Esta conclusión del titular del Sute pone en debate el tiempo dedicado por los docentes que sostienen el sistema estatal de educación. El texto del profesor de Literatura lo sitentiza: "La docencia sin fin".
Henríquez: "Hoy la jornada docente es una esclavitud solapada"
Este texto de Sebastián Henríquez traduce lo que el gremio docente mendocino debate en las asambleas y en cada reunión sindical respecto del trabajo de los educadores provinciales.
Propone abrir la discusión pública con este escrito que le hizo llegar al Post coincidiendo con el último ciclo lectivo de la era de Alfredo Cornejo.
Concretamente abre el juego para poner en crisis cuánto debe ganar una persona que trabaja sistemáticamente más allá del tiempo formal de trabajo en los establecimientos escolares. El punto de inflexión es la discusión por las reuniones de personal "no obligatorias" por fuera del horario de trabajo.
Presten atención al texto del principal referente del SUTE, el gremio de la educación estatal en Mendoza.
La docencia sin fín
La definición de que las reuniones de personal no sean obligatorias, al convocarse "fuera del horario de trabajo", golpea en el corazón de la cultura del "apostolado" en la docencia. Cultura que ha servido para encubrir la relación entre la vida real de los/as docentes y problemas centrales que hacen a la calidad educativa.
Supongamos que alguien trabaja en una fábrica o en un comercio. Puede, hoy, ser explotado/a salarialmente y hacer cargas horarias extenuantes. Pero no hay dudas de dónde termina ese trabajo. La fábrica cierra su jornada, por ejemplo, y ese/a trabajador/a comienza una estrecha "libertad", al menos formal, fuera de ese límite. No se lleva maquinaria a casa para seguir trabajando. Y si le pidieran que se quedara más horas, o que volviera, deberían pagarle "extra".
Ya saben a dónde va mi comparación. Pero, para evitar lo obvio, voy a decir otra cosa. Supongamos que un/a docente, un directivo o supervisor dijera: "Fuera de mi tiempo de clases, no hago más nada. Dejo de corregir en mi casa, de planificar, de capacitarme; dejo de cargar notas o datos de la escuela y de los alumnos en el GEM; dejo de responder mensajes de autoridades a cualquier hora; dejo de ir a reuniones fuera de mi horario en las que se hacen acuerdos, proyectos institucionales, diagnósticos, etc...."
Si un/a docente o directivo dejara de hacer esto, ateniéndose al tiempo de su jornada laboral reconocida, el sistema educativo cae. Simplemente, se desmorona. Y esto incluye a todos/as los/as que hacen la escuela, desde la jerarquía directiva hasta los celadores/as, también entrelazados con esa jornada sin límites claros, casi devocional. Por supuesto, nunca tan sagrado como el salario de un legislador, de un magistrado o de un alto funcionario.
Esto nos lleva a una conclusión sencilla, que se puso en debate con nuestra definición en la paritaria: hoy, el trabajo docente se extiende más allá de la escuela, invadiendo su vida. Esta jornada, no regulada, no remunerada, se constituye, en una esclavitud solapada.
¿Es una expresión muy fuerte? Es rigurosa, ya que no puedo dejar de hacer lo que me piden, porque incluso soy pasible de sanción y castigos que suponen hasta la pérdida del trabajo. No tengo la opción real de negarme, porque soy perseguido/a y hostigado/a si me niego a hacerlo. Y aquí viene lo más fuerte: tampoco estamos muy convencidas/os, a veces, de dejar de hacerlo, porque hemos sido cuidadosamente educados en que "lo importante son nuestros alumnos".
Convencidos/as hasta el punto de que, en la práctica, parece que sólo son importantes para nosotros/as, y no para el sistema. Una suerte de cepo cultural que pone siempre la última responsabilidad en las/os docentes, y exculpa a quienes diseñan las políticas educativas y la organización institucional de este sistema de precariedad. Lo curioso es que esto no puede sino terminar por perjudicar a los alumnos/as cuya educación termina dependiendo del voluntarismo y la integridad física y mental de quienes debemos hacer malabares con todo esto.
¿Entonces? Lo más lógico es reconocer que si esas tareas que exceden el tiempo de dictado de clases son necesarias e imprescindibles, debe haber un tiempo laboral regulado, legal y, por lo tanto remunerado para hacerlo.
La reunión de personal fuera del horario de trabajo encubre esa contradicción. Resulta que es fundamental hacerlas, pero no se quiere hacer en el horario de trabajo. Entonces, ¿en qué quedamos? Si son fundamentales, que sean parte de la jornada laboral que ya tenemos. "¡Pero se pierde tiempo de clase!". Sí, pero entonces, ¿son o no son fundamentales? Con el mismo razonamiento un esclavista entiende que los tiempos muertos en la producción le hacen perder ganancia. Claro, pero resulta que necesitamos comer, descansar... Cosas que se "discutieron" hace más de un siglo, en el sistema capitalista. Ocho horas de trabajo, ocho horas de esparcimiento y ocho horas de sueño.
Lo que abre la resolución sobre las reuniones de personal es una discusión profunda, de enormes ramificaciones. No se trata de si estas reuniones y otras tareas, además del dictado de clases, son importantes. Claramente, lo son. Sobre todo, cuando no son una mera "bajada de línea" de la política educativa en curso y permiten pensar de verdad qué estamos haciendo, cómo lo estamos haciendo y qué necesitamos para hacerlo.
Por eso, necesitamos una jornada laboral que incluya el tiempo de clases, el de corregir, el de planificar, el de evaluar, el de hacer acuerdos institucionales, etc.
Necesitamos clarificar la injerencia de trabajo en nuestra vida, para que, en definitiva, podamos tener eso: una vida.
Necesitamos un salario igual a la canasta familiar que nos permita vivir de una única jornada de trabajo que incluya esas tareas primordiales de la tarea educativa.
Tarea que, además, incluye un grado de responsabilidad y de tensión, que nos hace sujetos de estudios psicológicos constantes, de evaluaciones permanentes sobre nuestra tarea y nos pone siempre en la vitrina de la discusión pública.
Todo el mundo opina, democráticamente de lo que hacemos y cómo lo hacemos, pero muy pocos saben de verdad de qué va esto que hacemos, en estos tiempos, en estas escuelas, en esta realidad.
Cada escuela tiene hoy, un control biométrico de asistencia que miente descaradamente. Porque habría que poder sacarlo de la pared y llevárselo a la casa para que toda la sociedad entienda de qué estamos hablando cuando nos referimos al trabajo educativo.
Sebastián Henríquez
Profesor de Lengua y Literatura
Secretario General del SUTE