Estefanía Merelas tenía leucemia cuando estaba embarazada. Su hijo nació con apenas 24 semanas para que ella pudiera hacer la quimio. El papá cuidó de ambos todo el tiempo.
Él nació para salvar a su mamá y ella se curó por él
Estefanía Merelas y Ezequiel Ríos se casaron en 2010. Se conocían desde que eran preadolescentes y se pusieron de novios cuando ella tenía 15 y él 19. Siempre quisieron tener hijos y apenas se casaron arrancaron la búsqueda: "Esperamos un año, dos, pero no pasaba nada", contó ella a Infobae.
Quedó embarazada en 2012 pero perdió el embarazo apenas cumplió el primer mes. Dos años después otra pérdida.
"Fuimos a ver médicos, probamos de todo hasta que dije 'basta, descansemos un poco'. Al mes siguiente me enteré de que estaba embarazada por tercera vez. Fuimos las personas más felices del mundo", dijo, y tomó aire antes de agregar: "Durante unos meses".
Fue durante el comienzo del quinto mes de embarazo y después de un análisis de sangre que Estefanía recibió un llamado de la clínica. "Me pedían que repitiera el análisis. Pensé que se había perdido y fui, sola fui". El hematólogo primero dio un rodeo y dijo algo de "unos glóbulos blancos raros", de "unas células débiles". Después que sí, que era muy probable que Estefanía, que en ese entonces tenía 28 años, tuviera leucemia.
"Salí de la clínica, me quedé parada y empecé a llorar. Veía a las mamás que salían con los chicos del colegio y no lo podía creer: tanto tiempo esperando a mi hijo y ahora no iba a poder verlo crecer".
Tenía leucemia mieloide aguda y de la información que retuvo en el shock recuerda títulos. Que a su marido le advirtieron que iba a tener que hacer campañas en televisión para pedir dadores de sangre. Que las quimios eran bombas. Que era probable que el bebé no sobreviviera. Que tenía leucemia en un 70% del cuerpo. Que buscara urgente dónde atenderse. Que ahora lo importante era ella.
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El nacimiento
Como era muy riesgoso tocarle la médula, les explicaron que no podían darle la anestesia raquídea, así que la cesárea sería con anestesia general.
Fue Ezequiel una de las 16 personas dentro del quirófano preparadas para ese momento. En la camilla, intubada, estaba su mujer, la misma que unos días antes había fantaseado con un parto respetado y sin anestesia "para sentir todo". A su alrededor, los que corrían eran los médicos, que trataban de resucitar con las yemas de dos dedos a su hijo.
"Fue tan difícil que me tuvieron que sacar del quirófano. Vinieron dos enfermeras a atenderme", cuenta él. "Me quedé del otro lado de la puerta, fueron unos minutos eternos, hasta que escuché que adentro gritaron '¡lo tenemos, lo tenemos de vuelta!'. Después salió el jefe de neo y como pude me paré. Me dijo 'vení, abrazame, tu bebé está bien".
Le hicieron ocho minutos de reanimación cardiopulmonar (RCP) hasta que volvió: lo llamaron Lázaro.
El plan era que Estefanía arrancara la quimioterapia al día siguiente de la cesárea pero un fuerte cuadro febril se lo impidió. Mientras ella luchaba por sobrevivir en una habitación, Lázaro hacía lo mismo en una incubadora. Tuvo apneas (ausencia de respiración durante más de 20 segundos, frecuente en los prematuros) y sobrevivió a varios paros cardiorrespiratorios.
"A él le tocó nacer antes de tiempo y aguantar para que yo pudiera salvarme. Pesaba un kilo y se la bancaba, era tan chiquito y hacía tanta fuerza para sobrevivir... ¿cómo no iba a poder yo?", recordó Estefanía. "Casi se va todo el proyecto de familia al tacho, todo, pero mi hijo me daba fuerza para seguir. No sé qué hubiera sido de mí si él no hubiera aguantado".
En la Navidad de 2016, luego de casi tres meses de internación, a Lázaro le dieron el alta. Lo fue a buscar Ezequiel, su papá: "Hubiese querido agradecer a todos los profesionales lo que hicieron por él pero se me hizo tal nudo en la garganta cuando lo alcé que no pude hablar". No pudo hablar pero cada vez que vuelve a ver a esos médicos los abraza, que es una forma de decir gracias.
Fue durante esos días -octubre de 2016- que a Estefanía le dijeron que iba a necesitar un trasplante de médula ósea. Quien terminó siendo compatible fue su hermano, el mismo hermano que había sido el puente entre ella y Ezequiel cuando eran chicos.
Estefanía estaba enfocada: era tal el drama que la caída del pelo era una anécdota ("Se me cae porque me estoy curando"). Pero todavía faltaba lo peor: Lázaro le contagió un virus, por lo que tuvieron que suspender el trasplante. Una bacteria se fue a los pulmones y le provocó una neumonía, después se fue a una pierna, lo que la dejó al filo de la amputación. Pasó los siguientes tres meses internada y otra bacteria que se instaló en el estómago hizo que dejara de comer.
Unos meses después le hicieron el trasplante de médula a Estefanía. El donante fue su hermano, quien también le había presentado a Ezequiel cuando ella tenía 11 años y él 15.
Recién cuando Lázaro tenía 10 meses, los tres volvieron juntos a casa. Ahora, Lázaro ya tiene 2 años y 8 meses y todavía no va al jardín. "No -se ríe ella- me lo quiero quedar para mí. Me perdí el principio de su vida, quiero disfrutarlo. Pasaron dos años del trasplante y estoy muy bien pero obvio, a veces tengo miedo de que esta cosa vuelva. Es por eso: pase lo que pase quiero que él haya disfrutado de su mamá lo máximo posible".