Es una realidad, aunque duela. Ocurre en Mendoza. Los padres negadores, la escuela desconocedora y un testimonio en primera persona.
Las drogas que los adolescentes consumen en las escuelas de Mendoza
"Las drogas que más se consumen son clonazepam, codeína, fluoxetina... incluso hay chicos que las venden". Quien refiere tal situación es una adolescente de 15 años a la que llamaremos Laura.
No habla por "boca de ganso", sino que es testigo preferencial de lo que relata. La descripción que revela, la observa a diario. Porque son sus propios compañeros los que hacen "ese tipo de cosas". Y no se trata de una escuela estatal, sino de un reconocido colegio privado de Mendoza. Muy conocido.
"¿Qué edad tienen tus compañeros?", pregunto. "Algunos, mi edad... otros son más chicos, y otros más grandes", responde, con una seguridad que asusta. Las drogas que consumen esos pibes producen efectos totalmente diferentes. El clonazepam, por caso, es un ansiolítico, un sedante utilizado como estabilizador del estado de ánimo.
Los chicos que lo consumen desconocen que se trata de una droga altamente adictiva, un psicofármaco lista 4. Cómo lo consiguen, es todo un misterio, ya que los medicamentos que poseen esa droga solo se venden bajo prescripción médica.
"Es muy fácil, falsifican las recetas, con sello y todo", me revela Laura. Y me aclara lo obvio: se valen de personas mayores de edad a la hora de ir a la farmacia a adquirir esos remedios.
Su cara ostentará gran asombro cuando le cuente que Chile, México y otros países, enfrentan serios problemas por el consumo desaforado de clonazepam por parte de sus adolescentes.
Sin embargo, no se trata de la peor de las drogas: como contó Laura, también aparece el rastro de la codeína, un analgésico "opioide", que a la sazón es una sustancia capaz de provocar picos de euforia si se consume en grandes cantidades. Es aún más adictiva que el clonazepam y se consume tanto o más que este último.
Finalmente, está la fluoxetina, un antidepresivo de la clase "Inhibidores Selectivos de la Recaptación de Serotonina". Sus efectos secundarios no son pocos: disminución del apetito, insomnio, ansiedad, nerviosismo, tensión, disminución de la libido, trastornos del sueño, alteración de la atención, mareos, somnolencia, temblor, visión borrosa, palpitaciones y muchos otros. O sea, todo aquello que es incompatible con lo que debe hacer un alumno en la escuela.
No es todo: las tres drogas mencionadas producen severos daños al organismo y, particularmente, el cerebro. Especialmente a chicos en etapa de desarrollo.
"Administrar psicofármacos a los niños resulta peligroso porque su cerebro está aún en fase iniciales de su evolución y es muy sensible", viene advirtiendo hace años Peter Gøtzsche, catedrático de Diseño y Análisis de Investigación Clínica
"¿Qué onda los padres de esos chicos?", le pregunto a Laura. "No sé, solo conozco algunos pocos casos, de los pocos que me cuentan", me dice.
Insisto entonces: "¿Y qué te cuentan esos compañeros tuyos? ¿Qué les dicen a sus papás?". Consigo la respuesta: "En general, me dicen que a sus padres no les importa mucho saber qué hacen y qué no hacen en el colegio más allá de las materias y las notas. Hubo un solo caso de un chico al que lo agarraron consumiendo en el auto y llegó a oídos de los padres. Él lo negó y le creyeron".
Ahí aparece otra cuestión: la de los "padres negadores". Así lo define la psicóloga infantil Paulina Cazés: "Generalmente los padres que niegan las realidades de sus hijos, son padres que no son capaces de enfrentar la realidad de ellos como individuos, como pareja, como padres, como trabajadores, como hermanos, etc.; son personas que están acostumbradas a desconocer los problemas en todos los ámbitos y actuar como si todo estuviera bien".
"¿Y el colegio?", pregunto finalmente... "El colegio es como los padres: no saben nada. O hacen que no saben nada. No sé qué decirte".
La charla empieza a incomodar a Laura. Decido terminarla a pesar de que seguiría preguntando ad infinitum. Me quedo con un millón de dudas... y aún más cantidad de preocupaciones.