Así construyó su poder, y así lo perdió, el hoy fallecido expresidente de la Nación por la Alianza.
Apogeo y caída de De la Rúa, un político conservador
Para mediados de 1999 la sociedad argentina estaba cansada ya del populismo del presidente Carlos Menem. Ya no soportaba el clima de constante jolgorio, excesos y derroche con grandes dosis de corrupción. Tras 10 años en el poder, el gobierno peronista estaba agotado.
La sociedad pedía un cambio de estilo de 180 grados. Pero los argentinos de entonces sólo reclamaban dejar atrás la obscenidad del poder, del lujo refregado en la cara de miles de pobres y desempleados que dejaba aquel proceso de "apertura", de economía "de mercado" y "relaciones carnales". La sociedad no quería en cambio salir de la estabilidad económica. El trauma de la hiperinflación en la que había terminado el gobierno de Raúl Alfonsín estaba aún fresco en las retinas. Y por ello, en octubre de aquel año eligieron como presidente al candidato que prometía mantener la Convertibilidad, la paridad fija entre el peso y el dólar, que era vista por todos como el fundamento de la derrota de la inflación. En cambio, le dieron la espalda al candidato peronista que proponía salir de ella, Eduardo Duhalde.
La sociedad reclamaba, en el fondo, mantener lo que consideraba bueno del menemismo, y reconstruir un sistema de valores más serio y ajustado a cierta austeridad republicana.
Tan solo así se puede entender por qué Fernando de la Rúa llegó a la presidencia de la Argentina ese año. Iba a asumir el 10 de diciembre e iba a terminar su corto gobierno el 20 de diciembre de 2001.
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Un radical de pura cepa, de estilo conservador y poco carismático. Nació en Córdoba en 1937. Estudió derecho y se recibió de abogado. Dentro del radicalismo fue militante de la denominada Línea Nacional, cuyo líder era Ricardo Balbín. Se consagró al estrellato político en 1973 cuando fue el único candidato de la UCR en ganar una elección en la que el justicialismo de la mano de su líder, Juan Domingo Perón, arrasó en todos lados. Se impuso como senador por la Capital Federal a Marcelo Sánchez Sorondo. Fue el miembro más joven de la Cámara alta en su momento, y por ello le quedó el apodo de "Chupete" Tras el período de la dictadura, De la Rúa reapareció al frente de su línea interna. Quien hasta ese momento había sido el último caudillo radical, Balbín, había fallecido en 1981, de modo que había quedado al frente. Cuando llegó el momento de la reorganización de los partidos políticos la aplanadora alfonsinista de 1983 lo pasó por encima. Raúl Alfonsín se convirtió en el nuevo caudillo radical. Chupete se recluye en el Senado.
Allí impulsó la primera ley contra la violencia en espectáculos deportivos, conocida como Ley De la Rúa. Luego de la reforma constitucional de 1994, fue el primer Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires elegido por el voto popular de la historia en 1996. Allí tuvo una buena gestión. Amplió los subterráneos de la Ciudad, e inició las obras de la Linea H. A principios de 1998 la Legislatura porteña aprobó el Código de Convivencia Urbana que, entre otras medidas, eliminaba los edictos policiales e imponía el concepto de "tolerancia" hacia manifestaciones de diversa índole como el travestismo y la oferta de sexo en la vía pública. Durante la gestión municipal se crearon órganos como la sindicatura del gobierno de la ciudad, la defensora del consumidor, dirección general de higiene y seguridad alimentaria y el ente regulador de servicios.
Esa aceptable gestión le había dejado como "candidato natural" de la UCR para las presidenciales de 1999. Había conseguido el apoyo de Alfonsín para asumir como presidente del Comité Nacional en 1997. Luego se iba a tejer la Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Educación con el Frente País Solidario (FREPASO) y en la interna abierta le iba a ganar al candidato Carlos "Chacho" Alvarez.
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Toda una vida dedicada a la política lo llevaba al máximo cargo que puede aspirar cualquier dirigente. Le ganó las presidenciales a Duhalde por 10 puntos, 48% a 38%.
Pero De la Rúa iba a demostrar que no era un dirigente "disruptivo". Por el contrario, era un hombre que se sentía más cómodo moviéndose con prudencia. Como dijo Juan Manuel Casella "prefirió renunciar antes que romper su promesa de campaña".
