El lado oscuro del folklore del fútbol argentino
Los argentinos nos sentimos orgullosos y nos autoproclamamos tener las mejores hinchadas del mundo.
En los mundiales nos sentimos los mejores porque nuestros cánticos son los más ingeniosos y se escuchan más que los de otros países, pero, ¿qué hay detrás de todo ese fervor?
¿Acaso no hay enojo y frustraciones que descargamos a través de un grito en la cancha? ¿Acaso no hay falta de educación cuando escupimos a los jugadores rivales e insultamos al árbitro aunque ni siquiera sepamos que pasó en la jugada?
¿Por qué somos hinchas? Nos sentimos identificados con un grupo, nos gusta pertenecer a algo que nos excede, nos gusta ver que otros miles llevan los mismos colores, pero muchas veces, este sentimiento de respeto y afinidad con aquel, dura sólo las horas del partido.
El lunes, ese mismo hincha que ahora es sólo argentino, seguro te va a putear o lo vas a putear en la calle porque no te dejó el paso. El martes, ese hincha que te dio un abrazo en la tribuna, ahora no te va a decir ni por favor, ni gracias, ni perdón. El miércoles tirará un papel o una botella en la calle, como lo hace en la cancha, así que en este punto no hay diferencia, no respetamos el club, ni el país.
Jueves y viernes ya medio cansados, se repite lo de los días anteriores, sumado al bocinazo constante que por alguna razón creemos que hará que los 20 autos de adelante avancen.
En la siguiente observación una salvedad: NO SOMOS TODOS (el cambio de persona gramatical a continuación, no es casualidad) . Hay muchos hinchas, que no pierden oportunidad de emborracharse, drogarse con lo que sea para de ir "de la cabeza" a la cancha. ¿Por qué tienen que ir de la cabeza? porque si no, no alientan.
Se juntan en la plaza, en la esquina; se toman el fernet con coca o el vinito, copan los bondi llevándose puesto al mundo, insultan a los peatones, rompen los micros, cantan, apuran al chofer como en la primaria y al llegar al estadio, putean a los uniformados del cacheo porque no se apuran.
Para no extenderme más: Existe el padre fanático o mejor dicho estúpido que lleva sus hijos de 2 a 6 años a la popular. El vivo que compra una entrada de 150 y la vende a 1000. El "poronga" que le pega a otro hincha porque puso una bandera donde iba la suya. El soberbio que se empuja con otro porque piensa distinto de uno de los jugadores. Toda una autobiografía completa del salvajismo al que nos acostumbramos a aceptar.
Algo más nos une a todos: "El problema son las barras".