Las diversas investigaciones que plantean que el cerebro de los hombres y de las mujeres presentan diferencias y cuales son.
¿Hay diferencia entre los cerebro de hombres y mujeres?
La tumba del francés Gustave Le Bon es una de las más profanadas en el cementerio parisino de Père-Lachaise. En 1890, este hombre publicó el más virulento ataque contra las mujeres de toda la literatura científica moderna. En un ensayo titulado "La psicología de la mujer y los efectos de su educación actual", este aficionado a la antropología y la psicología escribió: "En las razas más inteligentes, como sucede entre los parisienses, hay gran cantidad de mujeres cuyo cerebro presenta un tamaño más parecido al del gorila que al del hombre. Esta inferioridad es tan obvia que nadie puede dudar ni un momento de ella; solo tiene sentido discutir el grado de la misma".
Detrás del mito de que el cerebro de los hombres y de las mujeres es diferente -que viene de Aristóteles y se afianzó en el siglo XIX con los "medidores de cráneos"-, se esconden estereotipos que, aún hoy, condicionan los resultados científicos.
Durante siglos, los cerebros de las mujeres fueron examinados, pesados y medidos al detalle en cadáveres, para concluir unívocamente que sus portadoras eran deficientes, defectuosas, frágiles. Se creía que las diferencias entre el cerebro de las mujeres y de los varones eran parte de su esencia, que sus estructuras y funciones eran innatas y en especial fijas.
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Aristóteles no tenía razón
Le Bon no estaba solo en esta cruzada. Ni era el primero que pensaba de esta manera. Casi 22 siglos antes, Aristóteles escribió que las mujeres eran "hombres fallados, mutilados" y "el primer paso en el camino hacia la deformidad". O que los hombres y las mujeres naturalmente diferían tanto física como mentalmente.
En los siglos XVIII y XIX estaba bien aceptada la idea de que las mujeres eran inferiores desde el punto de vista social, intelectual, emocional. Por entonces, era también muy popular la convicción de que el cerebro de la mujer pesaba 140 gramos menos que el del hombre, lo que justificaba su exclusión de los debates y de universidades.
Para entonces, era obvio que cráneos más grandes contendrían cerebros más grandes y cuanto más grande era el cerebro, mayor era la función intelectual. Así, al cerebro de las mujeres se lo clasificaba de "demasiado pequeño", "subdesarrollado", "evocativamente inferior", "mal organizado", "defectuoso". Se lo consideraba la causa y justificación de su (supuesta) vulnerabilidad, inestabilidad emocional, ineptitud científica.
"El mundo fue y es androcéntrico. Históricamente, se ha descrito el mundo y el cuerpo femenino a través de la mirada del varón. Un tipo de varón: blanco, occidental, heterosexual y cis", advierte la argentina Lucía Ciccia, investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios de Género de la Universidad Nacional Autónoma de México. "A lo largo de los siglos, el discurso científico justificó a partir de la biología las relaciones de opresión.
Porque, pese a la creencia de que las ideas de los Le Bon, los Brocca y demás ávidos medidores de cráneos habían sido hace tiempo enterradas, antiguos conceptos erróneos siguen apareciendo con nuevos disfraces. Persisten o bien como sesgos inconscientes, o bien como supuestas verdades que se reiteran y refuerzan tantas veces en titulares, libros y papers que se consideran hechos establecidos e indisputables como la fuerza de gravedad.
Hoy, las luchas por la igualdad de género se disputan no solo en el lenguaje y en las calles, sino en un nuevo campo de batalla: el cerebro. Hacía allí -nuestro interior- se redirigen los debates para combatir lo que la filósofa canadiense Cordelia Fine, en 2008, denominó "neurosexismo": el mito de que hombres y mujeres tienen cerebros diferentes, funcional a la persistencia de muchos estereotipos perniciosos.
Ni de Marte ni de Venus
Al respecto, Lucía Ciccia, licenciada en Biotecnología por la Universidad Nacional de Quilmes, realizó dos años de investigación en el departamento de Fisiología del Sistema Nervioso de la Facultad de Medicina de la UBA como becaria doctoral del Conicet.
"Había un montón de investigaciones que partían del presupuesto de un dimorfismo sexual cerebral, es decir que había dos tipos de cerebros como resultado de nuestra constitución genética, hormonal, genital, y que servían para justificar un abanico de patologías y conductas como el juego, la violencia, la competencia, la orientación sexual, la identidad de género, las habilidades cognitivas relacionadas con la abstracción. O sea, si yo tenía un cerebro adecuado a mi genialidad, no servía para las ciencias", señaló la científica.
El cerebro humano es increíblemente maleable, plástico. Cambia continuamente debido al trabajo que desempeñamos, los deportes que practicamos, los libros que leemos, las experiencias que atravesamos.
Entonces, Ciccia dio un giro en su carrera: reorientó su investigación a la epistemología feminista para hacer un análisis crítico del discurso neurocientífico acerca de la diferencia sexual, es decir, la justificación de la existencia de dos tipos de cerebros. Ahí se encontró que no estaba sola. Había un grupo de investigadoras con las mismas inquietudes que exponían la invalidez de clasificar los cerebros de acuerdo con el criterio dicotómico varón/mujer. "Si bien los genes y las hormonas impactan en la constitución cerebral, no la determinan", asegura Ciccia.
Hasta fines del siglo XX, la opinión más extendida era que la biología era el destino. Es decir que al llegar a la edad adulta el cerebro alcanzaba el final de su desarrollo.
En los últimos 30 años, sin embargo, esta teoría fue descartada. Se sabe ahora que el cerebro humano es increíblemente maleable, plástico. Cambia continuamente debido al trabajo que desempeñamos, los deportes que practicamos, los libros que leemos, las experiencias que atravesamos.
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