro lado de la reja.
-Ahora vamos a dejar que las compañeras hagan la resistencia- le digo.
Me responde con una sonrisa mientras del otro lado de la calle se escuchan a coro las muchachas embanderadas con megáfono en mano - ya claramente metidas en la pileta:
"A la iglesia católica apostólica romana, que se quiere meter en nuestra cama, les decimos que se nos da la gana, de ser putas, travestis y lesbianas"
"Aborto Legal en el hospital". Es un eco que lo llevamos tácito. Sin darme cuenta, ya estoy cantando con elles.
Lo repetimos como un mantra y medio que me emociono de ser hilvanada en ese tejido.
En la confusión, unos oportunos vendedores me clavan con un impermeable celeste, que de pura bronca dejo adentro del bolso. Prefiero estar mojada a llevar la bandera del enemigo. Me pregunto si lo hacen por gusto o el azar dibuja curvas absurdas en los rincones de los hechos.
Tarde: las disidencias somos resistencia
Vamos caminando por la Uno esquina Cuarenta y pico, la ciudad es como una fiesta infinita y cada barcito está copado de pibas charlando, tomando birra. También besándose, agarradas de las manos. Porque el afecto también es un gesto político y quienes hemos tenido que escondernos lo sabemos más que nadie.
Llegamos al stand de la Futurock en vivo. Nosotras miramos desde afuera mientras entrevistan a Luciana Peker - divina ella con su remera verde-. Dice algo así como que nuestra lluvia es una lluvia de potencia sensual, de goce, que estamos mojadas ante la impotencia de los hombres. Y yo claro, con admiración por la capacidad de transformar el símbolo, no me animo a contradecir a pesar del frío de tener que acostarme prácticamente en el piso los próximos dos días.
Hasta llegar a las ciento cincuenta mil identidades que marchamos el domingo desde las seis de la tarde, nuestros cuerpos se iban reuniendo de a poco. Igualados y tangencialmente distintos, muy parecidos, diversos como son diferentes las hojas de un mismo árbol.
El abanico elástico estira y estira los límites del lenguaje y su incapacidad de representar con la palabra mujer a cada une de les que estábamos ahí se hace visible. Cada rostro, cada espalda, cada mirada apuntando más hacia allá más hacia acá, pero hacia algo, hacia ese algo que nos convocaba y ahí el orden de lo maravilloso.
Los cruces, los abrazos, los recuentros en las calles de La Plata quedaron ahí como queda aquello que solo puede vertebrar la magia o la sincronía que nos permite el azar.
Así en multitudes nos movimos, en semicírculos nos fuimos sentando en cada una de las aulas a escuchar la voz de las otras en los ochentaisiete talleres y once conversatorios que se iban multiplicando por la necesidad de asistentes. ¿Quieren que habilitemos otra aula? ¿Armamos un taller en el hall? ¿Quién nos presta un megáfono? ¡Solo las que van al taller de mujeres de los pueblos originarios agarren una silla!
La facultad de Humanidades de La Plata tiene tres sedes, una frente a la otra. Cada pasillo estaba copado de pibas y pibes, llegamos al sector de Mujer y Sexualidad, ajironándonos a la multitud como sea, apoyadas en la columna de la esquina, casi encima de otra compañera para escuchar lo que cada une tenía para decir.
Y ahí me choco con el límite del lenguaje, que es una necesidad de resguardar la intimidad de la experiencia. Hablamos de sexo, de disfrute, de dolor, de autoestima, con la franqueza de quien debate con un espejo. Ese salto de fe de desnudarse a ojos cómplices frente a trescientas personas. Me veo en la necesidad de reafirmar que la vivencia es intransferible, que la posibilidad de escuchar a une otre expresando las soledades más tangenciales que nos atraviesan es un abrazo infinito, es un horizonte.
Y por eso el encuentro, el Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Trans, Travestis, bisexuales y No Binaries.