A su llegada a la presidencia el peronismo había dejado una verdadera tragedia económica. El tipo de cambio de paridad fija 1 a 1 se había agotado como modelo. El atraso cambiario nunca había sido corregido por Menem con medidas para mejorar la competitividad de las empresas, es decir, una fuerte rebaja de impuestos una reforma laboral y una reforma fiscal. Por el contrario, la privatización del sistema jubilatorio había dejado un fuerte hueco en el Estado que el gobierno compensó incrementando el endeudamiento. Ya para 1998 el modelo daba señales de agotamiento. La rigidez cambiaria le impedía absorber los shocks externos que se producían uno tras otro, como fueron las devaluaciones de México, Brasil y Rusia, que hacían que los capitales corrieran de los mercados emergentes.
Encarecidos los costos en dólares para las empresas locales y con impuestos altos, lo que era una recesión se convirtió en una depresión. De la Rúa no quiso nunca salir del 1 a 1.Trató al inicio de su mandato, con el ministro José Luis Machinea, de hacer una corrección fiscal, afectando directamente a su base electoral, la clase media. Se amplió lo que se conoce como Cuarta Categoría del Impuesto a las Ganancias. Personas de salarios altos iban a comenzar a tributar. También se procuraron hacer recortes de gastos, pero eso lo único que hizo fue profundizar la recesión.
Gastadas inútilmente las primeras balas políticas, De la Rúa procura recomponer la credibilidad designando al liberal Ricardo López Murphy como ministro de Economía, quien sigue en la misma línea de evitar el colapso del modelo. Propone hacer un recorte de u$s 1000 millones, pero el propio partido radical le empieza a restar respaldo. La corta gestión de 15 días de López Murphy es seguida por la convocatoria a Domingo Cavallo, el padre de la Convertibilidad. De la Rúa lo lleva para que desmonte de bomba que había construido con Carlos Menem. Cavallo comprende que la rigidez del tipo de cambio había restado competitividad a las industrias y entonces procura hacer correcciones mediante programas focalizados y sectoriales. Pero todo se torna inútil. Los mercados ya habían declarado la muerte del modelo y la salida de capitales se volvió insostenible. En medio de ello, su vicepresidente "Chacho" Alvarez renuncia y deja a De la Rua con cero respaldo político. Ya sin su apoyo natural de la UCR y del Frepaso, se va cerrando cada vez más sobre sí mismo. Cavallo trata de evitar una corrida contra los bancos y dispone lo que se llamó el Corralito. El público no podía retirar sus ahorros de los bancos y se limitaba el uso del dinero en efectivo. La depresión económica se había vuelto intolerable. Desde la Coordinadora de Actividades Mercantiles Empresarias (CAME), que conducía el dirigente Osvaldo Cornide, habían iniciado una campaña de "caceroleo" contra el gobierno. Repartían ollas a la gente para que protestara. A ello se sumaron sectores de organizaciones sociales del sur del conurbano de diferentes composición política. Había dirigentes encuadrados en el Partido Obrero, en la CTA y el duhaldismo. El estallido se produjo el 19 y 20 de diciembre de 2001. En medio del caos, De la Rúa primero pidió la renuncia a Cavallo y luego renunció el mismo.
El ex presidente, fallecido hoy a los 81 años, fue un verdadero político conservador. No contaba con la audacia suficiente para enfrentar el desafío de su momento. Prefirió caer antes que romper su promesa. Tal vez, estaba atento a otro reclamo de la sociedad contra su antecesor Carlos Menem, que había anunciado un programa de gobierno de corte nacionalista para ganar las elecciones y luego hizo todo lo contrario. El ex presidente radical no quería volver a romper ese pacto con la sociedad. Pero la realidad es que a veces los dirigentes tienen que ir un poco por delante de lo que la gente común ve. Se dice que todas las sociedades son conservadoras. Pero también es cierto que las disrupciones no se hacen por gusto, sino por necesidad. De la Rúa no quiso asumir la obligación que le imponía la historia, es decir, liderar a la sociedad para salir del modelo económico, aún contra lo que quería esa misma sociedad que lo había votado. Había caído en la trampa que le había dejado el peronismo, pero no supo cómo salir de ella, por complicaciones que le dejó Menem y por errores propios. Partió de un diagnóstico equivocado.