Unos 2.500 islandeses participaron de dos experimentos que tenían como objetivo analizar una semana laboral más corta. Qué pasó.
Cómo en Islandia les dio resultado trabajar menos días
Hace tiempo que la semana laboral de cuatro días es debate social y político. La reducción de la jornada de trabajo no es ninguna novedad, se trata de una lucha prepandémica: años atrás, décadas atrás, incluso siglos atrás.
Durante el confinamiento mundial, muchas ciudadanas y ciudadanos, por supuesto quienes tuvieron la suerte de continuar con su empleo, comenzaron a palpar con sus propias manos el tiempo que podían dedicarse a sí mismos y a su familia, a una cotidianidad más consciente mediante el teletrabajo, y así la salud mental y la conciliación sonaron sobre la mesa de las instituciones. Como si no hubiera pasado nada, volver a la vida laboral se ha vuelto una prioridad para muchos gobiernos, pero el debate de lo que ello supone ya no puede ocultarse.
El caso Islandia
Durante cuatro años, entre 2015 y 2019, aproximadamente 2.500 islandeses participaron en dos experimentos impulsados por el gobierno que tenía como objetivo analizar cómo una semana laboral más corta repercutiría en la productividad.
Ver: Cómo hacer el mejor budín de pan con dulce de leche
En este caso, la idea ha consistido en una semana laboral de 35 o 36 horas que, para empezar, no provocó ninguna caída en la productividad o en la calidad de la prestación de servicios mientras que el bienestar de las trabajadoras y los trabajadores aumentó sustancialmente.
En ambos ensayos participaron diversos lugares de trabajo, desde hospitales hasta oficinas. En total, unas 2.500 personas, lo que equivale a algo más del 1% de toda la población activa islandesa.
Durante los cuatro años se mantuvieron los mismos salarios previos. Simplemente se recortaron las horas, lo que llevó a que las reuniones fueran más breves, menos cambios de turno y menos absentismo así como la eliminación de tareas innecesarias. Todo ello ayudó a las plantillas a mantener (también psicológicamente) el nuevo régimen, porque las personas estaban mejor, y esto es: más descansadas, más realizadas y, en consecuencia, más satisfechas.
Así lo reflejan los resultados, publicados por la Asociación para la Sostenibilidad y la Democracia (Alda) en Islandia, y el grupo de expertos de Reino Unido Autonomy.
"En ambos ensayos, muchos trabajadores expresaron que después de comenzar a trabajar menos horas se sintieron mejor, con más energía y menos estresados, lo que les llevó a tener más energía para otras actividades, como el ejercicio físico, el tiempo con los amigos y otros pasatiempos", señala el informe.
Ver: La desigualdad del mundo se refleja en la falta de vacunas
En esta línea, todo eran ventajas: trabajar cuatro o cinco horas menos a la semana ofreció tiempo y el tiempo permite a las personas ser creativas con la forma en que hacen su trabajo, y aunque algunos participantes reconocieron que al principio tuvieron dificultades para adaptarse, la mayoría no tardó en hacerlo. La clave: no se trata de buscar otras formas a través de las formas conocidas, sino precisamente cambiar estas. "En lugar de hacer las cosas con la misma rutina habitual que antes, las personas reevaluaron cómo hacerlas y, de repente, se estaban haciendo", señala uno de los participantes. Fuente: El Confidencial