La información que obtenía el radar se enviaba por medios seguros al cuartel general del servicio de inteligencia de la Fuerza Aérea de Chile. Desde allí, un equipo especial británico lo enviaba a su flota.
Fingent: el radar espía británico en Chile durante la Guerra de Malvinas
Durante la Guerra de Malvinas, el comando británico sabía que tendría problemas al enfrentarse a la Fuerza Aérea Argentina. La Marina Real estaba pensada para operar en el Atlántico Norte bajo una cobertura aérea y de alerta temprana que sería proporcionada tanto por la fuerza aérea británica como por la armada de los Estados Unidos, pero era vulnerable fuera de esa zona, donde carecería del preaviso necesario para preparar sus fuerzas.
Sin esa anticipación, cada ataque argentino sería entonces una sorpresa que sería detectado a poca distancia de su objetivo. Por tanto, a las apuradas, se diseñaron planes para poder detectar a los aviones que despegaban de las bases aéreas continentales argentinas. La idea detrás de esto era que ningún avión podría despegar desde Argentina sin que pudiera ser visto y, entonces, la flota británica tendría 45 minutos de preaviso de un ataque aéreo, según publicó Infobae.
Se desplegarían tropas especiales en el continente y submarinos para espiar los movimientos aéreos, además de que la fuerza aérea chilena, aliada en ese momento, daría alertas por por despegues desde Ushuaia, Río Grande y Río Gallegos. Sin embargo, quedaba una gran zona sin poder ser vigilada por radar: toda la provincia de Chubut y la base de Comodoro Rivadavia.
Entonces, el Wing Commander Sidney Edwards, el delegado de la fuerza aérea británica en Chile, tuvo la idea de "vender" un radar a los chilenos en forma urgente. El precio fue inferior a una libra esterlina, precio por el cual también se vendieron seis aviones de caza, tres bombarderos y misiles antiaéreos. El radar "vendido" fue un equipo transportable Marconi S259, que pertenecía a la Reserva Móvil de la fuerza aérea británica.
Así comenzó la "Operación Fingent". El radar iría acompañado por un "equipo de ventas" que no sería otra cosa que militares británicos de la Real Fuerza Aérea vestidos de civil, los cuales operarían el radar y entrenarían a los supuestos nuevos "dueños". El lugar de emplazamiento, estaría en Balmaceda, a la altura de Comodoro Rivadavia y sería protegido por el Ejército de Chile.
La información que obtenía el radar se enviaba por medios seguros al cuartel general del servicio de inteligencia de la Fuerza Aérea de Chile. Desde allí, un equipo especial británico que operaba un equipo de comunicación vía satélite lo enviaba a su flota.
Cundo la guerra terminó, según contó el General Fernando Matthei, comandante de la Fuerza Aérea de Chile, "nos quedamos con los radares, los misiles y los aviones, y ellos quedaron satisfechos por haber recibido a tiempo la información que necesitaban. Se acabó el negocio y a Sidney Edwards lo despidieron al día siguiente".